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Una Esperanza para África.

(1306)

ANÁLISIS DE INFORME DE HUMAN RIGHTS WATCH. ÁFRICA FRENTE A SÍ MISMA, INTERVENCIÓN REGIONAL Y DERECHOS HUMANOS.
África tiene ante sí la posibilidad de abrir un camino para salir de la espiral de violencia fratricida y violación de los derechos humanos en la que se encuentra sumida. Esa es, al menos, la conclusión a la que llega el informe "África frente a sí misma, intervención regional y derechos humanos", elaborado por la ONG Human Rights Watch (HRW). Incluido dentro del "Informe Mundial 2004: derechos humanos y conflictos armados", el estudio aborda los retos, proyectos, carencias y zonas sombrías de la lucha contra los crímenes de lesa humanidad, guerras civiles y otras lacras que asolan el continente.

En este sentido, la Unión Africana (UA) surgida en 2002 de la transformación de la Organización de la Unión Africana (OUA), ofrece un contexto excelente.

Así, la creación en su seno del Consejo de Paz y Seguridad, autoriza a la UA a actuar en un Estado que haya ratificado el acuerdo -diecisiete hasta el momento- ante circunstancias graves, crímenes de guerra y genocidio.

En esa misma dirección apunta la Conferencia para la Seguridad, la Estabilidad, el Desarrollo y la Cooperación en África (CSSDCA, en francés) y el Consejo de Paz y Seguridad. Sin embargo, la institución clave en este proceso es el Tribunal de Derechos Humanos. Una vez ratificado el protocolo por quince países, el mínimo exigido, el Tribunal entró en vigor el pasado 25 de enero.

Su función: estudiar y procesar las denuncias planteadas por estados miembros, particulares, la Comisión Africana para los derechos humanos y ONG que tengan el estatuto de observadoras en la Comisión.

Una vez construido el edificio jurídico e institucional es necesario ponerlo en funcionamiento de manera efectiva. Es ahí donde radica el problema.

Una vez superado el aparato institucional, la situación es distinta, más bien sombría.

Durante 2003 uno de cada cuatro países africanos sufrió algún tipo de conflicto interno o regional.

El final de algunos de los conflictos clave constituye un buen punto de partida. No obstante, se trata de procesos llenos de luces y sombras.
Así, en Angola se dio fin a una guerra que asoló el país durante 25 años.

Sin embargo, en Cabinda, las Fuerzas para la Libertad del Enclave de Cabinda continúan su enfrentamiento con el Gobierno central. Una guerra alimentada desde fuera por quienes ansían el control del petróleo de la región, que supone la mayor parte de los 800.000 barriles diarios producidos por Angola. En la República Democrática del Congo (RDC) la aplicación definitiva de los acuerdos de paz de Pretoria puso fin a una guerra que, desde 1998, había causado tres millones de muertos.
Pero la situación en el Este del país es enormemente inestable.

En Burundi, la guerra ha provocado más de 200.000 muertos. En este pequeño país centroafricano, la firma de los acuerdos de paz entre los rebeldes y el Gobierno, en noviembre de 2003, ha disminuido el alcance de los enfrentamientos pero no los ha eliminado.

Por otro lado, en Costa de Marfil la situación es tensa y sólo la interesada presencia de 4.000 soldados franceses impide una vuelta a un enfrentamiento iniciado en septiembre de 2002.

Por último, en Sudán, las violaciones de los derechos humanos no cesan y los acuerdos entre el gobierno islamista y los cristianos del sur han quedado en papel mojado.

Ante esta realidad, el Tribunal de Derechos Humanos y el resto de las instituciones tienen una inmensa tarea que afrontar para la que, desde el primer momento, la falta de recursos y de voluntad política suponen un lastre insalvable. De esta manera, sólo 15 de los 53 países de la UA han ratificado el protocolo del Tribunal de Derechos Humanos y ninguno ha querido convertirse en sede de este organismo de justicia.

En un continente a menudo afectado por guerras regionales, sólo la ratificación del protocolo por la inmensa mayoría de los países le daría al Tribunal una capacidad efectiva de actuación.

Además, la inmunidad de la que gozan la mayor parte de los criminales de guerra (ya sean gobiernos o grupos rebeldes) frena cualquier proyecto de justicia.

Por lo general, una vez firmado el acuerdo de paz, los rebeldes pasan a formar parte del Gobierno, con lo que se legitima su recurso a la violencia y obtienen una inmunidad ilimitada.

Así ha ocurrido recientemente con los rebeldes de las Fuerzas para la Defensa de la Democracia en Burundi. Así ocurrió con Jean Pierre Bemba, criminal acusado de violación de los derechos humanos, actualmente en la vicepresidencia de la RDC. Pero el caso más flagrante es el de Charles Taylor.

El ex presidente de Liberia disfruta de una jubilación dorada en Nigeria. Poco le importa a Taylor y a su anfitrión, el presidente Obasanjo, que este señor de la guerra haya sido acusado por el Tribunal Especial para Sierra Leona por su participación directa e indirecta en todo tipo de crímenes.

Por el momento, la UA guarda un inquietante silencio.

El despliegue de fuerzas de paz se enfrenta a problemas similares. Hasta ahora, la UA tan sólo ha desplegado un contingente de 3.500 hombres en Burundi, limitado a garantizar la seguridad de los exiliados que regresan.

El precedente de las intervenciones de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) no anima al optimismo.

Es cierto que su despliegue de fuerzas en Sierra Leona, Liberia o Costa de Marfil fue efectivo, evitó un gran número de muertes y ayudó a consolidar la paz.
Pero no lo es menos que su actuación fue siempre a posteriori y no logró evitar ningún conflicto.

Además, la acuciante escasez presupuestaria y logística convierte en esencial una ayuda internacional cuyos antecedentes no son muy halagüeños.

Francia y Estados Unidos sólo actúan allí donde están en juego sus intereses y, por lo general, al borde, si no al otro lado, de la legalidad. No parecen los más interesados en el funcionamiento de un eficaz sistema jurídico y de prevención de conflictos.

En definitiva, la iniciativa afrontada por los países de la UA es, en su enunciación y principios, enormemente positiva. Como punto de partida no tiene precio.

Sin embargo, los problemas, deficiencias y lastres históricos son excesivos. Sólo cuando se aborden los verdaderos problemas estructurales de África y se acabe con la impunidad se iniciará el camino hacia el fin de los abusos, las guerras y la destrucción del continente.

Juan Carlos Galindo.
Periodista.
Agencia de Información Solidaria.
brot32@yahoo.es

Insertado por: silvia3942 (13/02/2004)
Fuente/Autor: infosolidaria@telefonica.net
 

          


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