Fisiología del optimismo, y III |
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EL OPTIMISMO RELIGIOSO |
En cuanto a su connotación religiosa, veo en el optimismo una estrecha relación emocional con la "fe" católica. |
Pues así como ésta se imbuye, se educa y se "trabaja" en múltiples direcciones, el optimismo profano también se cultiva y se infunde, y sus orfebres lo difunden a su vez como una nueva religión. Téngase presente que el uno y la otra se alimentan de la letanía, viven en la conversación y del pregón.
Creyentes, políticos, empresarios e infinidad de embaucadores son los predicadores usuales de el optimismo. Pero ¿funciona a solas? Porque dada la crudeza de la existencia más allá de la apariencia, lo más probable es que en la estricta intimidad del optimista de oficio su lugar lo ocupen el desasosiego y la duda. Desasosiego y duda que, para continuar el día, mutan a energía motriz en forma de optimismo. El psiquiatra visitando al psiquiatra...
La cuestión no está en los polos —optimismo o pesimismo— sino en la prudente confianza asociada a la racionalidad...
La consciencia o inconsciencia, la lucidez o las sombras en la mente son lo que al final determinan en cada momento el grado optimista o pesimista del sujeto en función del trance que atraviesa. Adivino la paradoja: el optimista es difícil que no sea refinadamente egoísta. Y a la inversa.
El ser humano "responsable", grave, serio y circunspecto examinará todas las posibilidades ante el futuro y sopesará el azar en la previsión de resultados. No hay razones ante lo incierto para ser, ni pesimista ni optimista. Ser cauto y esperanzado no alejándose del punto neutro en cada análisis del porvenir evita engañarse y engañar a otros. Un carácter acabado rechaza el refuerzo pueril del optimismo y sabe afrontar la incertidumbre, como el agnóstico la duda.
Pero en último término, esas dos actitudes psicológicas —optimismo y pesimismo— no son excluyentes entre sí en una misma persona ante la disyuntiva. Se puede ser optimista acerca de sí, y, habida cuenta la progresión geométrica de la distancia entre el primer mundo y el tercero, entre ricos y pobres, entre eufóricos y dolientes ser pesimista respecto a la humanidad. Y serlo también respecto a la suerte que le espera a la biosfera siendo así que su degradación parece irrefragable. Hablemos de tendencias. Pues la tendencia es que todo vaya a peor. Aun así, se puede, en fin, ser optimista con el corazón, y pesimista aunque entusiasta, con la razón...
Se comprende mal que los "expertos en mentes" no distingan estas dos propensiones en un mismo individuo: una psicosomática y la otra intrínsecamente racional, y ambas reflejo de dos intelecciones, la subjetiva y la objetiva.
El optimismo criminal
Optimistas con alta dosis de inconsciencia son aquellos que se dedican a la depredación salvaje o contribuyen a ella, los que practican el expolio armado, los que destruyen ecosistemas enteros despreocupándose de las consecuencias o confiando neciamente en la capacidad de la Naturaleza para regenerarse a sí misma en poco tiempo, del gravísimo maltrato que la infligen. Optimistas son los que fingen desafiar a la muerte y a su propia suerte cuando lo que hacen es poner en grave peligro la vida de los demás. Y optimistas son los que sólo piensan en sí mismos y desprecian el destino de las próximas generaciones porque, optimistas, no se creen en el deber de pensar en "ellas", o bien, será para asegurarnos engoladamente que nuestrtos nietos mutarán a capacidades nuevas para adaptarse a condiciones de vida que ellos serían incapaces de soportar ni un solo día...
Optimistas son los que, en lugar de permitir que las “cosas” de la sociedad y del mundo discurran por cauces tranquilos y naturales, las violentan, las fuerzan. Destruyen lo que había y levantan lo que no debieran; confunden laboriosidad y agitación, progreso con demolición y exterminio. Se recrean en alarmarnos y dicen darnos “seguridad” cuando las mayores desgracias de la sociedad vienen auspiciadas por ellos mismos, optimistas a través del crimen como negocio. Por su ansiedad, desfachatez y el refinamiento que procura el mucho dinero y el mucho poder los podremos reconocer...
Optimistas incorregibles fueron, y son, gentes de fe y de "firmes convicciones": Hitler, Aznar, Bush, Pinochet y grandes criminales de la historia. Gentes que, armadas con toda la fuerza bruta y con una voluntad destructora sin límites, se arrogaron o se arrogan el derecho a subvertir el orden del mundo o de su país porque la fuerza metafísica por antonomasia, Dios la mayoría de las veces y otras el diablo, dicen está con ellos. Todos tienen en común una fe ciega en todo cuanto emprenden. Por más disparatado y devastador que parezca a los demás mortales, poco les importa el resultado final: en realidad se "realizan" en esta vida y cumplen su designio biológico, no tanto en la consecución de los objetivos como en la ejecución de los trámites. Por eso raro es el que, después de sus alardes de optimismo y de la estela de muerte dejada tras ellos a cuenta de él, no acaba maldita y maldecida su memoria. Pues raro es de entre ellos —adoradores de sí mismos— el que no pasa a la historia como un malvado.
En todo caso, puestos a elegir entre dos enfermos del ánimo, mil veces preferible es el pesimista: seguro que el mal será su mal, pero difícilmente mal para el resto de la humanidad. Por último, de ningún modo el mundo debe al optimismo el progreso material y el moral. Ya lo dije: se lo debe al entusiasmo ("adhesión fervorosa que mueve a favorecer una causa o empeño"); un atributo que tiene muy poco que ver con la patología del optimismo y que vale la pena tratar por separado.
Líbrenos la sociedad de los optimistas, sobre todo de los que, teniendo alguna responsabilidad colectiva se empeñan en demostrárnoslo. Dénos el cielo la compañía y la orientación de personas lúcidas, juiciosas y entusiastas. Nada más.
En El significado en las artes visuales (Alianza, 1979), Erwin Panofsky habla de un tardío cuadro de Tiziano, Alegoría de la Prudencia, en cuya parte superior campea un lema latino: "Instruido por la experiencia del pasado, obra con prudencia en el presente para no malograr el futuro". Este es el pensamiento clásico pero también eterno. Nada que ver con el optimismo. Sobre todo nada que ver con el optimismo como mercancía, el más odioso...
(Para no romper el equilibrio intelectivo que he intentado mantener en este análisis, he obviado también toda referencia al optimismo en su relación directa con la terrible sequía que se cierne sobre la Península)
24 Enero 2005
Insertado
por: Jaime Richart (03/02/2005) |
Fuente/Autor:
-Jaime Richart |
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