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Certeza, duda, perfección e Internet

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MÁS SOBRE "SOMOS PERFECTOS"
Aunque el sentido a la vida en el aspecto emocional sólo se lo encontremos algunos en la contemplación de la Naturaleza (la pobre, hoy día) y en el Arte,

antes o después nuestro entendimiento, abarrotado, saturado ya, de “conocimientos” e información, presionado por la acumulación de datos, teorías, asertos, doctrinas, religiones, catecismos, códigos... de la nuestra y de otras culturas, se decide a reposar, extenuado, y trata de buscar alguna certeza intelectual, y si no, mística.

Llega un momento en el ámbito estricto de nuestra vida interior, que si ponemos toda esa información llegada a lo largo de los años a nuestro cerebro encima de una mesa, unas cosas al lado de las otras, aunque intentemos denodadamente ordenarlas para lograr inteligibilidad o coherencia, el flujo de contradicciones entre todas ellas sólo nos conducirá hasta el propio absurdo. No hay manera de conciliación. Pues vemos que tanto en los asuntos sociales, como en los políticos, como en los religiosos, como en los científicos —en todo lo que constituye “saber” y ciencia o epistemología— no hay verdad absoluta ni lógica que no se nos escurra entre los intersicios neuronales. Y terminamos por concluir, exhaustos, que lo más saludable, intelectual y psicológicamente al menos, es renunciar a certidumbres...

Cuando todo eso que tenemos delante lo examinamos con una cierta perspectiva advertimos que no hay una sola Ciencia, ni una sola cultura. Que hay muchas plásticas, muchas pinturas, muchas matemáticas, muchas físicas; y que cada una de ellas es, en su profunda esencia, totalmente distinta de las demás; que cada una tiene su duración limitada; que cada una está encerrada en sí misma, como cada especie vegetal tiene sus propias flores y sus propios frutos, su tipo de crecimiento y de decadencia. Que esas culturas, esos seres vivos de orden superior, crecen en una sublime ausencia de todo fin y propósito, como flores en el campo. Que pertenecen a la naturaleza viviente de Goethe, no a la naturaleza muerta, mecanicista, de Newton... Y que, sea como fuere, si al conocimiento cabal de las sociedades humanas se llega muy pronto pues las variantes de sus comportamientos son irrisorias, al de la Naturaleza no se llega nunca: la sorpresa es la norma.

Pero los seres humanos no pueden vivir en general sin certezas; sin una al menos. Unos creen en las heredadas, por inercia o conveniencias, otros sólo en el dinero, otros se las inventan o fabrican. Los antiguos griegos (también los romanos) no creían en sus dioses ni en sus mitos, pero vivían “como si” creyeran en ellos. Pascal, quizá en un ardid psiquiátrico, cree (quiere creer) en Dios a través de su famosa apuesta: “Si no hay Dios y no lo creo, no gano nada. Si no hay Dios y lo creo, no pierdo nada. Si hay Dios y no lo creo, lo pierdo todo. Si hay Dios y lo creo, lo gano todo”.
Dostoyewsky y Nietzsche “descubrieron” que no hay Dios, y que si Dios no existe, moralmente todo está permitido. Ese “descubrimiento” fue su “certeza”, y gracias a él pudieron quizá respirar hondo hasta el final de sus desgraciados días. Como también muchos seres humanos desde entonces...
Para Rousseau, el hombre nace “bueno”, y es la sociedad quien le corrompe. Para Hobbes, el hombre nace perverso, y sólo la sociedad, severamente, puede corregirle.
El “creyente puro” en la religión teísta recurre a una de estas dos prevenciones: a no analizar, a no pensar, a no meditar, a no desplegar actividad racional alguna con respecto a la “creencia”, o a empeñarse emocionalmente en ella, aceptando la tensión interna permanente como motor de su vida; convirtiendo la creencia en sí en voluntad de creer: como los antiguos griegos con respecto de sus mitos.

Y hasta en “nuestra Ciencia”, la Occidental moderna, algunos científicos no ven ya en la teoría de la relatividad un “descubrimiento” de Einstein, sino un “invento” relacionado con el espacio-tiempo. Y es que todos saben que “todo”, lo que llamamos realidad, está mucho más cerca del universo calderoniano de la vida como sueño e ilusión, que como algo aprehensible y reductible...
Sin embargo hay también otros puntos de apoyo por más que para algunos resulten asimismo incomprensibles, sospechosos, marginales o contradictorios como tales. Y uno de ellos es la propia “duda”, la duda metódica cartesiana. Dudar, en el sentido intelectivo pero también anímico; dudar, como epoché o suspensión del ánimo, no pronunciándonos sobre las cosas que percibimos. Eso que configura el escepticismo, puede ser un sólido basamento; tan sólido o más que la certidumbre que intermitentemente nos hace vacilar. Y si además la duda va acompañada de entusiasmo, puede alcanzar mucha más consistencia aún que la fe irracional. De aquí la aversión de los creyentes y de las creencias monoteístas y dogmáticas, más hacia el agnosticismo que al ateísmo. Pues el ateísmo es al fin y al cabo otra religión, otro empecinamiento, otra forma de creer en lo contrario con la misma falta de fundamento racional de que adolece la creencia religiosa en fantasías y en el más allá.

“Creer” o “querer creer”, en lo que sea, son dos actitudes mentales comprensibles y recomendables. Por eso, yo me he fabricado dos certezas: “creo” con entusiasmo en la duda, y asumo la perfección inmanente del ser humano a condición de que no “se salga” de sí, a condición de que se niegue, en la medida de lo posible, física y/o también metafóricamente, a integrarse intelectivamente en la sociedad, en esta sociedad. A ese ser humano es al que respeto. Y el cosmos Internet contribuye decisivamente a ello, pues sin relación física, sin cruce de comportamientos propiamente dichos, sin preeminencia de un internauta sobre otro, ya no hay defectos, ni errores, ni imperfecciones: sólo acuerdos y desacuerdos o indiferencia, adhesión o repulsión. Y todo virtual, y todo a través del éter...

Insertado por: Jaime Richart (16/03/2005)
Fuente/Autor: -Jaime Richart
 

          


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