La esquizofrenia que no cesa |
(2273) |
NO CAMBIA LA CONDICIÓN HUMANA. |
Con motivo de la muerte de un ser humano cualquiera, estos días se están volviendo a poner sobre el tapete del globo muchas cosas recurrentes que ya sabíamos. |
Las sabíamos pero permanecían en el desván del entendimiento en espera de que el principio de la evolución darwiniana hiciese efecto y se notaran algunos cambios en momentos críticos de la sociedad humana occidental; al menos en lo formal, como puede ser la desaparición del histerismo colectivo ante el fallecimiento de un provecto tan inclinado a lo teatral y a la aparición mediática. Y cuando hablo de cambios y ya que él no los promovió sino que ejerció un pontificado ciertamente controvertido y artificioso, esperábamos al menos de sus epígonos algún progreso. Esperábamos la serena aceptación colectiva, de ese hecho tan ineluctable, cotidiano y natural como es la muerte en cama propia...
Pero no. Todo sigue igual o va a peor...
Y que va a peor, en el fondo y en la forma, empezó a verse en el comienzo del milenio. El primer brote psicótico aparece con la revolución neoliberal y sus infames guerras de ocupación. Termina en estos días, con una verdadera desmesura mediática y de la otra aplicada a la muerte de este papa.
Lo corrupto es tanto más pútrido cuanto más superlativo se postule lo excelente. Lo mediocre y lo pésimo, en sociedad, no se corrompen. Se corrompe lo que fue —o se tuvo— por excelso... Y si excelso fue el cristianismo en su origen, una parte social de sus seguidores a lo largo del tiempo lo han ido corrompiendo gradualmente a fuerza de traficar sin reposo con la doctrina de su fundador. Doctrina que, como la que comporta toda gran religión, apenas requiere explicaciones. Pero el catolicismo se ha pasado su historia inundando el mundo con ampulosidades y retórica y haciendo de las bienaventuranzas, cuya fuerza está en su suma sencillez, una asombrosa ceremonia de confusión y de contradicciones permanentes... Y este papa, fue uno de los más conspicuos adelantados en la promoción de todo ello.
Y digo, por otro lado, que ha muerto una persona cualquiera porque quienes detestamos el culto a la personalidad no distinguimos el óbito entre seres humanos agraciados, de buena cuna o hábiles para aprovechar oportunidades, y el de personas desgraciadas o del montón. Si acaso, en favor de éstas el sentimiento de tristeza... Porque en último caso además, somos spinozamente deterministas. Lo que quiere decir, que quien llega muy lejos socialmente o se enriquece es, a nuestro entender y por definición, a costa de otros: precisamente de los más sabios, de los resignados, de los humildes y de los santos anónimos que se niegan, noblemente, a disputar categorías.
Pues, para nosotros, un servidor verdadero de la humanidad ha de durar muy poco al frente de altas responsabilidades en esta sociedad corrompida. Porque si realmente es guiado por la buena voluntad, pronto encontrará motivos suficientes para renunciar a desempeñarlas aunque sólo sea por las altísimas tensiones a que se verá sometido. Por eso negamos también la santidad, y mucho más la de tan ilustres personajes con tan abrumadoras responsabilidades a sus espaldas. El menos indicado para pensar en él como santo es precisamente un Papa. Sobre todo si, como en el caso de Juan Pablo II, las desempeñó al dictado de su único criterio y autoridad, aplicando códigos desiguales. Todo ello, a diferencia de su antecesor, Pablo VI, que veía la verdad por doquier y al que no recuerdo tanto empeño en considerarle un santo. Lo de siempre...
Por otra parte, una digresión con motivo de tan sonado evento. Y es que, con este en el fondo vulgar motivo, se nos recuerda una vez más que, aunque los que se imponen a la fuerza, las clases dominantes y los medios nos predican desde el alminar todos los días que vivimos en un régimen de libertad, no hay tal. Pues la libertad real sólo existe cuando somos autosuficientes, es decir, cuando nuestra vida moral y sobre todo material no depende de que terceros nos quieran contratar y pagar; y más en tiempos en que se cotiza más la desaprensión que el remilgo, y la capacidad para engañar más que la honestidad. Pero es que además no se aprecia ahora ni siquiera libertad para manifestar (pública u oficialmente) alguna manera de rechazo a la figura de ese ser humano que acaba de morir, hacia a los fastos al nivel de los dedicados a los faraones hace tres mil años, o hacia su pontificado presidido por un talante radical que envilece en ciertos casos el, para muchos, verdadero espíritu cristiano. Ni siquiera la hay (pues no la hay si se coarta con desaprobaciones explícitas o indirectas), para hacer caso omiso a los minutos de silencio que se dedican a este trance cada dos por tres.
En cuanto a la santidad, convengan con nosotros los hagiográfos que, como en tantos asuntos dialécticos, hay que ponerse de acuerdo antes en el significado del significante; en qué es para ellos y para nosotros “santidad”. El, para ellos, egregio finado ha condenado (o bien les expulsó de su rebaño) a pastores de su grey sólo preocupados por el sufrimiento y por tantas injusticias, consagrados a combatir uno y otras a base de prudencia y, a nuestro juicio, de verdadera santidad. Sin embargo Boff, Casáldaliga, Ellacuria... y tantos otros fueron piedra de toque de la medieval cerrazón e intransigencia de este papa desaparecido. La intransigencia, como el dogmatismo, a estas alturas del pensamiento en general y, con mayor motivo, del pensamiento religioso cristiano, no sólo son impropios de un santo: son un gesto de inhumanidad, de irrespetuosidad hacia la sensibilidad ajena, de desprecio de la pobreza, y al final, un despropósito... En tal caso, ¿cómo se atreverán a llamarle santo?
En el mundo, principalmente en América Latina, son cada vez más los que ven que el catolicismo, y especialmente el modo de tratarlo el fallecido, no forma parte en realidad del cristianismo, y que es incluso uno de los principales enemigos de éste. Por eso, según mis últimas noticias, progresa inusitadamente allí el protestantismo a costa del catolicismo.
Lo que desde luego se perfila cada día en el horizonte con más claridad es que los países bajo la órbita del islamismo funcionan con parámetros histéricos cuando se trata de fechas, lugares y hechos puntuales. Pero en Occidente y entre los que gravitan en torno al catolicismo y vaticanismo y muchos de los que no han sabido romper todavía el cordón umbilical con ambos, son ya demasiados los que están cayendo en incurable esquizofrenia.
Da la impresión penosa de que, entre las monstruosidades de los neocons a principios de esta centuria, el abuso de los poderes fácticos y de los grandes lobbys, el predominio de la gobernanza sobre la gobernabilidad, y el progreso de la deshumanización y la agonía de la biosfera, el mundo camina hacia atrás en pos de la caverna. No se adivina aún, si la platoniana o la del Cuaternario.
Pronto, si estamos un poco atentos, podremos ir adivinando lo que desde el Vaticano nos espera. Después del cónclave. Pero no soñemos con un papa de los pobres. Podrá ser muchas cosas, pero seguirá siendo de los ricos. Lo veremos. El mundo, la religión, la sociedad, la historia... dan vaivenes y siguen un movimiento pendular. Pero el tiempo que dura el triunfo de los revolucionarios, de los románticos, de los desprendidos, de los auténticos cristianos, de los santos... es bien corto en comparación con el que perdura la prepotencia y el implacable y despiadado abuso de los fuertes...
Insertado
por: Jaime Richart (06/04/2005) |
Fuente/Autor:
-Jaime Richart |
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Comentarios
¿Cómo cambiar la especie humana? El que tiene la sartén por el mango la maneja en su provecho. No da más de sí el ser humano. |
Nombre: - (20/04/2005) |
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