Nacional Federalismo |
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EN POS DEL FEDERALISMO |
-- Lo mismo que hacen los dominadores, los controladores sociales —instituciones y medios— dándonos la tabarra con asuntos en el fondo triviales por su, ya a priori, inefectividad total; |
como son las dichosas Comisiones de falsa investigación, el falso terrorismo, etc... nosotros, los que desde la izquierda verdadera nos postulamos absolutamente independientes, les abrumaremos, les atosigaremos con nuestras aspiraciones. Les acosaremos con temas fundamentales como es el de la urgente vertebración de este inestable país en un marco federal. Un marco en que los conceptos de gobernabilidad y de independencia no se presten ni a medias tintas, ni a ambigüedades, ni a cortapisas. Creo que ha llegado el momento de hablar, a fondo, de federalismo. Ahora son las elecciones vascas, mañana serán las catalanas, las aragonesas, las gallegas, las valencianas... Todas bajo la mirada vigilante, inquisitorial, de los torquemadas que son los ultranacionalistas centralistas. Pero también bajo la suspicaz de los integristas políticos de izquierdas al uso, tanto de los que forman parte del gobierno como, por disciplina, de la mayoría de los que pertenecen al partido y le votan. Pero ya está bien. Ya es hora de plantarse en el Parlamento. Ha llegado el momento de abordar en serio el tema federal; dando un puñetazo en la mesa o con raudales de sinergia y simpatía. El asunto no ofrece duda. Lo pide el cuerpo. Lo pide el cuerpo social. Esa sería la única manera de acariciar,de una vez, el clima preciso donde sería mucho más fácil tener la fiesta en paz. Sería la mejor solución para que "todas" las rencillas y divergencias ideológicas de gran calado se ventilasen, no en el foro único de un Parlamento nacional —que debería quedar relegado sólo para los asuntos no domésticos—, sino en verdaderos parlamentos independientes, federales en toda regla, donde leyes, usos y costumbres se discutiesen en la lengua materna. Porque el caso de esta España extraña, en permanente ebullición y siempre a punto de estallar, necia y genial al mismo tiempo, no tiene parangón. Pocos países del globo de similar extensión o por kilómetro cuadrado como España, ofrecen tanta diversidad paisajística, tan acusados contrastes topográficos y naturales, con la decisiva influencia que ello supone en la idiosincrasia de los pueblos que la conforman. Es preciso tener muy en cuenta que el medio natural determina y condiciona el carácter de los habitantes mucho más que la cultura. La cultura, al fin y al cabo no es más que una artificiosidad sobrevenida, superpuesta e impuesta entre unos pocos a cada sociedad; pero con mucho mayor motivo resulta artificiosa, si esa cultura no es "producto de la casa". Cultura, culturización, que, ni más ni menos, empezó con el romanismo judeocristiano y ha desembocado en la detestable globalización; globalización, un élan vital, un concepto de inspiración y, lo que es peor, de ejecución anglosajonas... [Los anglosajones eran dueños virtuales de las tres cuartas partes del mundo. Pero cuando se dieron cuenta de que la "otra" Europa les empezaba a tomar la delantera, desde los tiempos de la Thatcher (o quizá mucho antes) empezaron a su vez a idear toda clase de estratagemas que los neocons han materializado con su sello, transmitido y conocido a lo largo de decenios aunque sólo sea por su cine. Y entre ellas, las invasiones recientes en el plano militar y la sibilina globalización en el ideológico y mental insuflando a los cuatro vientos la idea-fuerza del antiterrorismo. El antiterrorismo como pretexto es el equivalente de la idea-fuerza de la evangelización del Nuevo Mundo, en el comienzo de la Edad Moderna]
España es un continente en miniatura. Pero hay un curioso fenómeno relativamente reciente que muestra hasta qué punto las colectividades humanas buscan y necesitan referentes cuando se va debilitando el que había venido funcionando como "propio". Antes disponían del, digamos, doblemente milenario por un lado y del referente comunista soviético, cercano.Pero, desde la caída forzada del muro de Berlín, desde la desintegración de la Unión Sovietica, tan lejana la ”solución” china, tan trivializada la cubana y tan oscura la coreana, en pocos países como la España actual (incluso por parte de quienes fingen lo contrario) se rinde tanta devoción y tan bobalicón papanatismo hacia el excluyente paradigma: Estados Unidos, casi un continente. Aunque, como suele ocurrir siempre en el binomio excelso-pésimo, esa bobaliconería apunta notoriamente mucho más hacia sus defectos que hacia sus virtudes. Y resalto que es casi un continente porque, a los efectos que vengo desgranando, el paralelismo geográfico entre Estados Unidos —hoy odioso país para toda la izquierda verdadera— y España, es incuestionable aunque sea a escala. Incluso más motivos hay para las diferenciaciones organizativas en España, al existir tantas lenguas diferentes; dato éste que no interviene en las razones para la fórmula federal del país americano. Pues bien, esa porción de España que cuando gobierna asfixia y cuando no, gallea, ensordece, abronca cada asunto, capaz por tradición de mover a guerras (hoy ya sabemos que todas son sucias)... Esa porción de España —digo— que domina realmente en tiempos de paz en lo fundamental, es decir, en lo económico y en lo religioso, es la que ofrece más resistencia al autogobierno y a la independencia política de sus regiones naturales. Sabemos hasta qué punto para la España acomodada y eterna a que me refiero, Estados Unidos es modelo de democracia y de libertad. Y sin embargo, a esa España no le interesa para nada prestar atención a un aspecto capital: y es que en el país americano hay tanta diferencia en la concepción y regulación de aspectos esenciales de la vida social —pena de muerte, eutanasia, suicidio o aborto, por ejemplo— entre los diferentes Estados de la Unión que si los fuésemos recorriendo, uno a uno, nos parecería, a no ser por el idioma, que nos encontrábamos en galaxias diferentes. No es preciso recurrir a ejemplos porque son innumerables. Bástenos pensar en lo que en cada Estado decide sobre la pena de muerte, la eutanasia o la libertad de armas de fuego...
Sólo en materia de política internacional, frente al resto del mundo, se unifican los 50 Estados y cierran filas para aunar sus intereses materiales de modo que confluyan sólo en uno: asegurarse su repelente american way of life. Y no obstante, la raza dominadora de España que frecuenta Georgetown para dar lecciones a sus maestros y se fija mucho en aquel que país (campeón de la libertad, incluso antes que Francia), desprecia olímpicamente ese aspecto capital de su organización sociopolítica. Por eso dificulta en el nuestro hasta el paroxismo toda tentativa que pueda desembocar en la fórmula ideal del Estado Federal; la única que encaja en una región del planeta tan singular en todo, tan paradójico, tan contradictorio y tan exasperante en temas de racionalidad. Lo que nos hace estúpidamente en muchos aspectos la vida imposible y nos impide progresar moralmente en el bien más valioso colectivo con que comienza la grandeza: la convivencia pacífica, y no buscando de propósito a todas horas la manera de soliviantarla. Aunque cada mañana aporren nuestras puertas para recordarnos lo que hizo esta o aquella organización, éste o aquél desgraciado, son ellos, no los separatistas, los que no nos dejan dormir... Promover cuanto antes el federalismo se está convirtiendo en imperativo categórico kantiano. Constituyamos Estados independientes en lugar de las Autonomías a las que el Estado central (especialmente a algunas) defrauda constantemente de muchas maneras, no respetando y tergiversando la aplicación de los pactos establecidos en los respectivos Estatutos. Dejemos sólo, como Estados Unidos y Alemania, por ejemplo, las decisiones de política exterior a un Congreso Nacional. Creo que es la única vía para que éste, España, pueda ser, por fin, un gran país.
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por: Jaime Richart (09/04/2005) |
Fuente/Autor:
-Jaime Richart |
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