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Una Ley dichosamente revolucionaria

(2453)

NUNCA ES TARDE SI LA DICHA ES BUENA...
--Es un acontecimiento para todos, homosexuales y heterosexuales de bien, que todos compartamos los mismos derechos morales y materiales relacionados con el matrimonio;

una institución milenaria dirigida a ahormar la familia y la estabilidad en todos los órdenes: material, emocional, anímica y moral de una célula considerada casi desde “siempre” fundamental para la vertebración de la sociedad.

Pero no deja de resulta paradójico que se apruebe y celebre como un hito la ley que permite el matrimonio entre homosexuales, precisamente cuando el instituto matrimonial, tanto el religioso como el civil, está entrando en franca decadencia o cuando menos en una evidente crisis por diversas razones, entre las que destaca las motivaciones económicas y la falta de la mínima estabilidad material que la prole necesita.

Ya sabemos que lo importante en esta conquista legislativa es el nacimiento de la potencialidad de un acto a que va unida todo derecho renunciable, y que aquí nace el gesto político de verdadero progreso social. Pero aunque nunca es tarde si la dicha es buena, y buena es la dicha de que dos homosexuales puedan contraer matrimonio, no deja de ser casi un sarcasmo que se instituya cuando la tendencia cada vez más marcada en la sociedad es precisamente el evitar el matrimonio y proceder casi masivamente a su ruptura.

Vivir en pareja de hecho tiene algunos inconvenientes, pero no tantos al final como los que comporta el matrimonio. La pareja de hecho, sea del sexo que sea, siempre tiene a su alcance previsiones y soluciones contractuales para todo entre dos personas. Es más, la situación de hecho sigue siendo un factor irremplazable de libertad interindividual en todos los aspectos, mientras el matrimonio es fuente de trabas morales que al final son también materiales, que no se dan con tanta intensidad en el otro emparejamiento.

Ni qué decir tiene que, personalmente, aunque llevo 42 años casado y no me ha ido mal, estoy contra el matrimonio experimental. Creo que, al igual que las drogas, sólo son aconsejables cuando se tiene un completo dominio de la voluntad y del raciocinio para hacer uso de ellos de una manera absolutamente responsable y placentera sin pérdida de un ápice de libertad de ninguna de las dos partes. La prole, en estas condiciones de libertad, no debe sufrir las consecuencias cuando el sentido común y el instinto noble, a menudo estragado por las instituciones sociales, reemplaza las afiligradas y rocambolescas medidas adoptadas por personas ajenas a la vida de la pareja y de su descendencia: jueces, procuradores y abogados.

Yo me quedaría con la idea de que la pareja y los hijos, como la salud propia, son cosas demasiado importantes como para dejarlos en manos de los especialistas. En tiempos, además, en la que los especialistas, por definición en una sociedad metalizada como nunca estuvo, están a menudo más atentos a obtener beneficio de todo que de ninguna otra consideración.

Yo instituiría en una sociedad nueva el contrato previo civil entre dos personas que han de convivir, estableciendo minuciosamente derechos y obligaciones. Como una sociedad mercantil. Vencería cuando los hijos alcanzasen la mayoría de edad, y entonces ambos, como en cualquier contrato, estudiarían su posible prórroga, las modificaciones que cupieran, o en su caso la rescisión del mismo.

De todos modos quién sabe si precisamente en la medida que el matrimonio entre heterosexuales ha entrado en decadencia, la institución no se verá revitalizada por la unión legal entre homosexuales. La vida es un constante foco de contradicciones y de paradojas. Un dicho castellano expresivo lo resume muy bien:¡Vivir para ver!

Insertado por: Jaime Richart (02/07/2005)
Fuente/Autor: -Jaime Richart
 

          


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