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Psicosis de democracia

(2571)

DECÍA CARLOS MARX QUE LA IDEA HACE EL RIDÍCULO CUANDO ES DIFERENTE DEL INTERÉS.
- Y a eso nos arriesgamos, al ridículo, quienes nos dedicamos a ideas que no secundan ningún interés -el material se entiende-, ni propio ni de nuestros allegados.

Pero tampoco contraemos compromiso no ya con ideas ajenas, sino ni siquiera con las nuestras propias pues siempre estamos dispuestos a modificarlas, a pulirlas o a corregirlas con la oportunidad y discreción debidas...

A pesar de todo y de poder hacer eventualmente el ridículo, los esfuerzos por mantener la mente joven nunca vienen mal. Y el antropólogo Konrad Lorenz asegura, que para mantener la mente joven, hay que prescindir todos los días a la hora del desayuno de una hipótesis establecida. O lo que es lo mismo, de una idea preconcebida. La hipótesis establecida en este caso, en el desayuno de hoy, es que la democracia que nos envuelve es la fórmula social más apetecible y la menos mala de las posibles; lo que los apolotronados afirman a todas horas desde sus púlpitos mediáticos, empresariales, parlamentarios y sociales. Lamento desengañarles. Es falsa. Pero lo exasperante es que aunque se sugestionen inversamente en cada desayuno de los suyos, ellos lo saben.

Trataré de hacer en relativamente pocas palabras un boceto de la falsedad que vicia a las democracias que tanto les enorgullecen a ésos, y por las que aparentan dejarse la vida otros aunque sólo sea por la erótica de adoctrinar y de hacerse oir, tan potente como la del ejercicio directo del poder. Pero prescindiendo de la justificación que pueda hallarse en esa pulsión freudiana, sepan que sabemos que se están encandilando... por su conveniencia personal y por un caja vacía. Una caja que en cualquier momento de la historia próxima terminará abriéndose como la de Pandora para desparramar todos los males del mundo.

Porque miren vds.:

La democracia occidental es, en primer lugar, una caricatura del modelo griego de democracia; en segundo lugar, una fórmula prostituída de la democracia pulimentada por Montesquieu con su fórmula de la división de poderes que se supone fundamenta al Estado moderno occidental; en tercer lugar, una fórmula funesta para una parte de la humanidad, a la corta; y en último lugar y a la larga, una trampa para alimañas para todo el género humano.

En primer término, la democracia occidental es una caricatura de la democracia griega, porque la democracia griega estaba concebida para poblaciones no superiores a los 25.000 habitantes cuyo número se vigilaba severamente hasta el punto de que en Lacedemonia se castigaba con la muerte al extranjero que intentase mezclarse en la política. Mientras que las naciones occidentales que dicen imitarla, padecen de una altísima demografía donde el ciudadano carece propiamente de identidad, que sí tenía el griego. En las nuestras, sólo los patricios, una ínfima parte de la población. "Pertenece a la naturaleza de la República como forma de Estado -dice Montesquieu- no poseer más que un pequeño territorio, pues sin esta condición no puede subsistir.”. Y sigue, “En una República extensa hay grandes fortunas y, por consiguiente, poca moderación en los espíritus. Hay riquezas demasiado grandes entre las manos de un ciudadano y los intereses se particularizan"... hasta extremos aberrantes, añadiría hoy. Lo comprobamos en Estados Unidos, y empieza a ser alarmante también en España, si es que hasta ahora el hecho había pasado desapercibido.

En segundo término, la democracia occidental es una fórmula prostituída de la democracia como forma de gobierno, porque ni rige el más mínimo principio de igualdad ni asoma voluntad política alguna de intentarse. Y ello, después de haber sido vencidas fácilmente mediante la opresión, la represión y en algunos casos palpitantes también por el terror, las apetencias ciudadanas de igualdad extrema que Montesquieu considera un grave estorbo para ella. Es cierto, que como sigue diciendo éste "el principio de igualdad no consiste en disponer las cosas de tal modo que todos manden, o que nadie sea mandado, sino en obedecer y mandar a sus iguales; que no se trata de no tener un dueño, sino de tener por dueños sólo a los iguales". Es cierto que "en estado natural, los hombres nacen iguales, pero no podrían conservar esta igualdad pues la sociedad se la hace perder, y ya no volverán a ser iguales si no es en virtud de las leyes". Pero el forcejeo potencialmente perturbador del pueblo (que además no se produce hoy) para que prospere la igualdad extrema, considerada por Montesquieu como inconveniente grave para la República, palidece al lado de la inexistencia de una política, "democrática", que, lejos de estar dirigida a una aminoración de las desigualdades, las acrecienta en todas estas sociedades nuestras esplendorosas dramáticamente exponencial, dejando a un lado el latrocinio extramuros al que inmediatamente me refiero.

En tercer lugar, la democracia occidental es funesta para una parte de la humanidad, porque en nombre de ella se están cometiendo las mayores atrocidades en países que vivían pacíficamente desde hace mucho tiempo, y se preparan otras para proseguir el despojo que es lo que sólo las explica.

Y la democracia occidental es, en fin, una trampa para todo el género humano, porque los abusos de las grandes fortunas, los abusos de los poderes económicos auxiliados por los poderes armados y políticos, los abusos derivados de las ambiciones delirantes de poder y frenopáticas de más riqueza, la resuelta voluntad de ir excluyendo a las grandes mayorías de ciudadanos no privilegiados del amparo básico, y los excesos de “lo artificial” están conduciendo al mundo natural a su esclerosis, a las esferas morales de la sociedad humana del Primer Mundo a un estado orgiástico, disoluto y autodestructivo, y a las cada vez mayores extensiones de pobreza del Segundo y Tercer Mundo, presentes y patentes en etnias también en el Primero, a un estado perpetuamente casi agonizante…

No tienen derecho los trovadores de la democracia occidental a obligarnos a que, para ajustarnos a sus apetencias y a su discurso plano, debamos orillar que, según el Banco Mundial, 3.600 millones de personas, es decir, un 56% de la población mundial, aproximadamente la mitad de la humanidad, vive con menos de dos euros al día; que la OIT calcula que un tercio de la población activa está desempleada o subempleada, y que la mitad del género humano no tiene acceso a seguridad de ninguna clase; que Freedom House, una organización que estudia los sistemas políticos de los países, clasifica a 103 de las 192 naciones del mundo como "no libres". Pero lo que ya no dice el Banco Mundial, ni la OIT, ni Freedon House, ni ningúna otra organización amante de las estadísticas es el cuánto del bienestar, de la riqueza y del tejido económico de las 89 naciones "libres" están levantados o sustentados sobre el pago a precios de hambre o del expolio de las materias primas de otros continentes riquísimos en ellas pero pobrísimos de solemnidad, sobre el sudor de millones de niños trabajadores en jornadas de 18 horas, sobre la muerte prematura de millones de seres humanos sacrificados por la misma causa, y sobre la muerte violenta provocada en guerras y crímenes codiciosos por esas naciones "libres".

Vistas las cosas desde la óptica ultramoderna, la democracia griega tenía un baldón, y era que el esclavo, el ilota, no era ciudadano. Ni siquiera persona, sino objeto. Hoy no hay esclavitud institucional en esas naciones "libres", pero sí una pomposa Declaración de Derechos Humanos puesta ahí de adorno por ellas, que no incluye a los seres humanos insurrectos, ésos que no quieren someterse a ellas, ésos que se rebelan contra los abusos instituídos de las naciones "libres" computadas por la "voluntariosa" Freedom House, ésos que son perseguidos hasta la muerte por policías y parapolicías en unos países, y por ejércitos enteros con riesgo cero en otros principalmente situados en el continente asiático. Hoy no hay, relativamente, ilotas "dentro", como en Grecia. Están fuera. Hoy hay fabricantes y al mismo tiempo vendedores, de libertad gaseosa y vigilada, y luego, por otra parte, más de media humanidad que a duras penas sobrevive o vive lo justo para rendir tributo a las tan celebradas democracias. Democracias en el fondo sólo jaleadas por los políticos, por los empresarios de altura, por los periodistas de postín y por los necios. Por eso afirmamos y gritamos que las democracias de los países, unas más y otras menos, son un artificio de la inteligencia para vivir a costa de otros seres humanos, muy cercanos en unos casos, cercanos simplemente en otros y muy distantes en la mayoría de los casos relacionados con el máximo lujo y el “progreso”.

En eso consiste su excelencia y su virtud: en ser una argucia de prestidigitador que, en cada época -liberalismo y colonialismo en el siglo XIX, neoliberalismo y brutalidad en el XXI- se va desvelando a los seres humanos que no estamos dormidos, que aún podemos pensar porque tenemos asegurado el subsistir, que revisamos en cada desayuno las hipótesis preestablecidas y que nos arriesgamos al ridículo.

He hecho una descripción crepuscular, una sinopsis del pragmatismo llevado a sus últimas consecuencias que una parte, la más brutal y poderosa del globo, practica con la complicidad de las naciones que se tienen a sí mismas por “libres” pero también de la decadencia que ya no afecta sólo a una sociedad ni a un país o a un grupo de países, sino al planeta en su conjunto y a su biosfera. De tal manera, que se respira una atmósfera con tanta carga emocional que, con independencia de todos los efectos nefastos de la democracia occidental sobre países y personas señalados, recuerda a la vivida y descrita por quienes dejaron testimonio de la ansiedad que se palpaba y de la psicosis que precedió a la segunda guerra mundial.

Insertado por: Jaime Richart (28/09/2005)
Fuente/Autor: -Jaime Richart
 

          


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