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Salir o no salir del armario móvil

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DE LO PRESCINDIBLE...
Epicuro, el filósofo tan injustamente tratado y desprestigiado por la iglesia católica y los necios, recomendaba a sus alumnos de la Academia: “Vive oculto”.

Para él la amistad (la fraternidad) es un grandioso valor humano, y el placer es de tres clases: uno son naturales y necesarios, otro son naturales pero no necesarios, y otros ni son naturales ni son necesarios. Se comprende que una filosofía, cualquiera, la suya, lo abarca todo. Pero ambas ideas nucleares -la una para cimentar el yo individual y la otra el yo social- a mi juicio bastan para condensar sin más el meollo de un pensamiento completo que yo abracé hace aproximadamente medio siglo. Así me hice devoto del pensamiento de Epicuro. Pero además, procuro tenerlo siempre en cuenta para orientarme.


Desde luego y desde entonces, nunca he olvidado sus enseñanzas. Sin embargo, ¡oh paradoja!, las he vivido de una manera absolutamente contradictoria. Por un lado me he pasado la vida tratando de pasar desapercibido, pero, por otro, no he hecho más que hacerme notar sin poder evitarlo. Y esta contradicción se da simplemente porque, pese a no alcanzar ni los tobillos de Epicuro he desarrollado en buena parte gracias a él plenamente mi discernimiento: sólo mío, muy ajeno al reinante; un pensamiento, por cierto, que por la naturaleza de las cosas tal como yo las entiendo, revolotea casi siempre en zigzag; un pensamiento que sin embargo es coherente hasta donde puede serlo en quien piensa en diversas direcciones y según la materia y la circunstancia que nos recuerdan que todo depende del color del cristal con que se mire.

Sea como fuere, mi satisfacción, aunque con los consiguientes sinsabores de los que nadie se libra en la vida, está en el esfuerzo por ser fiel a mí mismo y en atenerme a ese “vivir oculto” según la máxima epicúrea. Esfuerzo, es decir, voluntad que no ha sido poca en tiempos en que el concepto “voluntad” es menospreciado casi mayoritariamente por las generaciones posteriores a la mía…

Esto viene más o menos a cuento de que con la excusa de mirar por nosotros y el pretexto del terrorismo tal como lo encaran los neocons, el ministerio del Interior nos exige que salgamos del armario “móvil”. Como si todos fuéramos indeseables en potencia. Al grito de “¡identifícate””, nos ponen nuevamente en el disparadero de someternos o renunciar al aparato volviendo al teléfono público... Por si los grandes complejos de sociedades mercantiles -y no mercantiles- domésticas y mundiales no contasen ya con todos nuestros datos de filiación: domicilio, teléfono de cable, IP… y la talla de nuestros calzones y bragas... El ministerio quiere tenernos localizados en todo momento a través de una medida político-policial equivalente a la del juez que hace comparecer semanalmente a los chorizos postineros sospechosos y a los maltratadores en ciernes.

No sé qué diréis vosotros. Yo me lo he planteado así: a medida que van pasando los años y por nuestro propio bien, todos tenemos que ir acostumbrándonos a prescindir de las cosas. Si no lo hacemos de buen grado, la naturaleza nos conmina a la renuncia. Así pues, me lo tomaré como otro revés más. A fin de cuentas mucho peor que esa medida policíaca es estar en paro, no poder pagar la hipoteca, tener que vivir con menos de veinte euros al mes o soportar a un partido en el ayuntamiento y comunidad, como éste y tantos otros, en que resido habitualmente dedicado a saquear las arcas públicas...

Así es que prescindiré del móvil. Estoy seguro de que entre los 15 millones de usuarios anónimos del aparato que al parecer somos, muchos pensarán y harán lo mismo. Es cierto que ya estoy plenamente localizado, pero me niego a identificarme todavía más de lo que ya lo estoy. Pasé la mayor parte de mi vida sin móvil. De manera que prescindir de él no es para tanto. Y por consiguiente, siendo el móvil de prepago una de las pocas cosas que en esta democracia torticera me proporcionaba la sensación de independencia, tener otra vez que identificarme para que me mareen aún más de lo que ya lo estamos, convierte lo que es un placer no natural ni necesario,-a los ojos de Epicuro y a los míos- en un auténtico disgusto.

Al diablo, pues, con el móvil cuando deje de estar operativo porque se ha pasado el plazo de ir, sumisos, cumplir el protocolo.

* A todos los artículos alojados por el mismo autor... (A numerosos enlaces...)

Insertado por: Jaime Richart (06/03/2009)
Fuente/Autor: Jaime Richart.
 

          


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