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Historia de dos mujeres

(4124)

LA CARRERA
-Mariano Cabrero :Ésta pudo haber sido, la playa, el día, la hora…en que la historia de dos mujeres se desarrolló. Se conocieron, se amaron, y en las sombras de la noche se dijeron ¡adiós!...

-Dos mujeres corriendo en la playa (La carrera), 1922, Picaso



Ésta pudo haber sido, la playa, el día, la hora…en que la historia de dos mujeres se desarrolló. Se conocieron, se amaron, y en las sombras de la noche se dijeron ¡adiós!


Cualquier cosa, cualquier acontecimiento puede ocurrir bajo la bóveda del cielo que albergan las estrellas. Y éste que narro fue uno de ellos. Quizá fue un sueño, una inspiración. ¡Y que sé yo…! Este capricho, sueño, inspiración o realidad existe desde la noche de los tiempos. Dos mujeres atadas por el amor, porque el amor existe a nivel universal entre gays, lesbianas y heterosexuales…Y es que si alguien no ama en este mundo, posiblemente, esté esperando la muerte.

Sí existe amor pasional entre mujeres: no lo negaré. Nosotras somos casadas, y hubo cómplices en nuestras relaciones sexuales: el otoño, las hojas que son secretos caídos que lleva el viento, la noche con la fuerza que da el amor… Somos almas ardientes, y buscamos lo siempre deseado. Después –quizás… con un ¡hasta luego!– merecerá la pena haber roto el roble amoroso que nos separaba. “Es hora, nuestra hora de los sueños –me dice mi antigua alumna cuando acude a la cita concertada –, de las relaciones carnales anheladas. Todo está escrito. Despojémonos de nuestras ropas, y busquemos sábanas – sin sogas indiscretas – donde yacer cuerpo contra cuerpo”. Su cuerpo de carne viva –cabellos bronceados y ojos con mirada desnuda – me había hecho su cautiva. Veintitrés años sin rumbo, sin límites humanos…


Sí existe amor pasional entre mujeres: no lo negaré. Allí –en las afueras de la gran ciudad – acaeció nuestro bacanal de mohines y carantoñas. La guarida de nuestro encuentro se encontraba al lado de una salvaje playa, tan salvaje como el ánimo voluptuoso –río profundo – que recorría nuestras venas. Desnudos los cuerpos combatieron sin medida –sobre la arena –, vientre contra vientre, pezones contra pezones… Nuestra sangre fue una y abundante sangre de placer. Mis cincuenta años no me perdonaron tanto exceso amoroso, pero las almas se tranquilizan, precisamente, con lo desconocido… con lo que estaba prohibido y hoy es llamado “opción sexual amorosa”, aunque el sexo sea el mismo. Belleza, armonía, besos ardientes, besos robados, lenguas insaciables, manos temblorosas y húmedas: he aquí el compendio de tantos y tantos orgasmos habidos. Nuestras manos, nuestras bocas cumplieron su misión.


¡Qué lejos quedaban los caprichos! ¡Qué fríos –helados – nuestros cuerpos! Ambas –nuestras voces – exclamaron: “¡Ay deleites perdidos y encontrados! Qué lejos de nosotras estuvisteis. Qué próximo el cielo: ¡lo abrazamos! Qué esclavas de los hombres pernoctamos”. Cerca, muy cerca pulularon testigos las estrellas, y la Luna caprichosa esperaba: humillarnos, inculparnos, violentarnos… Allí, y sobre la playa negra de arena, dos mujeres –madura y joven – sin barreras, valientes, con luz de noche primavera –cuerpo a cuerpo – se entregaron, se amaron, se salvaron…, y llegaron a esculpir sobre una piedra: “Ayer, en tiempo muerto, quizás un instante –sin siniestras intenciones – fuimos más mujeres, en la noche del Dios de las estrellas”.

Un luna débil acariciaba las aguas de la salvaje playa, y las dos mujeres–joven y madura–ya puestas en pie, levantaron sus brazos–amantes antes–, hicieron oscilar sus manos, y se perdieron para siempre, teniendo de testigos las estrellas...


La Coruña, 12 de octubre de 2009
©Mariano Cabrero es escritor









Insertado por: Mariano (12/10/2009)
Fuente/Autor: -Autoría propia/Mariano Cabrero Bárcena
 

          


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