El crecimiento |
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DEGRADACIÓN Y DECADENCIA... |
Razonaba ayer contra el consumo, contra la manía de consumir como receta de algunos economistas. Hoy le toca a uno de los principios económico-políticos más funestos de los últimos cien años para la humanidad y el planeta: el "crecimiento". |
Visto el nivel de degradación que ha alcanzado el planeta por culpa de ambos, el crecimiento comparte el mismo grado de perversión que hay hoy día en el consumo según los parámetros de la economía política. La propia formulación que hacen los economistas del capital acerca del crecimiento y del consumo indica que son ajenos a aspectos que el buen sentido clama hoy a gritos. Pues, ¿a cuánto crecimiento y a cuánto consumo se refieren? ¿hasta cuándo y hasta dónde? ¿dónde ponen el tope cuando todo está globalizado, todo depende de todo y la supervivencia de la humanidad depende de que las economías de los países por separado y todas en conjunto precisamente dejen de crecer? Pero a ellos les da igual, les importa un adarme el impacto del crecimiento incesante en la vida orgánica, en la vida individual, colectiva y planetaria.
Los límites -ellos mismos lo dicen- no son cosa suya: cuanto más se crezca, mejor. El remedio contra el impacto del crecimiento lo dejan para otros, otros especialistas: psicólogos, psiquiatras y moralistas, que son justamente los que menos influencia y fuerza tienen ya en la sociedad pero a los que cada día recurre más la ciudadanía.
Por eso a los economistas de los tiempos actuales hago responsables de todos los desastres. Incluso antes que a políticos y medios, todos concertados para que crecimiento y consumo ilimitados, o sólo frenados por las veleidades del mercado, sean el objetivo. Pese a que el ser humano alardee de ella, a semejante y funesto estrabismo no se le puede llamar racionalidad. El instinto, hoy más exacerbado que nunca y respaldado por la fuerza bruta inusitada, nos gobierna. Pero es el instinto bajo, no el inclinado al bien y por antonomasia el colectivo.
Esa manera de aconsejar y de actuar, la de perseguir a toda costa y a cualquier precio un crecimiento económico sin más límites que los que imponen los mercados (que pasan por libre pero en realidad están todos intervenidos), coincide con lo que cualquier texto sagrado de cualquier religión, y también cualquier sabiduría, llama necedad.
Lo mismo que es de necios mostrarse incapaces de frenarse y dejar de adorar al dios Mercado; al final, otro dios tan nefasto como el que se inventaron judíos y cristianos... En definitiva, cualquier gobernante, rico o economista con una inteligencia desarrollada se ha percatado ya de que el desafío de todas las sociedades capitalistas del siglo XXI no es crecer y consumir. El reto está en ingeniárselas para repartir bastante más equitativamente lo que hay, evitando precisamente consumir sin más y crecer más.
Y no ya sólo por razones humanistas y por sensibilidad ecologista, sino por la cuenta que les trae a los gobiernos y a los opulentos: para impedir que, ante tanto abuso y tanta injusticia, con los sutiles recursos con que cuentan hoy miles de millones de seres humanos para desplegar una estrategia eficaz frente a los poderes fácticos más o menos en la sombra y los directamente opresores, acaben al unìsono lanzándose a la calle a la toma de todos los palacios de invierno del planeta. Pues por esa senda caminamos... 16 Mayo 2012
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por: Jaime Richart (16/05/2012) |
Fuente/Autor:
Jaime Richart |
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