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Elogio de la prostitución

(4949)

-El pensamiento único, como el dogma, son útiles para algunos o para muchos pero en sí mismos un error.

Funcionan por periodos breves de la historia en comparación con la de la humanidad, pero sus pilares acaban siendo arenas movedizas y sus primitivos "valores" graves obstáculos para la justicia social.

El título del presente escrito, prima facie podrá parecer un disparate o una extravagancia, pero si se mira con fina lente de aumento se verá que es una más de las proposiciones del repertorio del pensamiento peregrino libre de prejuicios, es decir, libre de juicios previos asentados generalmente por el interés de grupos sociales que pasan por iluminados y que un día próximo o lejano se pusieron de acuerdo para decirnos qué es y cómo debe ser la realidad…

Aquí, naturalmente, me refiero a la prostitución según se entiende usualmente. No me refiero a la otra por extensión; es decir, a esa otra abominable que pasa por respetable y por no serlo porque, solapada, envuelta en boato y en solemnidad, es la que rige: ésa que comercia con la conciencia o con la voluntad; ésa en cuya virtud los gobernantes venden la soberanía de su país a los bancos o a otro país, o venden armas al tiempo que hipócrita o cínicamente condenan al país que se las compra; ésa que fuerza a un trabajador o a una trabajadora a vender su esfuerzo, su habilidad o su talento por nada y permite a un canalla comprárselos por el precio que se paga al siervo y a menudo a cambio de favores de todo tipo incluidos los sexuales; ésa que trafica con voluntades; ésa presente en tantas transacciones más o menos veladas en un sistema "casi" absolutamente prostituído que todo lo mercantiliza, que convierte todo lo que trata en objeto de comercio y a todas las personas sin relevancia social en mercadería...

Pues bien, en este marco tan deplorable para millones y millones de seres humanos, es hora de ver en la prostitución usual, en el intercambio de sexo por dinero, una práctica noble en contraste con el habitual tráfico de voluntades, de espíritus y de conciencias.

Y a quienes desde planteamientos civiles y no morales se apresuran a oponerse a su legalización porque aducen que detrás de ella están los proxenetas y el crimen organizado, hay que responderles que también detrás de la otra prostitución, la “legal”, ésa nauseabunda a la que me vengo refiriendo, están las mafias, las oligarquías, las gurteles y las asociaciones para delinquir. Por lo que la solución tanto en uno como en otro caso no puede estar sino en perseguir a los depredadores que viven de aquélla y organizan éstas, pero no debe ser un argumento para no legalizarla y para no protejerla.

La prostitución, la prostitución genérica, la de mujeres y la de hombres, la de sexo a cambio de dinero, en efecto, debe ser legalizada, regularizada y dignificada por imperativos de sensatez y de desarrollo. Hay también otros motivos, los macroeconómicos en cuya virtud las transacciones se cuentan por miles de millones, pero estos deben ser lo de menos. El principio es que la prostitución ni es deshonrosa ni es indigna ni es un estigma para quien la ejerce. Al menos ni más deshonrosa ni más indigna que cualquier otro trabajo para otro que paga, a menos que quien lo desempeña lo hace a disgusto pero forzado por la necesidad. Pues en tal caso se igualan.

¿Hay algo más normal y más natural que la cópula o la relación sexual consensuada entre dos seres humanos en la que además no hay damnificados, mientras que en otros intercambios consagrados que no implican al sexo es terrible el quebranto para toda la colectividad?

Porque es que además el rechazo de la prostitución no es siquiera por ser una práctica contra natura, sino meramente cultural y de influencia eminentemente religiosa. Lo mismo que lo es el rechazo de otras prácticas, costumbres, actitudes, comportamientos, condiciones y opciones personales, como la homosexualidad, el aborto o la masturbación. Al contrario, lo que es contra natura es no aceptar lo existente tal como existe en la naturaleza según leyes a menudo flexibles.

Pero hay una esperanza para el cambio de mentalidad, cual es que como las ideas y la percepción de la realidad cambian, dificultosamente pero cambian, y de la misma manera que casi hasta ayer y a sensu contrario en la esclavitud no se veía una monstruosidad como se ve ahora, podemos sostener el principio de que en el humano no hay unas partes de él más dignas de protección o más nobles que otras, pues en último término habría que relacionar esa manera de entender el asunto con la evolución o no evolución de la conciencia colectiva y con las circunstancias sobrevenidas a cada individuo de las que apenas es responsable y en todo caso no es culpable. Pues del carácter del individuo son determinantes la cuna, la educación, la capacidad económica familiar, las oportunidades y en último término el azar. Quien ejerce la prostitución, en definitiva, es tan libre o tan poco libre, tan digno o tan indigno como quien se dedica a la política o a la investigación.

Creo ocioso recordar a estas alturas de la historia que en otras culturas, en la antigua Grecia las hetairas y en la antigua Roma las meretrices gozaban de toda consideración y respeto…

Por lo tanto, la prostitución y quienes la ejercen deben ser rehabilitados y respetados en la medida que deben ser perseguidos y despreciados quienes, directa o indirectamente, arruinan a millones de personas y familias con engaño o sin engaño pero en todo caso con abusos y causando daños irreparables a la sociedad toda. Si hay, en fin, que salvar del oprobio y dignificar a una actividad, ése es el oficio más viejo y también el más natural del mundo...

Jaime Richart
Antropólogo y jurista
17 Abril 2015



Insertado por: Jaime Richart (20/04/2015)
Fuente/Autor: Jaime Richart
 

          


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