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LA REALIDAD
Realidad y felicidad

--A medida que uno va adentrándose en la jungla de la vida, se da cuenta de que por mucha sinergia que se intente poner en marcha para modificar siquiera levemente la realidad que nos circunda, no hay nada que hacer: ni solos, como quijotes o francotiradores, ni entre todos los que no pertenecemos al poder profundo...



Y quienes nos conformamos con poner el grito en el cielo en Internet pero no acudimos a las barricadas por edad o por molicie (prácticamente todos), no hacemos más que reforzar un poco más el tinglado de la "realidad" dominada por unos pocos: los de siempre. Lo único que nos permite esta fórmula de tablón de anuncios que es la Red es drenar -y no es poco- nuestros disgustos y aplacarnos...

Entiéndase por realidad, primero el sistema sociopolítico: constituciones y ordenamiento jurídico. Sistema que, de acuerdo con Gödel, si fuera completo no es consistente y si se considera consistente no es completo. Luego, las estructuras de poder en todas sus expresiones; estructuras que, lejos de ir debilitándose, se robustecen por momentos. Por último, la condición humana prácticamente invariable desde Caín y Abel, modificada solo en el cuánto y el estilo.

En Occidente, ahora no nos crucifican ni nos lapidan ni nos siega la cabeza el verdugo con el hacha por nuestros débiles quejidos o por escribir estas cosas, pero es fácil acabar en un cuartelillo donde nos muelan a palos con tres mil porras eléctricas encargadas por la benemérita después de su éxito reciente en Roquetas o con un tiro a bocajarro en el Metro o deportados a Guantánamo. No morimos por disenterías o por la peste bubónica, pero, hasta alcanzar por suerte o por desgracia el promedio de esperanza de vida, sólo nos mantenemos en pie a base de alcohol, de pastillas o de adormideras (léase televisión-coche-móvil).

No nos sacan a lo bestia una muela, pero nos arrastramos vertiginosamente, agitados, flipados, entontencidos y embrutecidos sin saber qué es verdadero amor y difícilmente distinguiendo entre amiguismo y amistad. Y en todo caso, sin conocer los deliquios que produce la contemplación de la naturaleza virgen, más que en los documentales de La 2 hechos hace 20 años; respiramos aire enrarecido por los cuatro costados y no podemos esperar delicia alguna después de nuestra muerte. No reservamos tres semanas a recorrer mil kilómetros sólo para estrechar la mano de un amigo: nos limitamos a trasladar nuestro tedio, nuestra angustia o nuestro insomnio de una ciudad a otra en pocas horas. Nuestro alimento no depende de heladas, de vientos, de granizos o de riadas, pero nuestro paladar apenas distingue el sabor de una bellota, del gusto a cola o a hamburguesa, nuestra vista no alcanza ya el horizonte, nuestro oído sólo percibe ruido, nuestro olfato ha olvidado el olor de las yerbas finas, nuestro tacto apenas conoce elementos naturales. Nuestros sentidos poco a poco se atrofian y ya no discriminan...

Viviremos más de 80 años (no creamos, edad que también alcanzaba fácilmente todo espíritu creativo con nutrición e higiene normales en pasados siglos), pero que se ponga en contacto a la mayor brevedad conmigo quien, a menos que esté enajenado, toque en un cuarteto de cámara, viva solo en la montaña o recluído en un convento sin saber qué ocurre fuera sepa, no qué es placer, sino felicidad.

>> Autor: Jaime Richart (24/08/2005)
>> Fuente: -Jaime Richart


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