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VIVIR EN VILO
Tiempos muy críticos
Después de haber pasado gran parte quizá sobrecogidos por la idea de la muerte (yo no he visto jamás a un cadáver “en vivo” y voy camino de conseguir ver sólo el mío), llega un momento en que, casi sin sentir, nos encariñamos con la muerte.
Encariñarse con algo o de algo no es desearlo, y menos temerlo. Y encariñarse es sentir por anticipado que vamos a librarnos naturalmente de la coraza de la vida. Al menos con los años empieza a ser una experiencia interna de lo más consolador. Además, hay tiempos, como los actuales, en que la vida vale tan poco en tantos lugares, cuando se mata por nada a quien querría vivir y no se deja morir a quien quiere dejar de vivir, que en el amor desmedido y voluptuoso por la vida podríamos decir hay mucho de sacrilegio.
Pero en todo caso, lo terrible de la muerte no es la muerte en sí, sino la idea del dolor físico, el de la agonía más o menos prolongada que pueda precederla. Pero al final, y quizá por encima de todo, lo que más nos consterna no es tanto el término de la vida, pues lo que sería sencillamente insoportable es imaginar una vida eterna tal como la vivida, sino nuestra ignorancia irreductible sobre la muerte, hecho irrefragable universal. Es bien sabido que sólo amamos lo que conocemos o creemos conocer, y tememos lo desconocido. Sobre lo desconocido es sobre lo que tramamos prevención. Pero frente a la muerte, es inútil intentarla.
Y digo que una vida eterna sería insoportable pues ahí está el mito de Prometeo para explicarlo: encadenado Prometeo por encargo de los dioses en la cima del monte Cáucaso por Hermes, castigado por haber robado el fuego a los dioses, un águila seria enviada por el día para que desgarrara sus entrañas; durante la noche volverían a restablecerse y de nuevo, al clarear el día, se iniciaría el tormento. A mi juicio, este mito destruye cualquier entusiasmo por todo trance de reencarnaciones sucesivas.
El filósofo Manuel Cruz reflexiona sobre "la absurdización de la muerte que contamina todo lo real, devorando el mundo por dentro, vaciándolo del más mínimo sentido". Esto es, que lo absurdo no es la muerte. Lo absurdo es, según él "lo real" infectado por la idea de la muerte una vez perdida la esperanza de que alguien o una religión puedan hacerla comprensible.
Vivimos tiempos muy críticos. Todo discurre como si fuera normal dentro de la singularidad inexorable del día a día. Porque el día a día y la normalidad, se manifiestan en que todo sigue ofreciéndonos concatenado a nuestra vista. Es decir, a una causa corresponde un efecto; a otra causa corresponde otro; un efecto procede de una causa y otro de otra, y así sucesivamente. Y "lo crítico" es la interrupción abrupta de lo "normal" en esa cadena, la irrupción de un elemento imprevisto, quizá previsible pero con el que, por desidia o por atrofia del instinto, el individuo o el rebaño no contaban. Lo crítico es lo que se está acabando y no hay todavía nada equivalente, de valor o significado similar, para reemplazarlo...
Lo crítico, así, se enseñorea de la atmósfera psicológica individual y colectiva. Salimos bruscamente de la rutina, se apodera de nosotros la perpejlidad y no sabemos reaccionar con la actitud adecuada para hacer frente al nuevo estado mental que lo exige. Esa es la crisis.
Vivimos tiempos críticos porque, salvo en el dinero, nadie cree ni confía en nada y en nadie, ni siquiera ya uno en sí mismo; y se ha yuxtapuesto lo absurdo de la muerte a lo absurdo de la vida. Es posible y quizá mejor, no creer en nada. Pero es lamentable no creer en nadie, porque eso significa no creer en los seres queridos o no tenerlos. Tal vez todo hubiera cambiado, si en lugar de haber pasado la existencia intrigados y empeñados inútilmente en descubrir qué pueda haber o no después de la vida, hubiéramos intentado descifrar qué sucede al principio de ella, es decir, si había vida antes de venir a morir a ésta.
Vivimos tiempos críticos, porque no queremos acostumbrarnos a la idea de que tarde o temprano no sólo habremos de morir, sino que habremos de vivir con sobriedad y parquedad forzosas, y que, tal como van las cosas, tenemos casi a la vista el tenebroso día en que nuestros coches no andarán, de nuestros grifos no saldrá agua y que no habrá cosechas para despilfarrar. Y la prueba de que no queremos acostumbrarnos es que el género humano, representado irremediablemente por los máximos responsables políticos, económicos, empresariales y financieros, sigue viviendo como si tal cosa haciendo oídos sordos a la advertencia de los antiguos griegos: los dioses ayudan a los que aceptan y arrastran a los que se resisten... Y desde luego, lo que cada vez está más claro es que todos esos responsables y dirigentes serán arrastrados por los dioses, y nosotros con o tras ellos, a la hecatombe de una sequía y un verano sin fin con su cortejo de episodios atmosféricos zonales más o menos devastadores.....
>> Autor: Jaime Richart (30/09/2005)
>> Fuente: Jaime Richart
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