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LA COHERENCIA Y LA MUJER
Es difícil definirse uno a sí mismo, y muy peligroso si lo que pretendemos es presumir de coherencia.

Y si la coherencia es un rasgo que no vale la pena vigilar ni ideal al que aspirar, sólo quienes la desprecian podrán relacionarse con nosotros.

La sociedad la exige y en sus expectativas lo basa casi siempre todo: desde un contrato de trabajo, hasta el amor, la amistad o las relaciones internacionales. La buena fe, aunque con tanta frecuencia se quiebre, no puede separarse fácilmente de la vida social. La fidelidad, la confianza, la lealtad son inconcebibles sin contar con la coherencia de “el otro” o “la otra”, también entendida como integridad...

Ahora bien, tampoco esa adecuación entre lo manifestado como "ser" y el comportamiento, que es lo que viene a ser lo que llamamos coherencia, es, ni debe ser, vitalicio. Pasamos por fases sucesivas en la vida que van tallando el carácter y minando coherencias abrazadas en otras fases anteriores, si es que una conciencia volitiva nos lo hizo decidir así. Una persona "es", a medida que va siendo. Y la coherencia consiste en ir adaptando nuestro discurso a nuestra conducta, pero antes de ésta. Una persona que dice: "siempre he pensado así" es como un trozo de mármol; ni siquiera un vegetal. Las circunstancias, las emociones, los desengaños, las frustraciones y aun los triunfos van desfilando a lo largo de la existencia y nos modelan, y nos condicionan y nos acaban, y nos conducen, pese al cuidado que los deudos y amantes suelen tener en ocultarlo, a la insignificancia. A final en el polvo nos convertiremos... Sean o hayan sido grandes hombres o mujeres conocidos, o hayan sido grandes o mujeres anónimos.

Empezamos por que un gran ser humano, hombre o mujer, si tiene la debilidad alguna vez de lucir sus habilidades, tampoco ocultará sus defectos. A la mujer esto le resulta mucho más fácil, pues, respecto al hombre apenas tiene doblez, ni la precisa. Rara vez no es ella misma, pese a que cambie con más frecuencia de parecer y sentimientos. Froma parte de su criterio. Pero no engaña; en todo caso se engaña a sí misma por norma, pero siempre de buena fe.

Por eso canto siempre bajo mis discursos, que a algunos y a algunas pueden parecer contrafemeninos, tanto a la virtud social de la mujer en contraste con la que casi proverbialmente falta en el hombre. Hay mentirosos, retorcidos y sobre todo cínicos infinitos, pero no conozco a cínicas, ni siquiera a mentirosas: sólo a fabuladoras y propensas a fantasear...

De todas formas, no es posible o no es fácil que un sexagenario, un hombre de mi generación, asuma de buen grado que los deseables igualitarismo jurídico y social y laboral y axiológico entre el macho y la hembra, pasen de ahí, de esos estadios. Para nosotros las diferencias biológicas, químicas, y moleculares son insuperables. Y no sólo eso: deben cultivarse por el bien de los dos sexos. La androginia, esa yuxtaposición de los sexos en la que se supone míticamente tiene su origen el ser humano, la adscribimos a una eventual excepcionalidad incluso materializada en seres de carne y hueso. Pero no es posible ni aun deseable para la perpetuación de la colmena ir más allá. Eso, suponiendo que la colmena deba mantenerse, pues tal como van las cosas de la Humanidad y del hábitat planeta, empieza a ser cada día más urgente no parir.

En cambio la doblez y el cinismo son, y cada día más en este tiempo, dos execrables cualidades presentes en cada vez más hombres; y lo dramático es que pretenden convertirse socialmente en atributos estimables. Quien miente mejor y con más desenfado, más valor alcanza en la cotización. Un ingenuo y un veraz, poco o nada tienen que hacer en una sociedad contrahecha, artificial y en numerosos aspectos desquiciada ya. Y buena culpa de ello es la politización de la vida social; politización en la que el decir y el desdecirse, el tergiversar y el mentir forman parte de la cadena de grandes mentiras que terminan en lel negocio de los programas televisivos al uso... Podríamos definir a la española, como la sociedad mendaz por antonomasia.
En este panorama la mujer tiene mucho más que decir, y pronto en este país nuestro, para su propio bien, adquirirá un protagonismo el sexo femenino que le redimirá de tanto villano, de tanto pícaro, de tanto violento y de tanto necio. Ello, pese a que salpicadamente sobresalga alguna mujer de dudosa catadura en las responsabilidades públicas.

Como se ve, aquellas abominables cualidades de la doblez y del cinismo para nada encajan como adjetivos en el género femenino. Sólo hombres, aunque a menudo detrás de cada uno pueda haber una mujer -los que van haciendo la historia-, son capaces de los miserables y atroces comportamientos unidos a aquéllas en el devenir histórico de cada pueblo.

Estoy convencido, en fin, de que en un mundo invertido; es decir, en un mundo gobernado por mujeres para quienes la coherencia es más fácil o adquiere aspectos más tornasolados o de franca ductilidad -auxiliadas por hombres de una pieza-, está su salvación. Esto, a condición de que no proliferen ni preponderen las Rice y las Thatcher, dos féminas en versión anglosajona mucho más de temer que muchos hombres. Pues no hay duda: entonces sería mucho peor.

>> Autor: Jaime Richart (15/02/2007)
>> Fuente: Jaime Richart


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