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GARZÓN O LAS DEBILIDADES IMPERDONABLES
Es la falta de tacto social...

La ejecución pública de otro ser humano, la caza y los toros son tres debilidades nacidas del atavismo incompatibles con la función de juzgar.

Tres debilidades sanguinarias que podrán justificarse a sí mismos el común de los mortales con una conciencia permisiva consigo mismo en la medida que es intransigente hacia los demás, pero en absoluto podrá explicar convincentemente quien por su funcionalidad ha de afinar el juicio sobre sí para luego pasar al enjuiciamiento.

Cuando hablo de los toros no me refiero naturalmente tanto al papel de “matador”, que también, como al de darse cita con otros miles de personas para el bajo placer de presenciar la ejecución de un ser vivo; parapetados todos tras un pretendido arte equivalente al que se quiera ver en un ritual de sangre. Cuando hablo de la caza me refiero no tanto al autor de la muerte de un animal que le sirva de alimento, como al que la practica por placer también y además como regalía. Y cuando hablo de la ejecución, parte final de la condena a muerte, me refiero a pronunciarla como juez.

Estando todas y cada una de estas tres debilidades relacionadas con el instinto de agresión, los adelantados más llamados a postular su erradicación son precisamente quienes han abrazado la función de juzgar. Tratándose de un juez de un país en rápida evolución política y social como es el caso de España, si no sólo no comulga con los movimientos sociales dirigidos a extirpar esas debilidades sino que las padece, ese juez se convierte, a ojos de la sensibilidad nerviosa y de la civilidad elemental, en uno de los ciudadanos más abominables de un país que se considera a sí mismo de rango superior respecto a colectividades atrasadas o salvajes.

Desdeño entrar a valorar la conducta general de Garzón a la luz de la ley penal y la disciplinaria de su cuerpo profesional. No sé si Garzón es amante de los toros. Como andaluz que es, sería extraño que no lo fuera. Pero en todo caso lo que juzgo aquí es la manifestación pública a favor de alguna de estas tres lacras, no los gustos o “debilidades” privados, aparte, como decía, las responsabilidades en las que haya podido incurrir; responsabilidades que, como no es tonto, seguro que ha sabido soslayar pese a la apariencia. Pero lo que desde luego no ha evitado es proclamar a los cuatro vientos que es aficionado a la caza de animales cuyos ojos, en el trance del disparo, ha tenido que ver sin que el alma se le partiera al apretar el gatillo. Una persona que juzga a otros todos los días, no puede ser intemperante. El cazador deportivo lo es. Y la temperancia es imprescindible para pasar por justo y para impartir justicia.

Y la otra cuestión es la falta de tacto social obteniendo sobresueldos dando conferencias sin renunciar a los emolumentos por una función que en tanto no las imparte no realiza. Somos muchos los que no hemos precisado de una ley que dictaminase la incompatibilidad entre la función pública y otra actividad remunerada. La ética, al menos la ética pública, no consiste en contentarse públicamente -y menos quien tiene una función pública- con atenerse en el comportamiento personal al mínimum del mínimo moral que es el Código Penal. La ética pasa por otear el entorno social mucho más allá de lo que quieren ver los miserables. Moralidad y ética son bastante más que la ley.

>> Autor: Jaime Richart (13/03/2009)
>> Fuente: Jaime Richart.


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