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EL INSULTO Y LA DIGNIDAD
Los indignados nos representan...
Escribo esto habida cuenta el peligro gubernativo que se cierne sobre los insultadores de las redes sociales… a menos que el insultador sea simpatizante del partido del gobierno.
Seguro que en ningún otro idioma distinto del español-castellano existe un manual tan abundante y variado de insultos; sobre todo de insultos trasnochados que ya nada significan por la evolución de las costumbres salvo para el vademécum de la jurisprudencia de la injuria. Quizá haya tantos, porque en España hay una propensión muy acusada a denigrar y al insulto directo como impacto. Pero no por indignación, pues ésta llega mucho después, justo con la llegada de la democracia aunque en este país sea un simulacro. Porque para indignarse hay que sentir la dignidad. Y dignidad, no la íntima que como la libertad puede sentirse en una mazmorra, sino la pública, no se ha experimentado en España prácticamente hasta ayer: tan atrofiada estaba por la opresión y el despotismo de los regímenes que sucesivamente han ido asolando desde siempre a este país.
En efecto. Los españoles no han tenido sentido de su "dignidad" pública hasta que, tras la dictadura franquista, han visto reconocidos "oficialmente" sus libertades formales y sus derechos: sus derechos civiles, sus derechos sociales, sus derechos laborales, su derecho a discrepar y a elegir... que ahora síntomas de una involución palmaria hacen peligrar. Hasta entonces guardaban celosa y exclusivamente su dignidad para los círculos familiares y sociales de corto recorrido. Frente al poder y los poderosos nadie tenía derecho a invocar dignidad, sencillamente porque la dignidad era patente exclusiva de los que nutrían el poder, de la nobleza, de la curia, de los altos funcionarios y de los miembros de la Iglesia. Fuera de ellos nadie tenía derecho a alegarla y menos a reivindicar dignidad personal.
“Indignación” e “indignados” entran, pues, en escena ayer. El español medio se ha ido sintiendo digno en el ágora tras siglos o milenios de ignorancia y de castración civil.
Los "indignados" nos representan ahora. Ellos son los que antes que nadie han sido conscientes de que la dignidad dificultosamente conquistada está siendo recortada o arrebatada por el poder absoluto; por quienes detentándolo tratan a la ciudadanía con la misma altanería y prepotencia de que hicieron gala sus predecesores a lo largo de la historia.
Dicho todo lo cual y puesto que hemos tomado conciencia de nuestra dignidad y de nuestras “dignidades públicas”, es hora de ir abandonando el insulto directo y el insulto fácil que denigran y rebajan al que los profiere y no a quienes van dirigidos. Y puesto que las intenciones despóticas del poder político, bancario y económico actual son flagrantes, parece llegado el momento de revisar también tácticas y estrategia para vencer, o al menos debilitar, con astucia a los déspotas que nutren las instituciones y los círculos mediáticos. A ellos ya no les hacen mella los insultos gruesos. A nosotros tampoco. A nosotros lo que nos ofende gravemente es que nos tomen por imbéciles…
Y a propósito del insulto, una puntualización. Hemos de avanzar también en esto. Hemos de abandonar el insulto que chirría, el insulto tópico, el insulto que ya nada significa pero puede ser objeto de persecución porque lo siguen reconociendo la jurisprudencia y las mentes pequeñas. Me refiero al insulto burdamente “clásico”.
Pues ya no tiene sentido vocear o tildar a otro “hijo” de quien vende por un tiempo su cuerpo, pues la verdadera gravedad está en la prostitución de la conciencia y de los principios éticos por codicia, por ambición, por soberbia o por lo que sea.
La ramera tiene más escrúpulos que tantos que se prostituyen moralmente tratando de disimularlo, en el sector privado y a lo largo y ancho de todas las instituciones. Vocear o tildar a otro de víctima de infidelidad también carece de sentido; si acaso, lo tendrá para el juez conservador, pues ya no existe el adulterio o no es delito y las relaciones sexuales son libres.
Llamar ladrón a otro que se ha apropiado de lo público empieza a ser infantil, pues para buena parte de la población y a juzgar por la reelección redundante en las urnas de tantos como existen en la política, en la banca y en la empresa, parece a veces ser motivo de orgullo para los depravados aunque sólo sea por la impunidad de la que gozan...
El daño que buscamos y sus efectos los hacen la perífrasis, el rodeo, la ironía, el sarcasmo o el retruécano como formas de desahogo que además no pueden ser perseguidos ni condenados fácilmente.
En las redes sociales, en los twitters, en los facebook, en los whatsapps, en los sms y en el correo caben numerosos y breves apuntes que pueden producir más mella que el insulto estereotipado y la amenaza, perseguidos si no parten de los turiferarios del poder. Lo prueba que lo que más nos ofende es que esa chusma de prácticas vergonzosas desprecie nuestra inteligencia, calculándola por la suya roma y escasa.
Este sentimiento, el de la dignidad, es nuevo, o al menos lo es masivamente. Hay que actuar pues en consecuencia. Hay que abandonar lo que se pretende ofensas, pero son primarias, necias por inútiles y peligrosas por lo que pueden acarrear. Minar la moral de esa legión de soberbios y de mal nacidos con la inteligencia y la imaginación que, excepto precisamente en el poder instituido, son desbordantes en este país es la consigna...
>> Autor: Jaime Richart (29/05/2014)
>> Fuente: Jaime Richart
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