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DIARIO DE UN VIAJE A ECUADOR E ISLAS GALÁPAGOS
Donde un naturalista se siente fascinado por la naturaleza...

Hay un lugar en la Amazonia que está en peligro de desaparecer como paraíso de biodiversidad. Es el Parque Nacional del Yasuni, perteneciente a Ecuador, donde las petroleras han descubierto petroleo...

MI DIARIO DE ECUADOR E ISLAS GALÁPAGOS
(Del 1 al 30 de abril de 2.013)

Día 1: Cuando caía una llovizna que acababa por colarte, sobre las 7 menos cuarto de la mañana, mi mujer y yo nos vamos a la estación de tren de Cerdanyola y tomamos uno con destino a Plaza de Catalunya, en donde cogemos el autobús lanzadera hasta el aeropuerto de El Prat. Previamente, y bajo aquella molesta llovizna, tuvimos que sacar los billetes.

El autobús suele ir lleno de gente con sus maletas. Nos llevan a la Terminal 1, en donde comienzan las típicas molestias de los viajes en avión. Menos mal que llegamos allí sobre las 8,15 horas y nuestro vuelo para Madrid no sale hasta las 11,45.

Nada más entrar al vestíbulo del aeropuerto, buscamos la ventanilla de Iberia. No sé por qué demonios creí que se trataba de Iberia y no de Air Europa, como nos indican.

Así que vamos allí con las 2 maletas y la mochila. Con la facturación de las maletas ya damos el primer paso. Después tenemos que pasar por los controles de seguridad, en donde a mi me hacen quitar y depositar en una bandeja la parka que llevaba puesta, así como el cinturón del pantalón, además de los equipajes de mano, para acto seguido pasarlo todo por el escáner.

Por fin, y después de estos desagradables trámites, en los cuales habíamos invertido una hora larga, pasamos a la zona de embarque, en donde hay muchas tiendas y algún restaurante y, sobre todo, los tan deseados bancos para poder esperar las casi 2 horas y 45 minutos que faltan para la salida del avión.
Éste sale con unos 10 minutos de retraso en dirección a Madrid, en donde se queda.

A continuación comienza el siguiente “Vía crucis” para localizar la línea aérea LAN que nos llevará a Guayaquil.

El aeropuerto de Barajas es enorme y desperdigado; no nos parece tan bonito como el de El Prat. Después de preguntar varias veces, conseguimos llegar a las ventanillas de tránsito de dicha línea aérea, en donde, según nos habían dicho en El Prat, teníamos que solicitar las tarjetas de embarque para Guayaquil. Pero aquí las cosas iban muy lentas. Veíamos pasajeros sudamericanos con grandes y variados bultos, mientras nosotros sólo teníamos que pedir dichas tarjetas de embarque...

Después de la larga espera y conseguir las necesarias tarjetas, comienza el circuito que nos indican para llegar a la T4, en cuya puerta S9 llegaríamos al fin a la sala de espera...

Tal como nos habían indicado en la ventanilla de LAN, teníamos que recorrer un largo pasillo, con paneles que indicaban RSU y tomar un tren lanzadera que te lleva hasta la parada del autobús, el cual, finalmente te lleva hasta la T4, en cuya puerta de embarque S9 nos espera el Boeing 767 que nos llevará a Guayaquil. Este avión nada tiene que ver con el 734, más ruidoso, que nos trajo de Barcelona a Madrid.

Así pues, a las 4,15 salimos en dirección a América. Son 12 horas de viaje, en su mayor parte sobre el Atlántico, soportando el incesante ruido de los motores del avión, así como el cansancio físico de permanecer casi siempre sentado en una butaca. Tenemos tiempo de sobra para ver la película “Casablanca”

Pero al final aterrizamos en el aeropuerto Juan Olmedo de Guayaquil a eso de las 4,30 de la madrugada, hora de España, 11,30 de la noche, hora de Ecuador.
De nuevo, trámites de control, esta vez no demasiado complicados, pero nos encontramos que a mi maleta le habían dado tal paliza, que cuando más tarde la abrimos, veo mi afeitadora tan aplastada en su bolsa..., que pude comprobar luego la rotura del capuchón de plástico que cubre las cuchillas.

A la salida del aeropuerto nos esperaba Guillermo, la persona enviada por el Hotel Continental, quien resulta ser un hombre simpático y que, conduciendo por en medio del desconcertante e infernal tráfico de esta ciudad, finalmente no lleva hasta el hotel, no sin antes indicarnos lo que podíamos ver y dejarnos su tarjeta.
En el hotel nos tenían reservada la habitación 410, pero nos resultó ruidosa por culpa de un extractor que tenían instalado en la parte baja. Comentado el problema en recepción, nos sugieren comprobar otra habitación disponible en compañía de una encargada de habitaciones. Finalmente, nos quedamos hoy, día 2, en la 707 de la planta 7.

Día 2:
Hemos callejeado mucho por la ciudad, deleitándonos con la visión de las iguanas del Parque Simón Bolivar, frente a la Catedral de Guayaquil. También visitamos el Malecón 2.000, un bonito paseo de 3,5 kilómetros de largo, en donde hay una zona comercial y un cine Imax, entre otras atracciones. Las vistas del río Guayas son sencillamente fantásticas.

Pero el calor es insoportable. Sobre las 6 de la tarde se nos ocurre la idea de ir a ver en autobús urbano la Gran Terminal de Autobuses, situada a unos 4 kilómetros del centro, viendo una muestra de la conducción casi suicida de los autobuses urbanos.

Hubo un momento en que, en medio de un tráfico infernal, el autobús casi roza a otros autobuses. Los cláxones de los vehículos suenan muy a menudo. Como nos
comentaría en cierta ocasión un taxista, en esta ciudad impera el sentido de conservación de cada conductor, a falta de delimitación de carriles y señales.

Hay muchos guardias de tráfico intentando ordenar este caos circulatorio. Por
cierto, a la hora de cruzar una calle hay que poner los cinco sentidos...

La estación terminal terrestre es enorme, pues en Ecuador se utiliza masivamente el transporte público en autobús, ya que no hay trenes, si bien el actual gobierno está tratando de rehabilitarlos. Ahora bien, algunas flotas de autobuses y autocares son muy incómodas para el viajero, pues carecen de aire acondicionado en una zona tan calurosa como la costera. Se trata de viejos modelos humeantes y ruidosos.

Día 3:
Nos levantamos a las 7 y vamos en busca de una agencia de viajes, que son escasas incluso en el centro de la ciudad. Finalmente encontramos una. Queremos visitar la Reserva de Manglares de Churute, a unos 50 kilómetros de Guayaquil, pero el presupuesto de 170 dólares por persona para una excursión de un día nos parece excesivo. Ni tampoco aceptamos el pago de 112 que nos piden por el viaje de ida y vuelta arreglado con una amiga de la empleada de la agencia, la cual posee una empresa de alquiler de coches.

Finalmente, y después de pactar el viaje con una persona recomendada en recepción del hotel, que resultó ser un taxista llamado Pepe, mañana, día 4, quedamos para que nos recoja y nos lleve a la referida reserva.

Pero antes de que esto ocurra, hoy acordamos con otro taxista de confianza del hotel un precio de ida y vuelta al Jardín Botánico de Guayaquil, que está a las afueras y que fue de 20 dólares.

A eso de las 13 horas viajamos en dirección a dicho Jardín Botánico, que resultó ser muy interesante, pues aquí no sólo se pueden ver especies de árboles de la selva amazónica, sino muchas aves y mariposas. Alrededor de las 4 de la tarde regresamos al hotel en el taxi conducido por Cristóbal, un muchacho bastante charlatán. Comemos en el centro de la ciudad y aún nos queda tiempo para dar un largo paseo por el Malecón 2.000.

Día 4:
Según lo acordado el día anterior, a las 8 de la mañana nos aguarda el taxista Pepe Suarez a la salida del hotel para llevarnos a la Reserva de Manglares de Churute. Después de dejar la ciudad a través de un tráfico infernal, enfilamos una especie de autovía de pago (1 dólar) y a través de un bonito paisaje de verdes campos de caña de azucar, bananos, arrozales, mangos y muchas otras especies tropicales, en donde se alimenta el ganado vacuno y muchos caballos con la abundante hierba, llegamos finalmente a la entrada de la reserva, en donde nos recibe un muchacho muy atento, quien esperaba a un grupo de turistas ingleses.

En principio teníamos la intención de hacer el recorrido en solitario, a lo cual no se oponía el joven, pero nos aconseja que nos unamos al grupo por un precio de 40 dólares, y nunca nos arrepentiríamos de haberlo hecho. Así pues, iba a ser una experiencia inolvidable.

A los 10 minutos de nuestra llegada vemos aparecer una furgoneta Mercedes de gran capacidad, de la que se bajan los turistas ingleses, se dirigen a recepción y poco después subimos todos. Entre los amigos del joven recepcionista hay un señor que habla bastante bien el inglés.

Nos desviamos de la carretera principal y comenzamos a atravesar una zona casi selvática con una gran variedad de árboles tropicales. La pista que nos va aproximando a los manglares está llena de hoyos y es tan estrecha, que cuando aparece de vez en cuando otro vehículo de frente, los conductores tienen que hacer verdaderos prodigios para poder pasar sin rozarse.

Abandonamos el vehículo en lo que podríamos llamar la puerta de entrada a los manglares, en donde podemos ver algunas casas típicas con sus animales domésticos y oímos el canto insistente de los ruiseñores, además de otras especies. Siempre nos rodea el intenso verdor de infinidad de árboles de zonas tropicales y selváticas, pues aquí tenemos una muestra de manglares y selva amazónica.

Caminamos por un estrecho y largo sendero abierto entre los mangles, verdaderos caprichos de la naturaleza, hasta que llegamos a un embarcadero de canoas a motor.

Y aquí comenzamos un recorrido a través de los largos tramos de agua que separan los manglares, como si cada parte tuviera vida independiente. Nos vemos sorprendidos por numerosas aves, como garzas, una especie de córvido, ibis escarlata e incluso un águila pescadora en plena faena, además de otras especies. Lo único molesto es el motor de la canoa.

En el camino de regreso de los manglares tomamos otro sendero, que nos introduce lentamente en la selva.

Previamente nos embadurnamos de repelente de mosquitos.
Podríamos decir que la selva es una fantástica unidad viviente difícil de describir en toda su dimensión. Todos hemos visto películas de la selva, pero estar allí en vivo es muy diferente.

Es una auténtica y única experiencia para un naturalista, que al menos una vez en la vida debería vivir. Ni siquiera hace falta que veas a los animales, pues la verdad es que los sientes cerca de ti. Desde estridentes cigarras, pasando por numerosas arañas, parece que todos los animales de la creación están presentes.

Pero la principal atracción de esta zona son los monos aulladores, de los que
logramos ver 3 o 4. También el tan ansiado colibrí aparece ante nuestra mirada.

Después de una hora y media de caminata a través de esta selva, de nuevo subimos a la furgoneta, que nos espera en la pista. Así, durante un buen rato viajamos lentamente hasta una granja dedicada al cultivo del cacao, principal riqueza del país. Nos recibe una encantadora muchacha quien, junto con su hermana, nos tenía preparada la comida, consistente en frutos tropicales y el maravilloso cacao, de cuya elaboración nos hablan. El grupo de turistas del que formamos parte parece muy interesado en todo lo que nos explican. Nos presentan a un grupo de hombres, quienes, sentados bajo un cobertizo, se afanan en practicar injertos para mejorar la producción del cacao.

En resumen, son momentos inolvidables con un grupo de personas rebosantes de amabilidad y alegría.

Poco después nos separamos del grupo de ingleses y nos subimos a la furgoneta con caja trasera (pick up) utilizada por el joven recepcionista, que nos lleva hasta la entrada de la reserva, en donde nos aguarda el taxi.

El coste de la visita de hoy ha sido de 55 dólares, incluida la comida, 15 dólares. El taxista nos cobra 60 dólares ida y vuelta. No nos parece excesivo.

Día 5:
Dado que en Ecuador el turismo es una de las fuentes de ingresos más importantes, parece que todas aquellas personas necesitadas de dinero, que son muchas, por desgracia, se muestras amabilísimas. Los taxistas seguros, es decir, aquellos que están al servicio del hotel, nos abordan nada más salir a la calle, ofreciéndonos sus servicios.

Y es que resultan muy cómodos y relativamente baratos, a pesar de que hacen
giros bruscos cuando menos te lo imaginas, pero así es el tráfico en Guayaquil,
sencillamente casi temerario.

Así pues, hoy también tomamos un taxi, cuyo conductor, un joven bastante charlatán, nos cobra 8 dólares por llevarnos al Parque Histórico de Guayaquil, que es el doble de lo indicado en mi Guia de Ecuador, de lo cual nos damos cuenta cuando ya estábamos embarcados.

Se lo comento y me dice que no es así cuando se trata de un taxi seguro.
Evidentemente nos resignamos, ya que el acuerdo en el precio ya lo habíamos
aceptado. Para el viaje de vuelta optamos por coger el autobús, que para a unos
200 metros de la salida del Parque Histórico.

Precio: 0,25 centavos de dólar, pero no te dan billete. La visita a este recinto es algo que ningún turista debe perderse, pues allí podrá ver desde una muestra de los manglares de los que Ecuador podía estar orgulloso antes de que los destruyeran casi todos a causa de la industria de los camarones, pasando por varias especies de mamíferos, aves, plantas tropicales, hasta una muestra de la vida rural de antaño, con una casa de cañas de bambú y una hacienda de ricos.

Por la tarde aún hicimos otra agradable excursión al subirnos a bordo de un barco llamado “Capitán Morgan”, que hace un recorrido de una hora por el río Guayas, dándote la oportunidad de unas buenas vistas del Malecón 2.000 y otras barriadas costeras.

Día 6:
Hoy hemos tenido un día bastante tranquilo preparando nuestra visita a las Galápagos, por lo que no hemos hecho ninguna visita digna de mención. Tan sólo visitar uno de los muchos mercados de artesanía que hay en la ciudad y deambular arriba y abajo por ese paseo tan bonito que es el Malecón 2.000, en donde cenamos probando una “humita”, que es una especie de masa (probablemente yuca) envuelta en unas hojas verdes, la cual es muy típica de Ecuador.

Decir que desde que hemos llegado hace tanto calor, que tenemos la impresión de estar dentro de una sauna. Se trata de un calor tropical que marea, pues hay una elevada humedad.

Por las calles van muchachos con bolsas de plástico repletas de botellas de
“agua purificada”, que venden entre 35 y 40 centavos la botella pequeña.

Día 7:
Hoy hemos querido conocer una playa de Ecuador. Por lo tanto, a eso de las 9 tomamos el Metrovía en dirección a la Terminal Terrestre de Autobuses que, como dijimos, es enorme.

Casualmente una señora, a la que acompaña una hija, nos indica el camino hasta
la taquilla –que aquí llaman boletería- y hasta el andén de donde salen los
autobuses para Salinas, que se encuentra a unos 150 kilómetros de Guayaquil.

En la Terminal Terrestre es tal el trasiego de gente, autobuses, taxis y coches en
los alrededores, que resulta muy fácil perderse si no estás atento a los
paneles indicadores. El transporte público está en manos de empresas
cooperativas. Imagínense que desde aquí salen autobuses para todos los rincones del país, que, como hemos dicho, carece de líneas férreas.

Por fin llegamos al andén correspondiente y no tardó mucho en aparecer el autobús para Salinas. Tiene aire acondicionado. No así una buena parte de los que circulan por la ciudad de Guayaquil, que son auténticas tartanas para los estándares europeos. No obstante, nos parecen divertidos por los muchos letreros que llevan pegados para indicar dónde van. Muchos llevan las puertas abiertas y no tienen una parada fija, sino que paran cuando les das el alto. Como tampoco podría ser de otro modo, resultan baratísimos, al menos para nuestros bolsillos.

En cuanto al Metrovía, es oportuno decir que se trata de otra alternativa de transporte masivo, también barato, pero un poquito más confortable. Se trata de un autobús que circula por un exclusivo carril-bus y que tiene paradas cubiertas, cerradas y con taquilla, es decir, con una especie de andén al que accedes a través de una barrera, después de sacar tu billete.

Salinas resultó ser una playa abarrotada de bañistas en una especie de pequeña bahía que se extiende una par de kilómetros, en donde el mar va ganando terreno a la playa, hasta el punto en que las olas alcanzan a los bañistas en la arena, refugiados de los terribles rayos del sol bajo esa especie de parasol sobre 4 patas. Dado que hay muchos yates y motos de agua, así como barcos grandes en la lejanía, el agua no está tan limpia como creíamos, por lo que yo solamente decido darme un pequeño chapuzón.

Al poco rato dejamos la ardiente playa y salimos al paseo, que no es más que una larga acera con algunas palmeras. Tanto dentro del pueblo como en primera línea de playa hay muchos restaurantes y chiringuitos, en donde sirven mariscos y comidas típicas de la región. En uno de ellos decidimos quedarnos. La comida suele ser bastante económica.

Pero lo más molesto vino poco después de la comida, cuando tratamos de coger uno de los autobuses para nuestro regreso a Guayaquil, pues resulta algo tercermundista. Imagínense una gran multitud intentando sacar billete delante de unas taquillas (de 3 sólo abrían 2) y bajo un sol de justicia durante al menos una hora y con la particularidad de que mucha gente intenta colarse, por lo que se producen abucheos.

Por otra parte, los autobuses que se van llenando de gente tienen que
salir abriéndose paso por en medio de quienes esperan sacar billete. Jamás
habíamos vista algo tan mal organizado.

Pero todo llega, y por fin me veo casi en volandas ante la boletería (un minúsculo agujero) y pido 2 billetes de tercera edad (más económico), pero me dice que tendría que ser en el autobús siguiente, por lo que opto por el precio normal, es decir, 6,50 dólares.

Inmediatamente subimos al autobús, que tarda unas 3 horas en cubrir la distancia a Guayaquil por una carretera con muchísimo tráfico. Eso sí, utilizan
los arcenes y las medianas para adelantar, así como las cajas de las camionetas
para llevar personas. En fin, viendo todo esto es como se conoce un país.

Día 8:
Hoy entre la agencia de viajes y una caminata por el Malecón 2.000 se nos fue casi todo el día. En la agencia de viajes arreglamos el viaje a las Islas Galápagos, del que esperamos emocionantes momentos que intentaremos describir de la mejor manera.

Día 9:
Hoy podríamos decir que ha sido una jornada de reflexión, que la pasamos callejeando por la ciudad, especialmente por el Malecón, en un intento de huir del sofocante calor. Cenamos en el hotel. Poco antes, mi mujer me advierte de un ligero seísmo, justamente a las 20 horas, que hace que se mueva el sofá en donde estaba sentada. Y en aquellos precisos momentos vemos a una presentadora de la televisión dar la noticia, quitándole importancia. “No se preocupen, sólo ha sido un ligero movimiento...”, dijo.

La posibilidad de un movimiento sísmico –un terremoto- no había pasado aún por nuestras cabezas, como cabe imaginarse, pero ahora nos damos cuenta que estamos en una zona sensible a estos fenómenos.
Mañana saldremos hacia las Galápagos.

Día 10:
Nos levantamos muy pronto y a las 7 ya estaba Pepe esperándonos con el taxi a la salida del hotel para llevarnos al aeropuerto. Salimos hacia Galápagos a las 10 en punto y aterrizamos en la isla de Baltra a las 11,30, pero entonces deberíamos atrasar nuestros relojes una hora, de modo que son aquí las 10,30.

En el aeropuerto nos aguarda un tal Alex, que nos lleva, como encargado de recogernos, hasta un minibús en donde le espera otro joven conductor. Alex es muy amable, como casi toda la gente que vive con la ayuda de propinas. Coge nuestro pequeño equipaje y lo coloca en la parte delantera del minibús. Nos llevan, junto con otros turistas, hasta el embarcadero de Santa Cruz. Pasamos al otro lado de una especie de lengua de mar llena de bonitos barquitos, vigilados desde el aire por el vuelo de las fragatas. Allí nos espera una camioneta o pick up, que conduce Alex, quien finalmente y a través de unos 42 kilómetros en la isla de Santa Cruz, con un paisaje árido y volcánico, repleto de opuntias, nos lleva a Puerto Ayora, la capital de la isla.

A medida que nos acercamos a Puerto Ayora, cambia el paisaje, siendo ahora
un denso bosque de escalesias. Finalmente Alex nos lleva hasta el hotel
Pellican Bay, que resulta ser nada pretencioso, pero limpio.

Pasamos la tarde en la Estación Científica Charles Darwin, en donde vemos por primera vez las tortugas gigantes, además de muchas aves, iguanas de mar y de tierra y una gran cantidad de especies vegetales, en donde sobresalen las opuntias, una especie de cactus gigante con apariencia de chumbera. Vemos también pelícanos, una garza real, gaviotas raras y muchas fragatas en vuelo sobre la bahía.

Por todas partes hay restos de rocas volcánicas, muchas en la pequeña playa cerca de la estación científica.

Día 11:
Según lo acordado en la tarde de ayer con una de tantas agencias de Puerto Ayora que organizan visitas guiadas y cruceros a las islas, hoy hemos madrugado mucho para estar a las 7 delante de la agencia situada en una calle lateral de la avenida Charles Darwin. Enseguida aparece Javier, un turoperador de origen catalán que nos atendió la víspera.

Vamos a viajar a la isla Isabela por medio de una lancha rápida. Cuando apareció el resto del grupo –unas 12 personas- nos dirigimos al embarcadero y pasamos los controles biosanitarios y de cuarentena especificados por la dirección del parque. Decir que para entrar al Parque Nacional Galápagos es necesario pagar ya en el aeropuerto de Baltra una cuota de entrada de 100 dólares por persona. Y siguiendo con mi relato de hoy, a continuación nos hacen embarcar en unas barcazas de color amarillo que llaman taxi (este nombre figura también escrito en la misma barca); ésta nos lleva hasta la lancha rápida MI SOL, que poco después zarpa con el molesto ruido que producen dos potentes motores fuera borda Yamaha.

Viajamos a unas 23 millas náuticas por hora, unos 80 kilómetros aproximadamente. Pero tardaríamos en llegar a Isabela unas 2 horas largas. Resulta un viaje muy pesado por lo ingrato del ruido constante y los embates contra las olas, tratando de romper su resistencia, de lo cual se deduce que el estado del mar no era el más adecuado. Como todo el mundo sabe, la otra opción es hacer un crucero en embarcaciones de mayor calado, pero resulta más caro, aunque por la diferencia de precio merece la pena siempre que dispongas de tiempo suficiente.

Cuando llegamos al puerto de Isabela, nos hacen bajar a unas barcazas que nos llevan a tierra.

Nuestro grupo es recibido por un tal Faustino, el guía que nos acompañaría todo el tiempo, un hombre bajito y muy curtido por el sol. Entonces comenzamos el recorrido por esta especie de paraíso repleto de fauna. Llama la atención la mansedumbre o docilidad con la que las aves y los mamíferos reciben a los humanos, pues no se asustan, en contraste con otras partes del mundo, que
huyen aterrorizados cuando nos ven. La zona está repleta de barcos
turísticos. Sin embargo, Isabela está aún muy poco poblada. Tiene 2 volcanes
que aún no se han extinguido del todo.

En primer lugar visitamos el Centro de Recuperación de Tortugas Gigantes, toda una experiencia, pues aquí nacen y se crían las tortugas propias de las Islas Galápagos hasta que tienen la edad adecuada para ser introducidas en la isla que le corresponde. Es una forma de evitar la extinción de la especie provocada por el hombre al traer al archipiélago diversos parásitos que han hecho descender mucho su número en las últimas décadas.

Vemos después una zona semejante a un paisaje lunar, en donde un sendero nos lleva a una especie de grieta por la que merodean tintoreras, una especie de tiburón. Vemos lagartijas de lava casi por todas partes, grandes y pequeños cangrejos, iguanas de mar y de tierra y muchísimas aves, entre las que destacan pelícanos, fragatas, piqueros de patas azules e incluso un pingüino tropical, endémico de las islas y difícil de ver en esta época del año.
Sobre las 2 de la tarde, comemos en un restaurante cercano al puerto. Después de lo cual nos subimos a una barca para hacer un circuito por la bahía. Muchas personas del grupo aprovechan la ocasión para practicar buceo de superficie, tan de moda en las Galápagos.

Finalizado este delicioso circuito, en donde de nuevo vemos muchas aves, entre
las que se encuentran los graciosos piqueros de patas azules, embarcamos otra
vez en la lancha MI SOL para otro pesado viaje de regreso a Puerto Ayora. Pero mereció la pena visitar esta preciosa isla llamada Isabela, si bien resulta un poco caro el pago de 160 dólares por la excursión para 2 personas, más otras 40 por la entrada a la isla.

Día 12:
En las afueras de Puerto Ayora existe un sendero que discurre a través del llamado bosque seco costero, una auténtica y particular selva llena de opuntias y otras muchas especies vegetales. Aquí se puede oír el sonido de muchas pequeñas aves, que pronto podemos ver. Destaca un pájaro de cola larga, vientre blancuzco, alas con pintas pardas y patas también largas. Asimismo destacan los pinzones, unos negros y otros pardos y pájaros negros casi del tamaño de un cuervo, pero con pico de pinzón.

Y todos tienen una característica en común: no se asustan de nuestra presencia. También aquí, a pesar de la proximidad de la costa, hace muchísimo calor. Nos llama la atención la costumbre de algunos pinzones de agazaparse en el suelo a lo largo del sendero, extendiendo sus alas, quedándose luego casi inmóviles. Imaginamos que lo hacen para desparasitarse o simplemente para disfrutar del terrible calor que penetra en el empedrado del camino...

Por otra parte, estamos en la época del apareamiento de muchas aves, pero hay otras que ya han sacado a sus vástagos, que siguen a sus padres de rama en rama, pero sus sonidos son muy diferentes a los de las aves de Europa.

El referido sendero empedrado conduce a Tortuga Bay. Después de unos 45 minutos de caminata y de pasar por el registro de visitantes, situado poco después del Centro de Estudios Cifuentes, llegamos a nuestra meta, y aquí se abre una bonita playa de arena fina, pero no apta para el baño por varios peligros, entre ellos la fuerte resaca. Vemos pelícanos, iguanas marinas y una especie de correlimos que se desplaza dando carreritas sobre la arena. También vemos muchos cangrejos, que al vernos se introducen rápidamente en sus agujeros y casi no nos da tiempo a fotografiarlos.

A partir de esta playa uno tiene que caminar algo más de 15 minutos bajo un sol de justicia para encontrar otro auténtico paraíso: los manglares de Mangrove, en donde vemos en una especie de laguna marina apta para el baño y que forma una playa paradisíaca, mucha gente que disfruta con el baño o practica buceo de superficie.

Vemos unos cuantos yates blancos en estas aguas cálidas y transparentes. Sin embargo, dado que esta zona se separa un poco de la playa abierta, es bastante más bochornosa que la playa que acabamos de pasar.

Desde que dejamos Puerto Ayora no hemos dejado de sudar –literalmente nos derretimos-, de manera que cuando entramos en el restaurante del pueblo para comer, la vista de una botella de cerveza es algo que resulta muy tentador, después de haber bebido otra de agua purificada procedente del continente.

Día 13:
Amanece un nuevo día en Galápagos y sigue haciendo un fuerte calor. A eso de las 9 paramos una camioneta-taxi en la avenida Charles Darwin para ir hasta la playa El Garrapatero. Nos deja al final de la carretera. A partir de aquí hay un sendero empedrado, a través del cual se tardan 15 minutos en llegar a una playa de finísima arena blanca y zonas de piedras volcánicas. Existe una laguna en donde se pueden ver flamencos, pollas de agua de las Galápagos y cigüeñuelas de cuello negro.

En la selva que rodea la laguna hay numerosos pájaros, entre los
que destacan los pinzones. En la playa hay muchos insectos, sobre todo una
especie de tábano, que cuentan que no pica sino que muerde. Tuve ocasión de
comprobarlo nada más salir del agua, que es precisamente cuando más muerden.

Así pues, poco antes de las 13 horas estábamos ya esperando al Mesías, que así se llama el taxista que por 30 dólares nos trajo aquí y ahora nos devuelve al hotel. Pero en el viaje de ida habíamos acordado también la salida de mañana, día 14, a un lugar cercano al de cría de tortugas gigantes llamado El Chato, en donde podríamos ver al fin tortugas gigantes en libertad. Para ello contamos con el inestimable consejo del Mesías.

Día 14:
A eso de las 9 vamos camino de la parte alta de Santa Cruz, una zona de parque natural verde y húmedo, en donde comenzamos a ver las primeras tortugas. Vemos también unos cuantos rebaños de ganado vacuno y algunos caballos. Tenemos que caminar durante aproximadamente un par de horas a través de una selva compuesta de escalesias, taranjos, opuntias y alguna guayaba, además de muchas otras especies. El suelo está alfombrado de hierba verde y algunos surcos de agua, que junto con el elevado calor y humedad, constituye el lugar ideal para las tortugas.

Pero no para nosotros, que sudamos como nunca habíamos sudado; el consuelo
es que nos encontramos a cada paso con tortugas grandes y pequeñas. El Mesías, además de transportista, es nuestro guía y nos explica los detalles de la zona y lo de las tortugas. Estamos a unos 600 metros de altura sobre el nivel del
mar y la montaña es un vergel. Probamos la guayaba, que para mi resultó ser un
manjar líquido en tales circunstancias.

Visitamos también Los Gemelos, 2 hundimientos del terreno en la montaña provocados por colapso de placas hace miles de años. Están situados a unos cuantos kilómetros más abajo de la zona de las tortugas gigantes, cerca de la carretera. Asimismo vemos en este viaje el lugar en donde se formaron unos túneles muy profundos, de unos 200 metros de largo, los cuales están levemente iluminados con luz eléctrica, pero tienen goteras, por lo que no pasamos de unos cuantos metros de la entrada. El resto nos lo imaginamos...

Por lo tanto aquí damos por terminada la salida de hoy, volviendo con el Mesías a Pellican Bay a eso de las 13 horas. El coste del viaje de ida y vuelta es de 35 dólares, pero teniendo en cuenta que el taxista también hizo de guía, le pagamos 60 y se quedó la mar de contento. Era un joven simpático, que hablaba mucho.

Día 15:
Una de las últimas y más importante de las excursiones en Galápagos es la que realizamos hoy a Seymur Norte y la playa de Bachas.

A las 8,15 de la mañana pasó el minibús de una de las agencias que organizan dichas excursiones entre las islas para recogernos a la salida del hotel Pellican Bay. Con el minibús lleno de gente pusimos rumbo al embarcadero de Santa Cruz, situado, como ya hemos dicho, al norte de la isla, a unos 42 kilómetros de Puerto Ayora.

Allí nos hacen bajar y subir a una zódiac con motor fuera borda, parecida a las de salvamento de nuestra Guardia Civil, con capacidad para unas 10 personas, por lo que son necesarios 2 viajes para llevarnos a todos hasta la lancha La Española I, fondeada a unos 80 metros del embarcadero. Al poner el pie en la lancha, inmediatamente nos hacen descalzar y así permanecer todo el tiempo que duró el viaje. El detalle no les importó demasiado al grupo, pues el primer destino sería una bonita playa en donde ver algunas aves y, asimismo, los aficionados al buceo de superficie disfrutan de lo lindo. Estamos en la playa de Bachas.

Después de una hora de permanencia allí nos transbordan de nuevo a la lancha, continuando el viaje hasta Seymur Norte. Decir que esta lancha nada tiene que ver con la que nos llevó a Isabela: es mucho menos ruidosa y más espaciosa. Nos sirven la comida a bordo, pero las bebidas las tendríamos que pagar aparte al final del viaje.

Cuando ponemos los pies en Seymur Norte nos quedamos fascinados con la gran cantidad de aves que viven en la isla. Nada más llegar a la costa vimos los primeros alcatraces o piqueros patiazules. Luego, un largo sendero pedregoso nos lleva hasta los lugares de cría de las fragatas, aquellas aves que tantas veces habíamos visto volar en otras partes de las islas. Pero aquí es distinto: anidan y hay galanteos. Estas curiosas aves, que son bastante pendencieras, pues roban el pescado a otras especies durante el vuelo, fascinan con su presencia a todos quienes formamos el grupo de turistas, que no cesamos de tomar fotos. Podríamos calcular decenas de individuos congregados tanto en el suelo como en los palos santos de la zona.

Después veríamos muy de cerca los piqueros patiazules incluso en el momento de mostrar ese galanteo tan curioso.

Aparte de los acantilados costeros, aquí se concentra una buena parte de ellos.
Aún disponemos de tiempo para ver también algunos leones marinos y gaviotas, antes de embarcar de nuevo para regresar a Puerto Ayora.

Día 16: Y bien, 7 días no dan para más por muy bien que uno se organice una visita a las Galápagos. De tal manera, que hoy a las 9 de la mañana aparece por el Pellican Bay nuestro taxista, Alex, que nos lleva al aeropuerto de Baltra, en donde, tras los trámites pertinentes, tomamos el avión de regreso a Guayaquil, y volvemos con la sensación de haber vivido una experiencia inolvidable, una experiencia que todo naturalista desearía haber realizado al menos una vez en su vida.

Descansamos durante la tarde dando uno de tantos paseos por el Malecón, único lugar relativamente tranquilo de esta caótica ciudad. Pero una repentina lluvia estuvo a punto de calarnos.

Día 17:
Hoy hemos decidido tomar un día de descanso y, como en otras ocasiones, nos hemos dedicado a callejear por la ciudad. Después de una buena siesta, vemos un buen rato la televisión y volvemos a salir a la calle. Ya no llueve. Más tarde, después de comer en el hotel, preparamos una bolsa con ropa –lo más necesario- para nuestro viaje de mañana a una de las ciudades más bonitas de Ecuador: Cuenca.

Día 18:
Un taxi nos lleva a la Terminal Terrestre, en donde tomamos un autobús sin aire acondicionado que nos llevaría hasta Cuenca. Salimos a las 9 de la mañana, y después de atravesar un paisaje llano y caluroso, con arrozales y bananos, comienza la ascensión a los Andes, y por estas latitudes entendemos entonces que no es necesario el aire acondicionado.

Los picachos son tan altos y los valles tan profundos, que de vez en cuando vemos allá abajo un inmenso mar de nubes. La vegetación ha ido variando con la altura: desde especies propias de una selva lluviosa a prado alpino o páramos, pasando por manchas de pino de los Andes, introducido aquí desde California.

Al cabo de 4 horas de viaje por una carretera en su mayor parte llena de curvas, llegamos a la ciudad de Cuenca, que por su aspecto ordenado y señorial, nada tiene que ver con Guayaquil. Cuenca está llena de iglesias, entre las que destaca su inmensa Catedral.

Día 19:
Un nuevo día amanece en Cuenca, y a las 8,10 ya nos espera una furgoneta ante el hotel Victoria para hacer una excursión en grupo al Parque Nacional de Cajas, situado a unos 30 kilómetros de la ciudad. Tan sólo somos un grupo de 4 personas, es decir, nosotros dos, la guía y una joven estadounidense llamada Hayley, con la que tendría una larga conversación durante esta salida.

La furgoneta hace una primera parada para recoger las botas de goma que necesitaríamos en lugares encharcados. Después comienza a ascender cada vez más en los Andes por las interminables curvas, bajamos a un valle y comenzamos a caminar. Vemos un lago y continuamos caminando por sus orillas y, a través de un sendero señalizado y rodeado de una tupida vegetación, llegamos a un lugar que dispone de varios servicios turísticos, situado al lado de la carretera. Después de un respiro en este lugar frío y rodeado de cumbres impresionantes, subimos de nuevo a la furgoneta, Mercedes, y comenzamos la segunda parte de la excursión, esta vez por alturas de 4.160 metros sobre el nivel del mar.

El paisaje aquí es indescriptible:
páramos andinos con una sucesión de lagunas encajonadas no muy distantes unas de otras. Un largo sendero con muchos recovecos y altibajos nos permite
acercarnos a un grupo de llamas, este camélido del Nuevo Mundo, tan apreciado
en los Andes desde tiempos inmemoriales, como animal de carga y también por su leche y lana. El frío es cada vez más intenso a medida que ganamos altura, pero merece la pena ver cómo la naturaleza se manifiesta en toda su grandeza y lo pequeñitos que nos vemos a nosotros mismos. La guía nos va explicando algunas de las especies botánicas únicas de los Andes. Las densas nubes bajan montañas abajo y hay momentos en que producen una llovizna helada intermitente.

Finalmente, llegamos a un lugar situado al lado de la carretera, en donde nos
espera de nuevo la furgoneta para llevarnos a un bonito restaurante, en donde
comemos en animada tertulia. Después emprendemos el camino de regreso al hotel, disponiendo aún de tiempo para visitar la Catedral, una verdadera joya, así
como callejear un poco hasta la hora de cenar.

Día 20:
Hoy ha sido un día
relativamente soleado y cálido, pero nunca tan cálido como Guayaquil. Nos hemos levantado a las 7 y a eso de las 8,30 ya estamos en la calle. Caminamos hasta el Museo Arqueológico de los Aborígenes de Ecuador, en donde podemos ver un sinfín de vestigios de este variado y hermoso país. Después, y sin salirnos de la calle Larga, en donde está nuestro hotel, caminamos hasta otro museo de
obligada visita: El Museo del Banco Central de Ecuador, un museo dedicado a las costumbres étnicas del Ecuador, en donde vemos una muestra importante de la historia y la vida cotidiana de los pueblos de las regiones en las que se
divide este país: la costa, la sierra, es decir, los Andes, y la región amazónica, además de las islas Galápagos.

Cuando terminamos esta visita, tomamos un taxi para ir hasta el monumento a la Chola conquense, que resultó ser un pequeño y oscuro monumento en una intersección de calles. Después tomamos de nuevo un taxi que nos llevaría hasta el mirador del Turi, desde donde podemos tomar unas espléndidas vistas de toda la ciudad de Cuenca. Para volver a la ciudad cogemos el autobús. El mirador se encuentra a unos 4 kilómetros del centro.

Comemos en un chiringuito de comida rápida y después nos dedicamos a callejear y a tomar fotos y video de esta bonita ciudad, de sus bellas iglesias, de sus casas virreinales con los típicos voladizos, etc. Decir que en una de sus iglesias estaban celebrando unas comuniones y bautizos de gente en su mayoría mestiza e indígena, que nos llamó mucho la atención por su colorido, pero cuando la gente comenzó a salir en tropel se produjo un atasco a resultas del cual casi nos aplastan.

Fue un momento de verdadero pánico.

Día 21:
Dejamos Cuenca a primera hora de la mañana. Un taxi nos lleva a la Estación Terminal de Autobuses. Muchas empresas cooperativas compiten por el transporte de viajeros. Unos muchachos nos dicen que enseguida salen para Guayaquil, a eso de las 9,20 horas. Resultó ser un autocar bastante confortable para la media de este país.

Pronto cruzaríamos de nuevo el Parque Nacional de Cajas, con sus maravillosas vistas de los Andes. El cambio a la temperatura tropical de Guayaquil es una prueba de resistencia para el cuerpo. Pero, sin embargo, aquí respiramos mejor, pues estamos al nivel del mar.

Día 22:
Quito dista de Guayaquil unos 386 kilómetros, pero para recorrerlos hemos tardado con el autocar 9 horas y media, pues salimos a las 9 de la mañana y no llegamos a la terminal norte de Transportes Ecuador hasta las 18,30. Así pues, el viaje pone al límite la paciencia de cualquiera, y más cuando hace una sola parada en el camino, concretamente en Santo Domingo, y ello por llegar allí sobre las 14 horas y entonces tienen que comer los conductores. Los pasajeros casi nos conformamos con estirar las piernas.

La parada es de 15 a 20 minutos, por lo que en realidad casi sólo tienes tiempo para ir al lavabo o tomar algún tente en pie. Quizá lo único interesante del pesado viaje sean las bonitas vistas de los Andes. Pero todo tiene su explicación: la red de carreteras de Ecuador, a pesar de haber mejorado algo en los últimos años, no es la adecuada para absorber la enorme cantidad de vehículos que por ella circulan, ni tampoco los vehículos cumplen las normas de seguridad a las que estamos acostumbrados en Europa.

Basten 2 ejemplos para confirmar lo que decimos: abrocharse el cinturón trasero no es obligatorio y en los pick ups o furgonetas con caja trasera, en ocasiones esta caja va repleta de gente. En cuanto al transporte público, muchos autobuses que conectan ciudades y pueblos son auténticas tartanas para un europeo. En
Guayaquil hemos visto autobuses a los que les faltaban trozos de chapa y tenían
boquetes debido al tiempo o al abandono. Además, casi todos echan humo negro por el tubo de escape en el momento de arrancar. Lo hemos visto en todas las ciudades que hemos visitado. Así pues, en esto como en tantas otras cosas en Ecuador aún queda mucho por hacer.

Día 23:
El hostal Piquellán está situado en la zona de la Mariscal, en donde, según nos dicen, están situadas la mayor parte de las agencias de viaje, pues en el centro de Quito aún no hemos visto ninguna.

Hoy el gerente del hostal nos pide un taxi para ir a ver el monumento a La Mitad del Mundo. Tenemos que esperar una media hora. A eso de las 10,30 horas estamos en camino. Dista unos 22 kilómetros de Quito. Se encuentra en un valle donde, según nos dice el taxista, llueve poco. Vemos las altas cumbres andinas que rodean el valle.

El lugar es muy bonito, con una amplia avenida central bordeada de bustos de personajes famosos, que lleva al monumento central, el cual mide unos 30 metros de altura y está rematado por un globo terráqueo. Aquí hay varios restaurantes, pabellones de exposiciones varias, un planetario y hasta una minúscula plaza de toros. Hay también jardines y una cerca con llamas. En resumen, el conjunto es acogedor. Por otra parte, el gobierno pretende construir aquí una alta torre que sea el símbolo de la Mitad del Mundo. Toda una proeza para un país pobre que vive en buena parte del turismo.

A las 2 de la tarde tomamos de nuevo un taxi que nos llevaría al centro de Quito, en donde comemos y aún tenemos tiempo de fotografiar una parte de esta bonita ciudad, a pesar de la lluvia intermitente. El tráfico en Quito, como en todas las grandes ciudades, es desesperante, por lo que, a pesar de coger casi siempre taxis, perdemos mucho tiempo en los traslados.

Día 24:
Hoy visitamos Mindo. De acuerdo con lo acordado con el taxista en el día de ayer, partimos para Mindo a las 7 de la mañana. El viaje es más largo de lo que nos imaginábamos, pero merece la pena porque al fin logramos ver y fotografiar colibríes, estas aves interesantísimas por su metabolismo extraordinario.

Necesitan comer constantemente. El más pequeño no pesa más de 5 gramos y son las únicas aves que pueden volar marcha atrás o permanecer casi inmóviles en el aire mientras con su curvo y largo pico liban las flores. Además de los colibríes, vemos en Mindo una de las cascadas que forma uno de los ríos que fluye por los profundos valles selváticos, el llamado bosque nuboso.

Para llegar aquí hemos de coger primero una camioneta contratada en la agencia de viajes, que te lleva montaña arriba a través de la selva, hasta la base de la Tarabita, una especie de teleférico con capacidad para 4 personas, que nos permite obtener unas grandiosas vistas sobre el bosque y el río.

En la estación terminal de la Tarabita comienza un sendero que desciende hasta el río a través de una lujuriosa selva de infinitas especies: helechos gigantes, palmeras y muchas bromiaceas. El broche final es una bonita cascada que se puede ver desde un puente rodeado de un entorno selvático. Destaca sobre todo el ensordecedor ruido del agua. En realidad, aquí casi todo es agua, pues el llamado bosque nuboso se forma por la aportación constante de agua en forma de lluvia o nubes densas que rozan el dosel selvático, impregnándolo todo. Sólo de vez en cuando luce el sol.

No podemos dejar Mindo sin una visita al Mariposario, en donde los amantes de estos preciosos insectos pueden ver no solo las distintas especies, sino su forma de reproducirse, con una muestra y las explicaciones del propietario.

Después de comer tomamos de nuevo el mismo taxi, que nos aguarda en la calle principal del pueblo, para regresar a Quito, con el tiempo justo para preparar nuestra excursión de mañana al Parque Nacional Cotopaxi. Y sólo después de visitar 2 agencias de viaje, podemos contratar al fin el viaje, el cual incluirá la comida. En Quito aún tenemos el tiempo justo para poder subir en su famoso teleférico, y dado que el tiempo apremia, tomamos un taxi tanto para la ida hasta su base, como para el regreso al hostal.

Las vistas desde el teleférico son sencillamente asombrosas: la ciudad en el largo valle, rodeada de enormes cimas volcánicas. Al final del teleférico nos encontramos a más de 4.000 metros de altura. Se hace de noche y hace mucho frío.

Día 25:
A las 7,45 nos avisan de que el 4 x 4 –un Toyota de gran tamaño- está esperándonos. Lo conduce un tal Daniel, el guía que nos acompañaría al Cotopaxi. Tiene que recoger a 3 personas más, un matrimonio venezolano y su hija.

Cuando nos íbamos acercando al parque nacional, la visión de los volcanes de la región, unos 3 o 4, además del Cotopaxi, resulta un regalo para la vista por su espectacularidad, mostrando toda la grandeza de los fenómenos naturales. Daniel nos va explicando su formación y la de los Andes. Es un joven muy versado en muchos temas de su tierra, tanto políticos actuales como históricos. A todos nos resulta muy agradable conversar con él. Llegamos finalmente al lugar del parque donde se debe abandonar el vehículo, después de subir a través de un auténtico paisaje lunar.

Hay zonas en las que apenas hay vegetación, sino un mar de rocas. El casquete de hielo del Cotopaxi aparece ante nuestros ojos como algo cercano, pero inalcanzable. Lleva aquí millones de años. Es tan blanco, aunque a veces tiene tintes azulados, que ciega la vista incluso contemplado a cierta distancia. Hace frío, por lo que nos disponemos a abrigarnos como auténticos montañeros, aunque sólo sea para la subida hasta un refugio situado a 300 metros. Nos falta aire, por lo que tenemos que caminar muy lentamente. Cuando después de la penosa ascensión, en la que invertimos una hora, llegamos finalmente al refugio, vemos una placa que indica 4.864 metros de altura.

La cima queda a 5.897. Permanecemos en el refugio unos 20 minutos antes de iniciar el regreso por el mismo camino. El viento es gélido, pero luce un sol
espléndido. Comenzamos a sentirnos un poco mareados. Yo sufriría luego un
fuerte dolor de cabeza, justo cuando nos disponíamos a disfrutar de una
agradable comida en compañía de nuestros simpáticos compañeros de grupo.
Terminada la comida, Daniel nos llevó a Quito, dando por terminada la excursión.

Día 26:
El regreso a Guayaquil resultó casi tan pesado como la ida. Tan sólo decir que el autobús, cuando se iba acercando a su destino, tomó otros accesos, con lo cual aprovechamos para ver un gran número de aves, pues las zonas pantanosas con muchos arrozales y campos de bananos son el hábitat ideal. En las alturas pudimos ver el vuelo planeado de los gallinazos y en los campos infinidad de garzas y garcillas.

Pasamos por lugares como Babahoyo y aquí ya comenzamos a ver algunos de los ríos que nos acompañarían hasta Guayaquil. Son ríos de corriente lenta, en
cuyas orillas vemos incluso algunas aves rapaces; lástima que tan sólo fuera
desde el autobús. Finalmente nos quedamos con la imagen de infinidad de
garcillas tras las máquinas que removían la tierra de algunos campos de la gran
llanura verde de Guayaquil.

Día 27:
Hoy ha sido un día muy tranquilo, puesto que el viaje en tren desde Durán a un pueblo cercano, de cuyo nombre no logramos acordarnos, no pudimos realizarlo por encontrarse las vías en mantenimiento. Fue toda una sorpresa y nos costó el tiempo y el importe del taxi a Durán, situado a unos 5 kilómetros del centro de Guayaquil. Por lo tanto nos hemos dedicado también hoy a callejear y a pasear por el Malecón 2.000.

Día 28:
El Bosque Protector Cerro Blanco se encuentra a unos 17 kilómetros del centro de Guayaquil. Quedamos con Pepe, el taxista. A las 7 ya estaba dispuesto a la salida del hotel. Cerro Blanco es un tipo de bosque seco costero. Aquí viven muchas aves, aunque difíciles de ver, así como monos aulladores. Destaca entre las aves el gran guacamayo verde. Pero por lo visto no es la época en que se deja ver. En cambio podemos ver una pareja de monos aulladores. El guía que nos acompaña imita muy bien su voz.

Como ya dijimos, es agotador caminar por la selva, y más cuando tienes que subir montañas. Esta tiene algunas zonas parecidas a la de Churute, ya mencionada. Quizá deberíamos haber suprimido esta última excursión, pero mi afán por ver bichos me trae de nuevo hasta aquí. A medio camino comencé a sentir mal de estómago, lo cual me amargó bastante la excursión. Mi mujer se había vuelto a recepción desde medio camino, cuando comenzamos la ascensión. El mal de estómago me duró el resto del día.

Lo achaqué a la cena en el restaurante del hotel, algo llamado “bollo verde” de
pescado, que te lo sirven sobre una hoja verde, o bien de tomar tantas pastas
mezcladas con jugos o preparados de avena.

Día 29:
Estos dos últimos capítulos de mi diario de viaje a Ecuador vamos a dedicarlos a describir un poco más nuestras impresiones de lo que hemos visto y estamos seguros de que nos dejamos bastante en el tintero. Por otra parte, y dado que disponemos de día y medio para descansar y preparar las maletas para el regreso, podríamos decir que tenemos tiempo para reflexionar.

Un tráfico endemoniado de todo tipo de coches, algunos antiguos y destartalados, pero sobre todo los del servicio público, que circulan por calles asfaltadas con mal gusto, pues tienen canales laterales; aceras con escalones, que serían un peligro para los discapacitados y ancianos; vehículos que no respetan los pasos cebra, por lo que los transeúntes tienen que cruzar la calle al amparo de su espíritu de conservación; una gran cantidad de pequeño comercio, sobre todo en el centro, e infinidad de pequeños puestos de comida de todo tipo, pero sobre todo fritos; por doquier se pueden oír los pitidos de los coches y de los taxis piratas que buscan clientes; personas que venden un poco de todo llevando un tenderete colgado del cuello, y, finalmente, la suciedad que se detecta en muchas partes de la ciudad de Guayaquil, en donde nos hospedamos desde el día 1 de abril, podría configurar una pequeña muestra de lo que hemos visto.

Naturalmente y como habrá visto el lector, también hemos visto muchas cosas bonitas e interesantes, como por ejemplo Cuenca, en cuanto a ciudades, tan diferente a Guayaquil, con sus casas de estilo virreinal y sus iglesias, así como sus calles con un tráfico más lento y ordenado, a pesar de sus autobuses del
servicio público humeantes. Quito es más grande y está más contaminada que Cuenca, pero también es de visita obligada por su bonito centro histórico; y, por lo demás, tener en cuenta que es muy grande, extendiéndose a lo largo del valle
del mismo nombre.

Aquí hay varios volcanes dignos de ser visitados, como ya hemos comentado.

Pero lo que verdaderamente nos ha traído a Ecuador no han sido sus caóticas ciudades y la pobreza que aún se observa en muchos lugares, sino su biodiversidad.

Y comenzamos con las Islas Galápagos, un auténtico paraíso, el viaje soñado de todo naturalista. Ecuador cuenta con 48 parques nacionales y reservas, tanto en los Andes, como en regiones costeras, con tal variedad de ecosistemas, que satisfacería las exigencias de cualquier naturalista.

Como ya indicamos en su momento, hemos visitado el Parque Nacional de Cajas, el del Cotopaxi, la Reserva de Manglares Churute, Mindo, Cerro Blanco, Jardín Botánico de Guayaquil, La Mitad del Mundo y tantos otros lugares de este pequeño país lleno de contrastes.

El objetivo de nuestro viaje ha sido cumplido. Mañana, día 30 de abril, iniciaremos el viaje de regreso a España, un viaje largo y pesado, pero, como dice el refrán, quien algo quiere algo le cuesta.

>> Autor: NATURALEZA Y DEMOCRACIA (ANTES, OALDEFNA) (05/06/2014)
>> Fuente: NATURALEZA Y DEMOCRACIA (NADEMO)


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