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VIOLENCIA DE GÉNERO
Siempre, día a día hay que vivir y promover la reflexión, el diálogo, el respeto.
La violencia de género no existe. La violencia no tiene apellidos y todos debemos evitar caer en las modas y en las trampas que la publicidad nos quiere imponer.
La violencia de género, el terrorismo son inventos oportunos y creados para evitar que podamos resolver nuestros problemas y conflictos cotidianos.
Nunca tienen apellidos ni adornos la violencia, la muerte, la injusticia.
Contrainformar es informar contradiciendo a lo difundido por los medios habituales. En este sentido hemos de reconocer que muy poco se contrainforma, pues ¿qué de lo colgado en las webs hay que no haga más que reproducir lo publicado en los medios ordinarios?
Pero resulta que cuando un periódico digital cobra una suscripción para hacer posibles sus investigaciones, entonces surgen los reventadores de turno, los "gatmorgan", para advertirnos contra ese tipo de periódicos tildándoles de “peseteros”.
Como si las averiguaciones que hayamos de hacer y no vengan de policías y centrales de inteligencia no hayan de confiarse siempre a detectives privados y a periodistas profesionales o aficionados que no estén al servicio de lo que precisamente desconfiamos...
Pero contrainformar es también analizar apartándose, siquiera levemente, de las corrientes de opinión. Y en este caso también; también aparecerán los asaltantes acusando de excéntrico inmediatamente a todo aquél que se salga de madre rompiendo moldes y lugares comunes.
Tiene mal arreglo la cosa. Tendrá que pasar todavía algún tiempo hasta que se hagan por sí solos los ajustes que el asunto requiere. Si es que en este país ciertas cosas tienen remedio...
Así es que, después de esta larga digresión, a propósito del título diré:
Que mal empezamos con la locución violencia de género; preñada de gineceo. No parece precisamente afortunada. Y no lo parece porque induce a la visión de dos luchadores atrincherados en su respectivo fortín séxico. En realidad ningun adjetivo que no sea cuantitativo es adecuado para la palabra violencia, si lo que se desea es alejarnos de ella.
Luego resulta, que los mismos y las mismas que lo quieren todo plano y sin matices; que repiten en cuantas ocasiones se les presenta que no hay blancos y negros, inmigrantes y autóctonos, hombres y mujeres... norte y sur sino sólo personas, son los que se apresuran a hablarnos de la violencia de género para referirse al caso de una persona (normalmente una mujer) que ha sufrido violencia física por parte de otra con la que convive.
Claro que suelen ser las mismas a las que tampoco les interesa saber si una violencia moral sostenida precedió a la física y la percutió. Algo que si evidentemente no la justifica, sí puede ayudar a explicar a la sociedad por qué ocurren muchas cosas y su abundante casuística...
Y es que, en efecto, no creo que ese afán de clasificarlo todo por razones simplificadoras sea acertado. Es más, a menudo encona más las relaciones humanas.
Si no vemos en esa violencia, la que hay entre hombre y mujer, la violencia no de género sino genérica que bulle en la sociedad remarcándola además como si estuviéramos ante dos bandos enemigos ¿cómo llamamos y tratamos la sufrida por niños, ancianos, lisiados, inmigrantes y mendigos; en definitiva, a la que ejercen los fuertes sobre los débiles; violencia que a buen seguro y en su cómputo general es mucho más frecuente y se presta menos a ser denunciada que la mal llamada de "género"?
En todo caso la violencia ejercida por el hombre sobre la mujer tiene más explicaciones —no justificaciones— que las que se dan rápidamente en medios y en corrillos para no discutir nada sobre ella y atribuirla automáticamente al primitivismo de una de las partes más que a los cambios bruscos que afectan a toda una sociedad.
Pues por si fuera poco y si un cuarto de siglo parece escaso tiempo para absorber ciertas mutaciones sociológicas, vivimos tiempos convulsos y violentos también muy generalizados. Convulsión y violencia que siempre existieron, pero de cuya noticia hoy día tenemos conocimiento instantáneo y cuyos efectos intoxicantes nos van poco a poco y casi sin sentirlo envenenando nuestra piel...
Porque antes de llegar a la violencia física está la violencia moral. Y la violencia moral que hay en tanto abuso y que, dígase lo que se diga, es causa de la causa; es decir, la que a menudo a la larga o a la corta provoca la violencia física, impregna al mundo entero.
(¿De dónde viene si no el terrorismo?)
Las guerras, las invasiones actuales, las acciones criminales de porciones de sociedad unas sobre otras, es el fermento cotidiano de los noticiarios. Y el cine y el telecine, para rentabilizarlas se encargan aún más de propagarlas. Parece que hablando de violencia, como ocurre con la homeopatía, se puede curar o mitigar la violencia. Craso error. Hablando de violencia no se produce un efecto catártico ni se depura el espíritu: se fustiga a la bestia...
Luego están:
a) la nula disposición en la sociedad occidental y especialmente en la española a no aguantar un pelo en relaciones que con una mínima voluntad se harían soportables.
b) las reivindicaciones para el hoy y el ahora, que no contribuyen en modo alguno a la paz y a la concordia más que ceder más y conceder más al “otro”. Reivindicaciones que exigen un metabolismo natural sociológico; un proceso de asimilación más lento por las partes implicadas de cambios de mentalidad y de actitud.
c) las exigencias que también a menudo se orillan entre los “contendientes” no son ya los derechos del menor, sino el deseable clima de afectuosidad que acaban denegándole al menor el padre y la madre, sólo por no sacrificar ni un ápice del yo ni de los intereses estrictamente personales. Etcétera, etcétera...
Ahora mismo acaba de incorporar el imperio, por decreto y como virtual 51 estado de la Unión, al país de la burka recién invadido y de cultura milenaria violada o violentada. Aparte la barbaridad cometida con ese país y esa cultura, ¿creemos que por la magia de leyes importadas aquella sociedad afgana no necesitará (en el caso de que todo fuera bien) otros cien años por lo menos para asimilar nuevos principios y controlar reacciones personales?
Principio y reacciones que, como vemos aquí en España y después de treinta años de democracia, siguen siendo brutalmente primitivas; unas con animales, otras resistentes a la equiparación de los derechos entre hombre y mujer pero también entre los del heterosexual y el homosexual.
Homosexual a quien se le regatean derechos de que disfruta plenamente el heterosexual, y a quien se le sigue tratando en ciertas cuestiones —la adopción, por ejemplo— como menor o incapacitado. Todos igual ante la Ley... pero menos. ¿Creemos que ese mismo país afgano va a cambiar de la noche a la mañana y sin un altísimo coste humano sus costumbres, sus tendencias y sus prejuicios cuando entre nosotros casi media población sigue viendo como “enfermo” al homosexual?
En suma, aunque ya no tiene remedio, lo mejor hubiera sido no tensar más la violencia genérica que en una sociedad como la española va in crescendo, agravando la realidad violenta con el distintivo irreconciliador “de género”, que no se estila en ningún otro país de cultura occidental.
No estoy justificando nada injustificable.
Lo que quiero decir es que si en una relación interpersonal y no fácil de romper al instante (matrimonial, laboral, vecinal...), una de las dos partes trata a la otra con respeto y ésta responde ordinaria o frecuentemente con despotismo y desprecio, por ejemplo, ya tenemos un factor oscuro y larvado criminógeno.
Un factor que sólo suele aparecer como dato en los sumarios secretos, pero que tampoco interesa para nada sacar a relucir pasado el tiempo quizá para seguir, como en tantas cosas, abroncando los efectos para dejar intactas las causas. Y ello a pesar de que ayudaría a establecer la relación entre el efecto violento y la causa que lo percutió, contribuyendo un poco más entre todos a ir alejando la violencia en la pareja.
Moraleja.
El hombre debiera reprimir cuanto antes su enfermizo afán de posesión, y la mujer hacer todo lo posible por ser más cauta y apartar de sí el ansia de tomarse la revancha de siglos poco estimada por el hombre. Ambos propósitos favorecerían, en el caso de que exista, la causa de la prole, que es la principal perjudicada en las desavenencias y la violencia extrema de sus progenitores.
>> Autor: CERCLEOBERT (12/10/2004)
>> Fuente: Jaime Richart
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