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LA INTOLERANCIA Y LA TOLERANCIA
Voltaire escribió un adorable “Tratado de la tolerancia” en 1734.
-Era tal la influencia del imperio espiritual del catolicismo y los abusos que ella misma o en su nombre se cometían en Francia, que no tuvo más remedio que arremeter literariamente contra la Iglesia Católica en durísimos términos, por lo que fue enconadamente perseguido.
Lo digo porque la lucha por la tolerancia librada por Voltaire tiene connotaciones plenamente actuales. Como dice Togliatti en el prólogo de la edición de “Editorial Crítica” de 1976 del "Tratado" a que me refiero: “El mérito... de los ilustrados franceses consisten en haber llevado a cabo esa batalla con la mayor decisión, sin vacilar ante los colosos de la autoridad... y en haberla combatido con fe ilimitada en su propia fuerza intelectual y moral, lo que quiere decir... en las facultades de la razón humana”.
Hoy en España, habría que reescribir otro "Tratado" adaptándolo a la idiosincrasia de este país, o bien escribir, en espejo, un "Tratado sobre las intolerancias". Porque las hay de varias clases, intensidad y presión...
Ante todo he de advertir que no soy católico, por más que la Institución se empeñe en tenerme como a tal porque fui bautizado para poder sobrevivir y tener la fiesta en paz a lo largo de la dictadura. Y también porque, para no seguirles su juego (como un sector de la sociedad vasca no condena formalmente la violencia por esta misma razón), no les doy el gusto de apostatar con fórmulas administrativas. Lo haré cuando esté en el cielo...
Este país, en unos sitios más que en otros pero en su conjunto, es el paraíso de los entrometidos; una manera de ser intolerantes... En esto desde luego se ve la influencia honda de la intolerancia ejercida durante dos milenios por la iglesia, como quien dice hasta ayer. Allá donde prepondera el librepensamiento luterano, aunque también los tenga como es natural, los problemas de convivencia ni se le parecen.
Unos practican la intolerancia en la política, otros en su comunidad de vecinos, otros en la cafetería; otros, mezclados entre los energúmenos futboleros que a lo que menos van a los estadios es a ver el fútbol... Aznar, Bush y los suyos, por ejemplo, te pueden aplastar hablando de sus “convicciones” para justificar sus guerras, sus barbaridades y sus desatinos. Pueden decir a Zapatero y al gobierno español actual lo que tienen y lo que no tienen que hacer. Y mientras tanto, para no provocar una desestabilización excesiva, el adversario, el partido socialista, el gobierno, han de emplear un lenguaje respetuoso (a veces, demasiado para lo que se merecen), sin que aquéllos tengan en cuenta para nada que la izquierda tiene también sus “convicciones”. (No lo saben porque quizá la derecha se cree con derecho a monopolizar también el concepto democristiano de la palabra “convicción”, y por eso la relaciona sólo con su ideología sectaria y grupuscular).
Ya sabemos que es un "modo de hablar", una cuestión de estilos. Pero de estilos, de modos de hablar y de actitudes hablo yo también. Este estilo impositivo de la derecha ultramontana (prácticamente la única que existe en este país) es el que debemos soportar constantemente de los políticos y de los entrometidos con apariencia religiosa; escudados, eso sí, en que ésa es su misión como "oposición política" o como representantes mediáticos, impresos o rdadiofónicos, de su causa. Como si el respeto y la voluntad de transacción fueran una entelequia, un imposible.
Pero tampoco la izquierda —la de todos los colores del espectro— es mucho más tolerante. Lo que ocurre es que su intolerancia, su crítica sañuda y su metimiento no los orienta tanto hacia la política genérica donde es reina del cotarro la derecha, como hacia la religión. Cuando en rigor y en el fondo la religión, fuera de sus iglesias, de su prensa, de sus púlpitos y de sus emisoras de radio, apenas le concierne.
Pues quienes conformamos la izquierda en general, pensamos "sin Dios". En la inmensa mayoría de los casos somos ateos, agnósticos o absolutamente indiferentes, aunque también haya católicos practicantes y tolerantes, como por tal se tienen el ministro Bono y otros. Por eso digo que no nos conciernen las constantes disonancias de la Iglesia católica. Que sus disonancias se las escuchen ellos. Nosotros nos limitaremos a oirlas. Pero una cosa es oir y otra escuchar.
No obstante, como digo, la izquierda (no tanto la clase política como la “amateur”) también nos mostramos excesivamente intolerantes y arremetemos innecesariamente contra molinos de viento. Ahora contra el Papa recién salido de la fumata, como antes contra el anterior. Nos enfurece su doctrina social, su oposición al preservativo, su negativa al matrimonio entre homosexuales... No tenemos para nada a nuestra vez en cuenta que la religión, en cuanto a asociación humana que congrega a quienes tienen una “fe”, siendo una dimensión social es (o a mi juicio debiera ser) prioritariamente una cuestión de fuero interno. Así lo entienden las religiones protestantes. La izquierda militante o la devota no suele tener en cuenta que una cosa es enfrentarse a ella, a la religión, cuando se sale de sus casillas, cuando rebasa la esfera de su competencia, del púlpito, de su marco espiritual o no respeta las leyes del Estado, y otra forzar que la iglesia sea otra cosa distinta de lo que es o de lo que, está claro, intenta el Papa recién llegado que vuelva a ser.
Pero la Iglesia católica es un Club más. Quien quiera pertenecer a él tendrá que dejarse guiar por las enseñanzas de sus pastores y de su jefe principal. En el fondo ser católico es muy cómodo. No hay que pensar. Otro piensa por ti. El dogma te lo resuelve todo. En realidad es una gozada psicológica que no debiera desaprovechar quien se sienta atraído/a por esa religión tan simple. Pues es enrevesada cuando el feligrés pide una interpretación, una exégesis, un parecer a sus administradores. Pero hoy día casi siempre lo hace sólo para discutir, para rebatirles. En cuyo caso, tal para cual...
Los no católicos y los no políticos y los no entrometidos, si "creemos" fugazmente (y suele ocurrir cuando nos vienen mal dadas o ante una bellísima puesta de sol o escuchando un no menos bello cuarteto de Schumann o de Beethoven; es decir, cuando ante la belleza casi tocamos a los dioses), no necesitamos de intermediarios para hablar con Dios o con eso indefinido que se le asemeje y que presentimos está por encima de nuestra mísera condición. Si sentimos cierta inclinación a hablar con ese "ser", digo, y aunque nunca nos responda, no nos van a venir a la cabeza en esos momentos sublimes la doctrina social, los contrasentidos, las inquisiciones, pasadas o presentes, las tenebrosidades, crímenes y paridas de la Iglesia. Y yo pienso que a esto, a hablar, eventualmente, cada uno desde su interior con el Principio, debe reducirse la cuestión. La doctrina social, que la ventilen ellos. Como cuando acababan histéricamente a golpes en los Concilios medievales discutiendo sobre el sexo de los ángeles.
Lo que quiero resaltar aquí es que si la intransigencia, el inmovilismo, el regreso en lo posible a sus orígenes teológicos y de todo tipo (no hablo del cristianismo de base, ni del de liberación, ni del interpretado en la dirección progresista con los que estoy de acuerdo) es el camino tomado por Benedicto XVI, es su problema. No nos concierne. Simplemente, porque no pertenecemos al Club. Quizá por mero instinto, porque ven que por este camino el catolicismo primero acababa desvirtuado y luego fagocitado por la Reforma cuatro siglos después de iniciada ésta, intentan encontrarse a sí mismos y el camino recto. Y en este Papa han debido creer que está el nuevo Mesías...
Si con ello pierden a pasos agigantados feligreses, creyentes, discípulos de sus enseñanzas o de sus patrañas... es cosa suya. Si en America Latina el catolicismo va por la pendiente, ellos sabrán. Si descienden las vocaciones (no sabemos si por la severidad y la intransigencia o si por el desmadre general que cada día se aprecia más en la sociedad)... allá ellos. Quizá Benedicto XVI (a Ratzinger le escribía yo en términos muy duros propios del hombre de mediana edad en 1986) venga pensando desde hace un cuarto de siglo lo que muchos pensamos ahora también: que es preferible la calidad a la cantidad; que es preferible sanear una iglesia podrida cuando la podredumbre sale fácilmente a relucir porque hoy día, a diferencia de las profundidades de los siglos, es muy difícil ocultarla; que es preferible un club donde quien pertenezca a él cumpla y se exija a sí mismo el cumplimiento a rajatabla pues en eso se basa su fuerza espiritual y material; que es preferible todo eso, digo, a arrastrar más miseria moral, a seguir permitiendo un instituto extenuado, que languidece, progresivamente amorfo, sin límites, sin perfiles, sin formas, sin criterios, y donde algunos quieren el vale todo. Quien quiera ser católico, ya sabe lo que ha de hacer —se habrán dicho. Y quien desee cambiar de equipo de fútbol, también. No me parece mala idea. También hay católicos viviendo solos en el monte...
Estoy ¡faltaría más! a favor del matrimonio entre homosexuales, de la adopción plena por éstos, del sacerdocio de la mujer, del preservativo... de todo lo que hoy se considera progresía a fondo. Pero ese Club, del que ahora es presidente Benedicto XVI, no. Por consiguiente jamás podría ser católico. Pues ante todo y a diferencia de lo que hacen ellos, respeto y tolero todo cuanto me es ajeno, no me daña y no me incumbe. Porque siempre me cabe una cosa en mi fuero interno y en estas esferas donde no se va a votar, y es que puedo despreciar lo que me parezca un despropósito. Sea de la iglesia católica, sea de la protestante, sea de la islamista, sea de la judaica. Para eso me dejo la piel y me consumo luchando contra quienes política, bélica, laboral, mediáticamente abusan con descaro o subliminalmente de nosotros. Reserva tus fuerzas —me digo— no inmiscuyéndote más allá de lo razonable... en lo que no es cosa tuya. Si lo haces, te pones a la altura de los otros pugnando para ver quién es más intolerante...
En todo caso, los que no somos católicos porque nos repugna el dogma, porque nos repele el rito y la grandilocuencia, porque somos librepensadores, porque no aceptamos que nadie nos diga lo que tenemos qué hacer y qué pensar... bastante tenemos con aguantar las leyes de Estados que no nos gustan y los vicios de un sistema que si por nosotros fuera dinamitaríamos, como para meternos en la filosofía religiosa, en la teología, en las directrices o en los desatinos del Club católico. Mientras no se salgan de las reglas del juego impuestas, ya por fin, por la sociedad laica, lo que debemos hacer es ignorarles. Y si se salen de ellas, tampoco entonces es cosa nuestra pues... doctores, policías y jueces tiene el Estado.
Si nos importa la coherencia personal. Si nos parece importante ser coherentes, respetuosos y tolerantes, démosles ejemplo. Allá el Papa, allá ellos con sus despropósitos. Pero creo que ha llegado también la hora de empezar a ejercer la verdadera nobleza y el verdadero señorío que no están en el dinero ni en la sangre.
Ahora que está todo muy claro por el perfil archiconocido del Prefector de la Fe católica convertido en Papa, quizá es el momento de dejar también de ser el abominable españolito metemeentodo. Allá se las compongan. Allá sigan discutiendo sobre si preservativo sí, preservativo no. Salvo que no tengamos otra cosa mejor qué hacer y en qué pensar, dejémosles. De seguir así, se irán quedando solos...
Ahora que ya no forman parte de las Cortes franquistas, que no gobiernan directamente, que van perdiendo fuerza, démosles ejemplo. Seamos condescendientes con ellos y benévolos hacia sus prédicas irracionales. En definitiva, seamos tolerantes. Poco daño pueden hacer ya.
Aun así, si es cierto que ha sido indecible el dolor, el sufrimiento y el martirio en tiempos olvidados, no deja la sociedad de caminar hacia altas tasas de enfermedades nerviosas y mentales como consecuencia del vacío que ha dejado el sentimiento religioso no ocupado por otro dulcificante, ético y humanista. Esto es lo que hoy día está pendiente. Porque no parece que existan fórmulas muy eficaces para tener a la sociedad un poco más feliz. Las humanidades han desaparecido, el Arte está casi agotado, la Naturaleza —en que muchos veíamos a nuestro Dios personal— se está aniquilando de manera exponencial, y la hermandad, la fraternidad y el amor sin interés son nociones vacías.
Así es como llegamos a hacernos la pregunta del millón quienes hemos rebasado con creces los sesenta: ¿Hacia dónde caminamos con Bush, con Esperanza Aguirre, con Aznar —él es el espectro del progenitor de Hamlet— y ahora también con la mole de Benedicto XVI?
Nota del autor. La otra pregunta, pero esta teológica es: ¿Cuánto tardará en dar en quiebra Marina D''Or?
>> Autor: Jaime Richart (20/04/2005)
>> Fuente: -Jaime Richart
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