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CRÓNICA DEL ODIO
Tanto desmán, tanto desafuero, tanto latrocinio y tanto abuso...

Antes de que me respondan, me anticipo a los que acostumbran a defender el sistema y a sus jefes diciendo que reflexiones como las que voy a hacer aquí son demagogia.

Están equivocados. El demagogo halaga los sentimientos de la masa para hacerla instrumento de dominio. Pero ¿qué interés podrá tener un septuagenario en halagar a la masa y a qué clase de dominio podra aspirar a esa edad alguien que jamás lo ejerció ni deseó ejercerlo sobre nadie?

Aunque en esta época del año todo encono merece tregua (si bien en tantos hogares y personas estas fechas pueden agravarlo aún más), hay que decirlo: un odio inmenso se extiende por esta península y sus islas…

Tanto desmán, tanto desafuero, tanto latrocinio y tanto abuso, y todo sostenido durante tanto tiempo, no pueden generar más que repulsión y odio superlativo. Odio y repulsión hacia personajes que pasaron por sobresalientes y luego resultaron manifiestamente mediocres o necios que detentan altas cuotas de poder; odio hacia hijos y nietos de clases sociales que lejos de desaparecer tras el franquismo se han robustecido aún más desde entonces casi siempre a costa del pueblo y quienes a tal fin inventaron la caricatura de democracia de que se reviste este país.

Odio hacia el gobierno central y los autonómicos del mismo partido, escudados en una mayoría absoluta que ahora se declara fraudulenta al comprobarse el engaño de promesas incumplidas, irresponsables del despilfarro y muchos de ellos expertos en el saqueo de las arcas públicas; odio hacia la banca, a los banqueros y a sus directivos que con sus prácticas de timador durante años han arruinado no sólo a las entidades sino también a los impositores con artimañas como las famosas "preferentes"; banqueros y directivos que, además, no por ello han dejado de percibir jubilaciones millonarias. Odio hacia el abuso de poder institucional o económico en la ocasión propicia o rebuscada, y odio hacia el fraude antecedente y consecuente que se traducen en el desmatelamiento progresivo del bienestar general a través de una metódica privatización de lo público, haciendo visible la nula voluntad de evitar el inmenso daño que causa a la ciudadanía la aplicación de una mostrenca ley hipotecaria para resolver el imposible cumplimiento de los préstamos torticeros de la banca.

Odio hacia los constantes decretos del gobierno central, auténticos ucases, órdenes gubernativas injustas y tiránicas, mandatos y ordenanzas arbitrarios cuyos firmantes, todos enriquecidos además, no hacen el más mínimo gesto de austeridad mientras ésta se la van imponiendo coactivamente a grandes sectores de la ciudadanía. Odio hacia la política nefasta sobre la minería, sobre la educación y la sanidad; odio hacia personajes que pasaron por egregios o respetables autores de defraudaciones escandalosas, como el yerno del rey, el ex presidente del Tribunal Supremo o el ex presidente de la patronal; odio hacia dirigentes ignorantes e incompetentes que se jactan de honestidad e inteligencia y que, además de hacerlo con sus políticas y excusas, ofenden a la inteligencia de los ciudadanos; odio hacia tantísimo evasores fiscales de miles de millones; odio hacia quienes directa o indirectamente coartan la presencia de medios de izquierda auténtica y potencian la de los conservadores y ultraconservadores; odio hacia la ligereza en el manejo de las fuentes de dichos medios entre los que se encuentra alguno especialmente que no tiene escrúpulos de recurrir al libelo; odio por la absoluta falta de confianza que inspiran tanto los que gobernaron como los botarates que gobiernan ahora, maestros en el decir y el desdecirse; odio por la frustración que produce comprobar que ya nadie se fía de nadie; y odio, en fin, porque todo lo enumerado, causante de incontables estragos sociales, proyecta al mundo la idea de una nación demasiado atrasada en lo moral o en lo ético, por un lado, y en la investigación y desarrollo prácticamente, por otro, en lugar de llegarle la imagen de una democracia respetable y aceptable.

Odio que siente cualquier observador, esté o no afectado por sus políticas o simplemente objetivo e imparcial; odio del elector de buena fe o de quienes, altamente desconfiados, se abstienen de votar o de abrir una simple cuenta corriente; odio porque, pese a que todo lo dicho deslegitima a los gobernantes y sitúa como gran enemiga del pueblo a una banca sólo al servicio de los lícita o ilícitamente poseedores repentinos de cifras fabulosas de dinero y al de las grandes fortunas, gobernantes y bancos ahora mimetizados, siguen ahí...

¿No explica este odio que impregna a todo el país, que se vea como única salida no ya la desobediencia civil, sino la sublevación o acaso la revolución?

Lo que pasa es que precisamente la Internet, la tecnología, la informática, los medios televisivos, los móviles de última generación -todo hoy más importante que la comida- mantienen a estas generaciones suficientemente entretenidas, ya que el empleo en jóvenes y mayores se muestra como una dramática utopía. Por ello la tecnología y la Internet, más que coordinar la estrategia aprovechada para la la acción, lo que hacen es neutralizar el excitado ánimo ciudadano y templar la reacción extremadamente violenta que genera el odio. Es decir, que si por un lado el progreso potencia y extiende la iracundia generalizada, por otro drena el odio acumulado hacia la larga nómina de tantos que, de uno u otro modo forman parte del poder, se enriquecen injustamente, engañan, abusan y defraudan. De otro modo y en otro tiempo, esta misma situación ya hubiera provocado a estas alturas la revolución.

En tales condiciones y circunstancias, ¿a quién, a menos que sea un vividor del sistema en general o un protegido del poder en particular, puede extrañar que Catalunya y mañana cualquier otro territorio deseen desvincularse de un país cuyos dirigentes políticos, económicos, bancarios y empresariales, presentes o ausentes, lo han entrampado hasta la bancarrota? ¿Hasta cuándo el odio concentrado se mantendrá contenido ante tanto expolio, tanto abuso, tanto cinismo, tanta incompetencia, tanto egoísmo y tan nula voluntad de remediar la ruina general y la miseria que cada día llega a más ciudadanía? Porque no sé sí os habéis dado cuenta de que, salvo los pensionistas, por ahora, los ricos de siempre y los puñados de adinerados de hoy, de un lado, y la clase política y la periodística de postín, amén de la siempre acoplada en este país estirpe religiosa, del otro, el resto de la población de este país está a punto de estallar…

Jaime Richart
26 diciembre 2012

>> Autor: Jaime Richart (26/12/2012)
>> Fuente: Jaime Richart


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