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PROGRESO Y GENEROSIDAD
Principios y educación
Es imposible saber si ha de educarse al niño en el respeto a sus semejantes, en cuyo caso será devorado por ellos, o para que sea una hiena más entre hienas, en cuyo caso vivirá soliviantado y angustiado o pasará parte de su vida amenazado por muchas cosas y entre ellas la cárcel...
En definitiva, yo entiendo que el progreso material de los tiempos actuales, que avanza a costa de grandes desequilibrios sociales en el mundo, no sólo es un grave obstáculo para dulcificar el talante naturalmente implacable y dominador del individuo, sino que contribuye a potenciarlo.
Un dato, que en principio puede sonar a arrogancia insoportable: a estas alturas de mi vida me acompaña la sensación de que, a lo largo de ella, en tiempos de prosperidad y entre gentes con muchos más recursos que los míos, no he tratado nunca a nadie más generoso que yo.
No me baso en señales que no se ofrecieran a mis ojos. Es que, cuando conocemos el carácter de una persona con la que nos hemos relacionado un tiempo, y puesto que la generosidad es una cualidad que tiene que ver más con la disposición que con un gesto ocasional, se sabe que no es tampoco probable que fueran generosas a mis espaldas o en secreto. Y no porque yo me tenga por especialmente generoso.
Es que todos, salvo alguna excepción honrosa, fueron mezquinos. Y cuando hablo de generosidad no me refiero a la material, a la "debilidad" de desprenderse de lo propio y menos, naturalmente, a la prodigalidad como exceso patológico.
Me refiero sobre todo a la actitud moral de ponerse en el lugar del otro; a la de tener presente como punto de partida en cuantos asuntos abordemos, la desigual fortuna con que la vida nos trata a todos; a la de pensar que lo que llamamos “nuestros méritos” que parecen conferirnos el derecho a ser lo que somos y tener lo que tenemos, no son más que mera circunstancia y accidente.
Podría decirse, para que no se interprete como un ataque súbito de supervaloración del yo, que no es que yo sea generoso: es que el egoísmo superfluo y miserable es lo que realmente gobierna a estas sociedades occidentales, atizadas por el afán general de acaparar y nada dispuestas a compadecer, es decir a “padecer-con-el-otro”.
Y se acentúan más los efectos de ese egoísmo, desde que se cebó en ellas la libre concurrencia del mercado sin restricciones; sin más freno que el que proceda de los Códigos Penales ni más disuasión moral y conductual que la que pueda eventualmente ejercer una religión que languidece a pasos agigantados...
¿Qué razón podré encontrar para no apropiarme de lo ajeno, sobre todo si lo ajeno duerme en una fábrica de riqueza? cuál, para respetar al otro salvo que me reporte un beneficio?
Gentileza de Cercle Obert de Benicalap.
Iniciativas Sociales y Culturales de Futuro.
* Recopilación realizada por antoniod17@ono.com
>> Autor: CERCLEOBERT (06/09/2004)
>> Fuente: Cercle Obert de Benicalap.
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