El avance de una sociedad o civilización debiera medirse no sólo por su sensibilidad en predicarla, sino también para practicar la tolerancia.
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"...en nuestras sociedades, se va asentando rápidamente un clima de desconfianza general. Y todo en su conjunto apunta a un in crescendo cuyo finale tiene los visos de ser preludio de la catástrofe que se avecina. Y por si fuera poco, el cambio climático, el cataclismo silencioso, avanza como la lava de un volcán para contribuir más al desastre. Acentuada la intolerancia pero también sin confianza, las sociedades se van haciendo cada vez más agresivas, en su seno y entre ellas." Jaime Richart.
NUESTRO mensaje al mundo, de la mano de unos niños canadienses... Una petición expuesta ante los representantes reunidos de la ONU... donde sobran más comentarios.
El avance de una sociedad o civilización debiera medirse no sólo por su sensibilidad en predicarla, sino también para practicar la tolerancia. Pues bien, en lugar de avanzar por caminos de magnanimidad, la intolerancia se extiende.
Y lo que es peor, se agrava la crueldad precisamente en el país donde los indicadores del progreso más brillan y más atraen: un país donde las armas se ponen al alcance de cualquiera; donde desde su fundación vive un clima mitad mafioso mitad policíaco; empeñado en considerar las ejecuciones humanas como medidas que sirven de escarmiento cuando, con el paso del tiempo, está probado que el resultado es cada vez más desalentador y el sacrificio lo sufren casi exclusivamente los excluídos del sistema social, sean culpables o no; país al que los gobiernos de países como España se empeñan en imitar, aunque a la postre sólo lo consigan en los aspectos más indeseables...
En las sociedades opulentas es donde más se agudiza el egoísmo, y la confianza, la fides, que fue recuperándose despaciosamente después de la Segunda Guerra Mundial tanto entre los individuos como entre las naciones, resbala de nuevo por la pendiente.
Y cuando los pueblos persisten en atenerse a las leyes del mercado estricto y no quieren intervenir ni reglar el tráfico social y económico mediante fórmulas prestadas del colectivismo, la cohesión social se agrieta más y más.
Siendo así que el desenvolvimiento económico de libre concurrencia depende sustancialmente de la confianza y la confianza pierde fuerza a pasos agigantados, el propio mercado se verá pronto afectado gravemente por perturbaciones relacionados con la falta de ella.
Porque sin confianza no es posible la transacción ni el mercadeo sin extorsión, pero tampoco un país puede regirse tranquilamente por el pacto social, ni el ciudadano sentirse gobernado.
Así es que no es ya sólo la inclinación congénita del ser humano a la dominación, a la prepotencia y a la destrucción común a todas; ahora, en nuestras sociedades, se va asentando rápidamente un clima de desconfianza general.
Y todo en su conjunto apunta a un in crescendo cuyo finale tiene los visos de ser preludio de la catástrofe que se avecina.
Y por si fuera poco, el cambio climático, el cataclismo silencioso, avanza como la lava de un volcán para contribuir más al desastre. Acentuada la intolerancia pero también sin confianza, las sociedades se van haciendo cada vez más agresivas, en su seno y entre ellas.
No es pesimismo irreflexivo. Es que, como dice Chomsky,: cuando las cosas no cambian estemos seguros de que irán a peor...
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