iberica 2000.org

[Propuestas]  [En portada] [Directorio]  [Lo + nuevo]

APOLOGÍA DE LA DUDA
La inteligencia empieza por la duda

En tiempos en que el dogma religioso ha sido desplazado por dogmas civiles, políticos, científicos, informáticos y mediáticos es muy arriesgado e impopular hacer apología de la duda.

No importa. Si nos reconocemos la libertad de expresión y hasta de extravagancia, no creo que elogiar ahora yo aquí la duda sea para tanto. De todos modos he pasado buena parte de mi vida corriendo riesgos, y por otra parte el crítico de hoy día no sólo no es peligroso, es que suele ser un sujeto poco solvente pues carece de criterio y escribe por encargo sin saberlo. Y por si para fuera poco tengo además espíritu renacentista, ese que te permite tanto abalanzarte sobre el teclado para dar forma a la idea surgida la noche anterior o componer un soneto, como tirar de la espada para aceptar un desafío...

Así es que a pesar de encontrarme en medio de unas generaciones que exigen y se exigen, para todo, toda clase de certezas, no tengo inconveniente en alabar la duda cuando no hay hueco para ella, cuando todo está invadido por la rotundidad y cuando titubear es debilidad. ¡Pobre de quien diga en voz alta que no tiene las cosas claras!: se habrá condenado al ridículo más espantoso.

Y lo gracioso es que todo esto sucede precisamente cuando más consciencia hay de estar sometidos a toda clase de mentiras, de tergiversaciones, de manipulaciones y de mareos en todos los ámbitos de la vida pública y de la mediática. Decimos tenerlo todo muy claro, sabiendo que nos engañan hasta en los más mínimos detalles. Y no sólo que nos engañan y que nos dejamos engañar, es que seguimos discutiendo sobre lo pensado y dicho por otros como si pensáramos por cuenta propia. No hay más que ver la cantidad de noticias periodísticas reproducidas en estos foros con toda precisión no ya sobre hechos materiales o criminales innegables, sino sobre las circunstancias y autores de los mismos imputados rápidamente por medios y policías, sabiendo como sabemos qué poco científicas son éstas y qué precipitados son aquéllos. Y es porque, a pesar de todo, rara vez se pone en tela de juicio dicha imputación.

No obstante llevar más de un cuarto de siglo de democracia y de decirnos que se ha enseñoreado de nuestro país la libertad, ese "sí o no como Cristo nos enseña" de los catecismos de Ripalda y de Astete ha dejado suficiente huella en los espíritus como para problematizar considerablemente el libre pensamiento y por consiguiente la duda. Pero también el endiosamiento de la tecnología, la revolución cibernética y la adoración a la Ciencia son enemigos de ambos; aunque también probablemente la causa final de nuestra destrucción y la del planeta. Ese: “no pasa nada” está mucho más relacionado con la indolencia y con la despreocupación por el porvenir, con el negarse a dudar sobre él, que con una confianza que, tal como están las cosas, es una insensatez...

En la vida práctica y cotidiana es incuestionable que no podemos permitirnos el lujo de dudar. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos nos vemos impelidos a elegir, y hay muy poco margen para ella. Pero en ese trance es el instinto el que decide, no el magín propiamente dicho. Es más, en el bregar diario tan perturbadora puede ser la indecisión como la precipitación. Pero en los procesos mentales discursivos no sometidos a la perentoriedad, lejos de lo que dicen algunos, la duda no es debilidad. Dudar robustece el intelecto. La duda es una técnica. Para Descartes, es "método" de conocimiento y antesala de la verdad. Poner “eso” en duda, examinarlo detenidamente, meditarlo y luego, muy al final, pronunciarse es el camino más seguro de alcanzar algo de verdad o de aproximarnos a ella. Pero ¿quién pierde hoy el tiempo en ese proceso neuronal cuando, aunque para reflexionar tengamos mucho tiempo unas veces medido en décimas y otras en días, todo está calculado en nanosegundos?

No cabe la duda, pero, por lo mismo, tampoco hay apenas sitio para la reflexión. Y sin embargo, el proceso mental de pensar sigue siendo imprescindible, vital. Sin él no hay garantía alguna de acierto ni de verdad. En la propia esfera política, a la víspera de elecciones se le llama "jornada de reflexión". (Por cierto en esta cuestión, creo que, sólo en la medida en que se incremente el número de indecisos en detrimento de los adeptos, la democracia madurará).

Y no es que no haya reflexión. Claro que la hay. Pero está reducida, recluída en unos escasos focos de actividad mental. Y mientras el pueblo se dedica a cualquier cosa menos a pensar por sí mismo, laboratorios, equipos y personas concretas, especializadas en eso, en pensar por todos, despliegan constantemente técnicas y argucias para lograr los objetivos de otros cuantos. Piensan y preparan el terreno a ejecutivos y dirigentes, sea en lo comercial o en lo bursátil, en la política o en cómo hacer la guerra. Los demás no estamos muy dispuestos a molestarnos en pensar. Y si lo hacemos, será a base de un esfuerzo sobrehumano para desmantelar la fuerza de las consignas que aquellos pocos han difundido en el magma social o para contrarrestar la carga que lleva el número que en la democracia lo es todo: el número de votantes, el número de consumidores o el número de televidentes es lo que importa. Lo demás no cuenta. El número decide qué es bueno y qué malo, qué es verdad y qué es falso, qué vale la pena ver, leer u oir y qué debe despreciarse o ignorarse. La falta de audiencia se carga un “buen” programa de televisión, y gracias a la audiencia se perpetúa la basura que se alimenta de sí misma y alimenta a la cadena. Y el número lo han "decidido"... esos que en la sombra se atarean en reflexionar para que otros triunfen.

Hoy día, que tanto se alardea de libertad, nunca fue tanta la pericia de esos que, como el cocodrilo, hábil imitador del llanto de un niño para atraer a su presa, nos embaucan para vendernos tantas cosas materiales e inmateriales, servicios e ideas. Hoy no hay propiamente compradores. La voluntad del ciudadano como comprador no existe. Sólo existe la voluntad vendedora. De eso se han encargado mucho antes gentes que han estudiado y se entrenan para ello. En esto consiste la democracia. Nos quedamos con un piso por las bonitas vistas desde la sala principal que nos enseñan, sin haber visto qué pasa en las otras tres orientaciones. Y es porque por pereza mental y de la otra, nos da igual que en una no haya ventilación, en la otra sólo haya un cuarto oscuro y la tercera dé a un estercolero. Nos basta la fachada en todo: mirar solamente por una de sus vertientes cada asunto nos ahorra el desagrado de la duda...

Y sin embargo, si se mira un poco mejor la cosa, tampoco el número de argumentos prueba nada. Basta uno solo para desvencijar a diez. Como basta uno solo para demostrar que un dirigente político es realmente un criminal frente a la docena de los suyos para justificar sus crímenes, o el único de Galileo cuando afirmó que la Tierra es esférica frente al centenar de argumentos tolomaicos y teológicos de los inquisidores que la afirmaban plana.

Pienso que la disposición a dudar nos permite comprender mejor al otro, y que en la medida que dudemos y aprendamos a incorporar la duda a nuestro discernimiento, también iremos caminando en dirección de la comprensión de los motivos del otro; lo que se traduce en cultivo de la concordia, en el acercamiento de los seres humanos entre sí y en la superación de la incompresión. Una incomprensión, que siempre ha estado atizada, antes por los dogmas de religiones pervertidas por los que trafican con ellas, y ahora, por la infamia de las neoideologías y por esos "cerebros" y "asesores de imagen" cuyos propósitos, bien estudiados, van mucho más allá de la estética personal del dirigente. Cerebros cuya finalidad es adueñarse del nuestro, de nuestra conciencia y de nuestra mentalidad sin descuidarse de transmitirnos la sensación permanente de que somos "libres".

En suma, tener que decidirse al final por un sí o por un no en circunstancias no extremas o perentorias, en situaciones que por sí mismas y su propia naturaleza demandan reflexión es lo que demanda la cultura de la duda. Dudar es sabio y una actividad mental que por sí misma ya implica un talante conciliador.

Yo desde luego, lo que son las cosas, no me fío ni un pelo de quien finge tenerlo todo muy claro. Sólo me inspira confianza el abogado, el médico, el comerciante, el electricista, el informático, el jardinero, el científico, el psiquiatra y el político que expresan discreta o abiertamente sus dudas antes de responder a las mías para ponerse luego a trabajar para despejarlas... Pero no los encuentro.

>> Autor: Jaime Richart (21/03/2005)
>> Fuente: -Jaime Richart


[Propuestas]  [En portada] [Directorio]  [Lo + nuevo]

(C)2001. Centro de Investigaciones y Promoción de Iniciativas para Conocer y Proteger la Naturaleza.
Telfs. Información. 653 378 661 - 693 643 736 - correo@iberica2000.org