EL HOMBRE QUE NO SE PREOCUPA POR LOS PROBLEMAS DE SU CIUDAD...
Ciudades verdes.
Esta particular consigna nos impone que, sin olvidarnos de los grandes problemas ambientales globales como son el cambio climático, el agujero de la capa de ozono, la deforestación o la crisis del agua dulce, podamos proyectar una mirada sobre el lugar en el que vivimos: nuestro pueblo, nuestra aldea, nuestra ciudad, e intentar desentrañar si muestro pequeño mundo se ajusta al lema propuesto. Como alguien dijera: “Describe tu aldea y describirás el mundo”.
“El hombre que no se preocupa por los problemas de su ciudad, no es un pacífico habitante, sino un mal ciudadano".
Pericles Siglo V a.C.
En el DÍA MUNDIAL DEL AMBIENTE. 5 de junio 2005
(imagen omitida)
Pinturas de Rafael Simó. Gandia.
Telfs. 96 286 98 60 y 667 785 745.
Hablemos de las CIUDADES VERDES.
En esta fecha se cumplen 33 años de la apertura de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Humano realizada en Estocolmo (Suecia) en el año 1972, la cual impulsó el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y que diera el origen a esta celebración.
Cada año esta efeméride va precedida de un lema y en esta oportunidad es: "CIUDADES VERDES – PLANIFICAR EL PLANETA".
Esta particular consigna nos impone que, sin olvidarnos de los grandes problemas ambientales globales como son el cambio climático, el agujero de la capa de ozono, la deforestación o la crisis del agua dulce, podamos proyectar una mirada sobre el lugar en el que vivimos: nuestro pueblo, nuestra aldea, nuestra ciudad, e intentar desentrañar si muestro pequeño mundo se ajusta al lema propuesto. Como alguien dijera: “Describe tu aldea y describirás el mundo”.
(imagen omitida)
No hay que ser un especialista en la materia para observar, sobre todo en Argentina, aunque ello pueda hacerse extensivo a la mayoría de los países empobrecidos del globo, que después de más de una década de políticas neoliberales, de un individualismo exacerbado, de la pérdida de afectio societatis, la cultura del consumo irracional y la ausencia de toda planificación urbana, están dejando huellas profundas que condicionarán el futuro inmediato.
Como muestra de lo anteriormente afirmado, sólo basta intentar un paseo peatonal por algunas zonas de la urbe que nos ha tocado en suerte -¿o en desgracia?- habitar.
(imagen omitida)
Font del Olm. La Drova - Barx.
A poco de echar a andar y con gran esfuerzo podremos ir demostrando nuestras dotes de atleta, contorsionista o gladiador, según el caso. Y a los fines de no sucumbir en el intento, evitar con suerte dispar, sortear bolsas de basura añejadas por la falta de recolección en tiempo y forma, esquivar deposiciones de variadas razas caninas, baldosas flojas, autos estacionados en la vereda a los cuales se le están haciendo distintas reparaciones.
Si frente a tantas dificultades intentamos cambiar de acera, la empresa se vuelve más dificultosa; las sendas peatonales sólo existen en las plataformas electorales de cada renovación de autoridades, pero faltan absolutamente en la realidad. El respeto al derecho del peatón es poco menos que la utopía de trasnochados y la ley del más fuerte rige en todo su esplendor: cuanto más grande y poderoso sea el automotor, mayor creerá que es su derecho .
Dentro de esa fauna variopinta urbana que se disputa la calzada, tampoco suelen faltar los carros con caballos (casi siempre maltratados y más descuidados que Rocinante), las bicicletas en contramano o las motos que se adelantan por cualquier lado, incluidas veredas, camiones que circulan por la izquierda en arterias en que se prohibe dicho transporte.
Estas circunstancias pueden ser hasta tolerables si las comparamos con la calidad del aire que respiramos. Justo en el momento, nos damos cuenta de que no hemos incorporado al paseo el arnés con los tanques de oxígeno para evitar así, inhalar metros cúbicos de dióxido de carbono, humos, gases y partículas en suspensión que impunementese emiten de autos, camiones (mucho de ellos al servicio del Estado) y colectivos -situación para las cuales administración municipal nunca tiene inspectores, ya que todos ellos están abocados a la dura tarea de controlar el vencimiento de la tarjeta de estacionamiento medido-.
Agobiados por tanto esfuerzo físico y calcinados por el sol que en la época estival cae a plomo, ante la ausencia constante de arbolado público, pese a las leyes y ordenanzas que protegen este patrimonio común en vías de desaparición, tratamos de llegar a alguna plaza. Si tenemos la suerte de hallarla después de peregrinar un buen rato, encontramos que los bancos que tendrían que estar en la misma, han desaparecido, o los pocos que restan están en estado tan deplorable. Los árboles que nos tendrían que dar la reparadora sombra, parecen mutilados de guerra con sus muñones a la vista, producto de una poda indiscriminada y errónea.
Las estatuas, monumentos y canteros floridos, son apenas testimonios de una ciudad bombardeada, más allá de algunos padrinazgos privados que intentan salvar algunas cosas en medio de la debacle.
Llega a grados extremos nuestra capacidad de supervivencia si, en un ataque de sed, intentamos saciarla en los pocos "bebederos" que quedan en el espacio público. Para ello previamente deberemos sortear una suerte de ciénaga de dimensiones variadas, a veces saltando entre pedazos de ladrillos puesto al efecto y luego en posición de casi cuerpo a tierra, arrimar la boca y venciendo el asco, a un caño semienterrado del cual se escurre un líquido de dudosa potabilidad. La disyuntiva, entonces, es , morir deshidratados o de alguna infección bacteriana.
A fuer de ser justo, lo expresado es lo común en las megalópolis formada por la acumulación en los últimos años de asilados ambientales, quienes vienen escapando de la destrucción de sus hábitat agrarios. En las ciudades más chicas, todavía conservan cierta reverencia por sus plazas.
Si redoblamos la apuesta y nuestra valentía es de corte mayor, podemos intentar caminar por las zonas periféricas de cualquiera de estas ciudades. La sorpresa nos dejará pasmados: infinidad de volcaderos con toneladas de basura con sus incendios correspondientes, la proliferación de humos, dioxinas, roedores y todo otro vector infeccioso, al tiempo que cientos de personas tratan de subsistir de esos recursos, librados a la mano de Dios, y ausente de la de los funcionarios.
También se podrá descubrir que las plantas de celulosa son perjudiciales en el río Uruguay, pero no en la ciudad de Santa Fe. Que la zonificación urbana descollante por su inoperancia, le permite a cualquiera, ante la mirada cómplice de la autoridad, realizar todo tipo de emprendimiento cualquiera sea su magnitud y en donde se le ocurra, sin que a nadie le preocupe que los efluentes líquidos, gaseosos o sólidos de la misma puedan afectar derechos de terceros o la calidad de vida de todos los vecinos.
Cuando se quiere metaforizar el caos urbano se suele decir que en una ciudad "impera la ley de la selva", sin darnos cuenta de que estamos ofendiendo a la selva (ella tiene sus propias reglas y las respeta).
Todo lo expuesto cobra dimensiones astronómicas si al paseo lo intentamos en un día de lluvia ; en ese supuesto estamos ingresando a la categoría de superhéroes, ya que en nuestras Venecias natales no existen las góndolas.
Evidentemente y a la luz de la celebración no sabemos que pensar, ¿será que quienes idearon la consigna lo hicieron en función de las ciudades de los países enriquecidos o en su defecto nos estaban haciendo algún chiste de humor negro?
Sin perjuicio de lo expuesto, debemos seguir trabajando seriamente, más allá de las dificultades, en hacer realidad un derecho humano de tercera generación, muy poco difundido, cual es el derecho a la ciudad, asumiendo en consecuencia nuestros propios deberes en esa construcción colectiva.
Ricardo L. Mascheroni
Docente.
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>> Autor: silvia3942 (04/06/2005)
>> Fuente: Ricardo L. Mascheroni
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