65.000 KILÓMETROS EN UN TANDEM, BICICLETA PARA DOS.
Seis años de viaje por todos los continentes, en un mensaje de paz.
Esta es la historia de un matrimonio francés y su hijo de dos años que un día decidieron abandonar sus trabajos para dar la vuelta al mundo, y vivir una extraordinaria odisea, arrastrando el carrito en el cual iba alojado cómodamente, su hijo Ulises.
Domingo 3 de agosto de 2003.
LA EXTRAORDINARIA AVENTURA DE UNA FAMILIA EN BICICLETA.
Ulysse ha pasado seis de sus ocho años, viajando.
(Texto y fotografías de Sylvie y Alain Soulat)
Sylvie y Alain Soulat, una enfermera y un bombero franceses, regresan a casa después de recorrer 65.000 kilómetros en bicicleta. Portadores de un mensaje de paz, a la pareja les acompañó su hijo, Ulysse, de ocho años. Ésta es la historia de una aventura de más de seis años vista a través de los ojos del niño.
(imagen omitida)
Por las calles de San Francisco en USA.
¡Lo hemos conseguido! Por fin, estoy en Francia. ¡Me habían hablado tanto de ella! Es mi país. Aunque, para mí, mi nación es la Tierra. Hace seis años que viajo con mis padres alrededor del mundo y no quiero parar ahora.
Todo comenzó antes de mi nacimiento. Papá y mamá habían hecho diversos viajes, siempre con su tándem –una bicicleta hecha para dos– y un pequeño remolque. Pero desde que nací no me he separado de ellos. Cuando hacían marchas por las montañas, yo iba en una mochila acoplada a sus espaldas. Me gustaba. ¿Por qué, entonces, no ir más lejos? ¿Por qué no dar la vuelta al mundo? Lógicamente, no me pidieron mi opinión. Y cuando comenzaron a construir un remolque para mí, allí estaba yo. ¡Cómo iba a perderme una cosa así!
(imagen omitida)
Me encanta cuando mis padres me hablan de lo que hemos vivido. Y a menudo me acuerdo de cosas que ellos han olvidado... Recuerdo los canguros de Australia. Una vez, acampamos durante varias noches en el mismo sitio y los canguros se acercaban cada vez más. Eran salvajes, pero venían a vernos, siempre que no nos moviésemos. A mí me costaba mucho estarme quieto, me daban ganas de acariciarlos, pero cuando vi sus patas, comprendí por qué los adultos dicen que pueden desgarrar, sin querer, el vientre de un niño.
Los aborígenes también me lo explicaron una noche en la que quisieron mostrarnos sus bailes. Llevaban todo el cuerpo pintado, hicieron una gran hoguera, cantaron, danzaron y soplaron por un tubo muy largo. Lo llaman didjeridu. Algunos le pintan figuras muy bonitas encima. Yo también dibujo, cuando dejamos de viajar, porque en mi remolque puedo hacer muchas cosas, pero no colorear. Porque podría mancharlo y Noël se enfadaría.
(imagen omitida)
Noël es mi peluche. Mis padres me lo dieron cuando era un bebé. ¡Es tan dulce y tan bonito! Lo guardaré siempre. Ha dado la vuelta al mundo conmigo y siempre ha estado a mi lado cuando yo estaba triste. Todos dicen que está muy viejo. Pero a mí me sigue pareciendo precioso y mamá me dice que tengo razón, que incluso es más bonito que antes, porque en sus ojos y en su pelo lleva todo lo que hemos vivido juntos y además él también ha ayudado a difundir nuestro mensaje contra las guerras en el mundo.
Cuando estábamos en La India, mis padres me explicaron que en nuestro planeta hay gente que lucha y se mata entre sí por no estar de acuerdo con su religión o por otras cosas. Quizás sean demasiado débiles y quieran hacer ver que son fuertes haciendo el mal. Por eso hemos dado la vuelta al mundo por la paz. Porque, en el fondo, la gente quiere vivir tranquila. Los que están en guerra es porque tienen miedo. Como el que pasé un día en Sumatra, cuando un pequeño orangután salió de la selva huyendo de los incendios. Me hubiera gustado quedármelo y cuidarlo. Ya no tenía papá ni mamá y era tan dulce... Como Noël. Pero habría manchado todo mi remolque. Y tuve que elegir. Siempre hay que hacerlo. Me pregunto si hice una buena elección porque a menudo sigo pensando en él.
(imagen omitida)
Imagen de la portada de uno de sus libros.
El libro:
Autour du monde avec Ulysse.
Une odyssée familiale à tandem.
Stanké, Outremont, 2003, 247 págs.; 24,95 euros.
En mi viaje por el mundo aprendí inglés, español e incluso un poco de japonés. Me gustaría hablar varias lenguas para poder comunicarme con los demás. En Montreal era fácil, había gente de todas partes: africanos, asiáticos, mexicanos. Cuando me encontraba con alguien siempre le preguntaba de dónde venía. Y la gente se quedaba sorprendida de que me interesara. Y es que, a veces, los adultos son muy raros.
Creemos que lo saben todo, pero no es verdad. Los niños, en cambio, no son así. Ellos sólo querían viajar conmigo. Y me preguntaban por los animales que había visto. A los niños les encantan los animales. Abren los ojos mucho cuando les digo que toqué a un bebé elefante en Tailandia, a un dromedario en Pakistán, a las llamas en Perú o a un delfín en México. Incluso un león marino me dio un beso. A mis amigos les gustaría haber vivido lo mismo que yo.
A veces, mis padres no quieren hablar con nadie de todo lo que hemos visto.
No se imaginan realmente cómo vive la gente, como cuando les hablamos de los niños de La India que transportan sobre sus cabezas sacos de carbón o caminan sobre sus manos, porque no tienen piernas. La gente simula estar triste, pero nada más. No saben que en Laos apenas hay nada que comer. Allí, la gente come larvas de hormigas y pescado seco. Hay personas, en La India, que viven en alcantarillas. Me acuerdo de un niño que no podía jugar conmigo porque tenía que picar piedras durante todo el día para poder comer. Cuando me lo contó ya no tenía ganas de reír ni de hablar.
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Desde Malaui hasta los 3.500 metros de altitud de los antiplanos bolivianos donde las llamas son parte del paisaje.
Mis padres me explican por qué algunas personas viven así. Igual que en África donde vimos niños comer cáscaras de plátano, porque no tenían nada más que llevarse a la boca. Me encantan los africanos, porque sonríen siempre. En Estados Unidos, la gente es menos amable, se ríe menos. Allí íbamos a los parques de bomberos –papá es bombero– y me hacía amigos. Uno de ellos, Alex, me llevó a dar una vuelta en su camión. Los dos estábamos muy contentos. Antes de irme me dijo: “¿Vas a ser siempre mi amigo? ¡No te olvides de mí!”.
AMIGOS INOLVIDABLES.
Siempre recordaré a Alex, a Alexandra, a Bob y a Julien. Además, tengo fotos, vídeos con ellos y recuerdos suyos. Me regalaron un auténtico casco de bombero americano con mi nombre grabado que pondré en mi habitación. Papá me dijo que muchos de sus compañeros darían algo por tener un casco como el mío. Tengo que tratarlo con mucho cuidado.
(imagen omitida)
(Descripción de las imágenes, de izquierda a derecha)
1. En una Playa de Sudáfrica, Ulysse observa cómo los pájaros bobos construyen sus nidos.
2. Pasando por ciudades como Ciudad del Cabo.
3. En el norte de Argentina, la familia cruza la línea imaginaria del Trópico de Capricornio.
4. A cero grados. Siguiendo la estela del volcán Tunupa, para no perderse en los desiertos blancos, recorren Bolivia.
Estoy muy contento de estar en casa porque tengo una habitación, y voy a poder colocar en ella todos los recuerdos que mis padres mandaban a casa, porque no podíamos llevarlos en el remolque, porque pesaban mucho. Pero todos esos objetos me van a recordar el viaje y me van a dar ganas de volverme a ir. Cuando lo pienso me digo a mí mismo que tengo mucha suerte de haber podido ver casi todos los países del mundo. Conservo cantidad de imágenes y de rostros en mi cabeza y me gustaría que el viaje continuase.
Ahora, mis padres quieren hacer una película y escribir otro libro. Esta vez, no sólo sobre la historia del viaje, sino con fotos mías entre los animales y con los niños del mundo. Me gustaría volver a ver a todas las personas que conocí. Por ahora sólo he visto a mi prima Laura. Vino a la recepción que dio a mi familia el ayuntamiento de Angoulême (Francia). Nos portamos bien mientras hablaban el alcalde y mis padres, pero después nos divertimos un montón. Había mucha gente que quería hablar conmigo. Decían que me conocían, pero yo no sabía quiénes eran ellos. Incluso me comparaban con Ulises, el gran viajero. Yo no quise causarles pena, pero el Ulises de la Historia luchó contra la gente y los animales y quería volver a Itaca, su país.
A mí, sin embargo, me encanta la gente y los animales, por eso deseo ser veterinario. No quiero vivir solamente en Francia.
Quiero moverme, volver a los países que visité y conocer otros nuevos. Mi país es la Tierra... Sí, la Tierra. Y cuando lo digo, los adultos sonríen y los niños sueñan con ser como yo...
Reportaje extraído íntegramente de... (Enlace...)
>> Autor: pamelaamaya (30/09/2005)
>> Fuente: Sylvie et Alain Soulat. France.
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