LOS TOROS Y LA FE
No basta con haber suprimido los toros desde 2012 en Catalunya y antes en Canarias.
Hay que instar de la OMS que promueva un tratamiento del cerebro para los taurófilos y los creyentes.
La taurofilia, es decir, el placer sentido ante la tortura y muerte de un animal, es equiparable a la fe católica; la fe, es decir, la irracionalidad convertida en foco de angustia y trastornos nerviosos que desestabilizan a parte de la sociedad y provoca disensiones graves, cuando no guerras, entre creyentes y no creyentes. Por eso taurófilos y creyentes comparten una sensibilidad semejante. Por eso los toreros aparentan religiosidad o son religiosos, y los creyentes suelen ser aficionados a los toros.
(imagen omitida)
En todo caso ambos desvaríos o debilidades -toros y fe- dependen de una sola cosa: del grado de la evolución mental que experimenta todo ser humano a lo largo de su vida. Pues nada tiene que ver el discernimiento a unas edades y a otras. Es cierto que hay torpes y necios vitalicios, pero lo normal es evolucionar, ir madurando las ideas y las vivencias. De aquí que afirmar la evolución, sea un duro golpe no sólo para el Creacionismo religioso sino también para la creencia en general. A medida que el ser humano pasa por las etapas comunes: infancia, adolescencia, juventud, madurez y senectud, pasa también por estadios mentales diferentes. Nada tiene que ver lo pensado de acuerdo a una educación y una pedagogía generalmente recibidas en sumisión, con lo pensado más tarde según la inteligencia, el carácter y las inclinaciones personales.
Por eso es tan importante evitar la presión intelectiva sobre el aprendiz, y enseñarle a dudar es una cautela de valor incalculable: la duda es la fuente de la auténtica libertad. Sin embargo, el dogmatismo y las enseñanzas basadas en él provocan fácilmente una nociva inestabilidad mental y emocional que a su vez irradia agresividad. Una educación sana conduce suavemente al individuo a las "convicciones oscilantes", es decir, a la duda como propulsor de entendimiento. La Ciencia y sus logros están basados en la duda metódica.
Quiero decir con todo esto que un niño pudo haber “creído”, como pudo haberse “divertido” con los toros por las circunstancias, por el ambiente familiar o por el medio social vivido. Pero le llegará la adolescencia, la juventud o la madurez y comprenderá cabalmente que “los toros” y la fe de esa clase son dos aberraciones que no se corresponden con sociedades sanas, inteligentes y evolucionadas.
Puedo dar fe de lo que digo. Cuando era un chaval, vi alguna corrida por televisión. Eran tiempos en que todavía se escuchaban, aun lejanos, los ecos de una guerra. Y entonces nadie era exigente en materia de sensibilidad, ni la esperaba más allá del círculo familiar. Cualquier cosa se celebraba en materia de entretenimiento, y en la caja tonta cualquier cosa resultaba fascinante. Pero pronto se me manifestó la principal causa de mi asco: verme obligado a creer a pies juntillas en seres providentes o fabulosos, como fabulosos era los mitos de la antigua Grecia, y darse cita la muchedumbre en un lugar para presenciar una orgía de sangre escondida tras un arte imaginario o inventado.
Y este fenómeno evolutivo, por las razones expuestas más arriba, debe ser muy general. No puede haberme pasado sólo a mí. En consecuencia, no ha de estar demasiado lejos el día en que el país entero termine viendo en la “fiesta” sanguinaria de los toros un primitivo sacrificio ritual, en la religión católica una serie de prácticas de brujería, y en la fe del carbonero un conjuro.
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>> Autor: Jaime Richart (01/08/2010)
>> Fuente: Jaime Richart
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