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DEBER Y TRABAJO
hay dos clases de trabajo...

Es lamentable que después de tantos siglos la clase trabajadora, esa que labora para el provecho de otros más que para sí misma, no se haya percatado de que el trabajo y el deber son invenciones del poder.

Que no se haya percatado... o que no haya sabido hasta ahora poner en su sitio al explotador. Desde luego el deber ha sido un medio utilizado por los poseedores del poder para inducir a los demás a vivir para el interés de sus patronos más que por su propio interés. Por supuesto, los poseedores del poder se las arreglan para hacernos creer que nuestros intereses y los suyos son los mismos, y los de la humanidad.

En cuanto al trabajo, dice el Bertrand Russell nada sospechoso de comunismo: "hay dos clases: la primera consiste en modificar la disposición de la materia; la segunda consiste en mandar a otros que lo hagan. La primera es desagradable y está mal pagada; la segunda es agradable y está muy bien pagada. Esta es susceptible de extenderse indefinidamente pues no sólo están los que dan órdenes sino también los que dan consejos acerca de qué órdenes deben darse. Luego, por lo general, hay dos grupos organizados de personas que dan simultáneamente dos clases opuestas de consejos: esto se llama política. Para esta clase de trabajo no se requiere conocimiento de los temas acerca de los que ha de darse consejo. Se requiere conocimiento del arte de hablar que tiene el político, y de escribir persuasivamente, que es el del periodista; al final, del arte de la propaganda".

Ahora es prácticamente imposible destruir el complejo y a la vez simple sistema capitalista donde el trabajo desagradable y el deber de cumplir, para otros, se han instalado desde hace siglos en estas sociedades. Y los primeros en alzarse como defensores del sistema, pese a lo que pueda parecer, son los trabajadores. Desde que los trabajadores idearon el sindicato y la huelga para luchar contra sus opresores en la era industrial, no se han vuelto a preocupar de buscar otros medios de lucha. Y ello pese a ser el sindicato y la huelga dos armas del trabajador frente al patrón tan débiles como el palo ante el cañón. En el fondo los trabajadores, incluidos los que a sí mismos se llaman socialistas, no quieren el cambio profundo de la sociedad y por eso se someten. En parte por comodidad y en parte porque no saben qué solución ofrecer a cambio. Pero en realidad es porque es tal la molicie que reina en el capitalismo que todo se da por bueno mientras vengan otros a sostener con su trabajo, el desagradable, el sistema. Se contentan, pues, con poco. Se contentan con seguir vociferando en manifestaciones y huelgas, y con esperar que les resuelva la vida el préstamo: ese ingenioso ingenio gracias al que el futuro alimenta el presente.

Sé que este "descubrimiento" o intuición que acabo de presentar es rechazado de plano por la mayoría. La prueba es esa conformidad global con la idea de que el capitalismo, la democracia burguesa y el libre mercado son los resortes menos perniciosos para la organización sociopolítica de un país o un territorio. Por eso no se cuestiona la transformación radical, de raíz, de la sociedad. No toleramos tanto abuso, pero ¿qué se puede hacer aparte de la huelga y la manifestación?, se dice el trabajador sindicado o no.

Así se cierran puertas a la imaginación. Así se hace inconcebible cualquier otra vertebración de la sociedad que no sea la clásica lucha entre dos fuerzas con intereses contrapuestos: la debilísima del trabajador que ha de conformarse con vivir, y la fortísima del patrón que se arroga el derecho a seguir viviendo en la opulencia. No hay espacios ni para el cooperativismo ni para el colectivismo, ya que no los hay positivamente ni para el socialismo propio y menos para el comunismo: los socialdemócratas que debieran propiciarlos se han entregado sin reservas al capitalismo intensivo que es la solución neoliberal.

No hay nada qué hacer. Basta soñar con que alcanzamos ese trabajo menos desagradable y bien pagado, o el otro aún mejor que da consejos sobre lo que se ha de hacer de los que hablaba. Sigamos, pues, abrazados a los viejos conceptos de trabajo y de deber, y confiemos a fondo en el sindicato, en la manifestación y en la huelga porque ellos nos remediarán nuestra vida miserable mientras los patrones viven cada vez mejor. Lo sabe todo el mundo, pero nadie se decide ya a impedirlo.

Otros puntos de vista:

>> Autor: Jaime Richart (23/10/2010)
>> Fuente: Jaime Richart


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