Un código para no ser infeliz |
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REFLEXIONES... |
La felicidad no existe en estado puro, porque siendo un bienestar momentáneo va asociado a la tristeza anticipada de perderla. |
II.—No te rebeles frente al destino. Pero haz todo lo posible por ser dueño de él, adelantándote a crear tus propias circunstancias en lugar de dejarte arrastrar por ellas. Los antiguos decían que “los dioses ayudan a los que aceptan y arrastran a los que se resisten”.
III.—Si te inclinas a creer en un Dios, cree firmemente No permitas entonces que se apodere de ti el temor a su justicia. Preocúpate en este caso de disfrutar de la obra de su creación, más que de venerar al Creador. Porque ¿no te parecería estúpido que en lugar de recrearte escuchando su música te dedicases a adorar al compositor?
Tenlo por cierto: si existe el pecado o crees en él, eso será todo lo que hagas o pienses traicionando a tu conciencia y sobre todo a tu auténtica naturaleza.
IV.—Si no puedes creer en un Dios… No te atormentes con la duda: nunca resolverás con tu esfuerzo intelectivo una cuestión que realmente no han resuelto ni resolverán jamás los hombres.
Vive entonces simplemente con arreglo a la ley natural grabada en tu corazón, y no te preocupes: si existe ese Dios y tú no lo crees, ten por seguro que será condescendiente contigo, porque tú y tu insignificancia en medio del cosmos le harán contemplarte con la misma ternura que a ti te inspiran un recién nacido o la actitud desafiante de un niño.
V.—No hay por qué aferrarse a una única verdad posible Lo sabio es admitir verdades diversas y alternativas. La historia del hombre es una sucesión de errores y de esfuerzos para corregirlos…
VI.—No tengas mala conciencia por no ser “religioso”; pero tampoco menosprecies a quien dice serlo Las religiones —todas— tienen el fin de dar sentido a la vida, aliviar la angustia y proporcionar pautas morales. Todo, para hacer posible la sociedad humana, y también porque tú no tenías aún capacidad para discernir por tu cuenta.
Si te decides a ser religioso, no andes perdido ni sigas esa religión “por si acaso”. Es preferible que construyas tu propio código de comportamiento haciendo de él tu religión. Así podrás ser sacerdote y confesor de ti mismo…
VII.—Sin embargo, si pierdes el norte y te ataca la desesperanza, piensa en que es posible que un Principio supremo venga rigiendo el orden del mundo a lo largo de toda la historia de la humanidad, aun dentro del desorden aparente
VIII.—Si pasa por tu cabeza la idea del suicidio, piensa que ya tendrás tiempo para estar muerto; sea para la Nada sea para la eternidad
IX.—Acepta la idea de la muerte como algo natural que ocurre a cada instante. Piensa que nadie se libra de ella; para su bien, porque una vida terrena eterna sería insoportable.
Ten en cuenta, además, en relación a la vida después de la muerte, que nada se ha podido probar hasta ahora y todo es posible. Por eso, y porque es ingenuo aceptar una sola hipótesis renunciando a otras también posibles, imagina la otra vida como más te agrade… esa vida en paralelo que siempre soñaste, que no te ha sido posible realizar y que ya no es tiempo de vivirla, la vivirás cuando mueras…
X.—La muerte debe ser, en fin, la culminación del propio desenvolvimiento y desarrollo personal. Este puede ser uno de los sentidos de la vida. Sé resueltamente optimista en cuanto a las posibilidades de otra vida superior después de la muerte.
XI.—El dolor natural es necesario. No te apresures a evitarlo. Sólo habiendo sufrido puedes saber de la importancia del dolor y gozar de su ausencia; como sólo después de cansado disfrutas del descanso. Sin embargo, si te lo provocas buscando el contraste, debilitarás tu espíritu y embotarás tus sentidos y lo harás más insoportable que si viene naturalmente solo.
Puedes, en cambio, curar los males del espíritu con el pensamiento, y los del cuerpo sirviéndote de la fuerza del espíritu.
XII.—Cuando te llegue una adversidad física o moral, piensa en quienes sufren más o carecen de lo más indispensable No dirijas tu atención hacia quienes pasan por una fase favorable de su vida, y ello quizá en apariencia.
XIII.—Acepta con buena disposición los contratiempos, y alégrate de que sean llevaderos Ten presente que si no te hubiera acompañado la suerte, hubieran podido ser más graves e incluso haber provocado tu ruina moral o material.
XIV.—Valora tu suerte por lo que disfrutas y no por lo que te falte Ten presente que iría contra la ley del equilibrio universal que goces, tú y los tuyos, de buena salud, de éxito, de prosperidad y del aprecio de los demás, todo de manera prolongada y al mismo tiempo.
XV.—No te ufanes del éxito ni te permitas sufrir demasiado por tu fracaso. Con frecuencia la buena suerte de hoy es el comienzo de una fase dolorosa de la vida; y, por el contrario, un fracaso suele ser la semilla de la dicha de mañana.
XVI.—Sitúate como espectador de ti mismo y de la vida. Considera la vida como un inmenso laboratorio donde puedes recrearte con tus propias experiencias; no demasiado arriesgadas, porque estás sujeto a las reglas que tu edad, tu cultura, tu circunstancia, tus atavismos y aun la censura de tu conciencia te dictan. Si no las respetas te sobrevendrá el espanto.
Pero al mismo tiempo renueva despaciosamente esas reglas y corrige las que vienes empleando con excesivo artificio y las que se avienen mal con tu naturaleza..
XVII.—No intentes imitar a nadie; ni su comportamiento ni sus ideas. Sé tú revelándote a ti mismo quién eres. La verdad está en ti. Esfuérzate en extraer y utilizar las riquezas que se esconden en ti.
Sé original, sin extravagancia. Trata de ser siempre creativo, sin perder de vista la vulgaridad de tu entorno para no verte sumido en un mundo excesivamente ficticio e irreal.
XVIII.—Procura pensar siempre por tu cuenta y no te dejes vencer por nada extraño a tu espíritu. Rechaza la maledicencia y no te dejes cautivar por la propaganda ni por la elocuencia. La elocuencia encierra a menudo los mayores errores y las contradicciones más peligrosas emboscados en la vehemencia y el adorno verbal.
Ahorma tu criterio sobre todo lo que te interesa, pero sé tolerante con las opiniones ajenas. Sé, en suma, condescendiente con los demás pero intransigente contigo mismo.
XIX.—Revisa esporádicamente tus ideas: ninguna es realmente inconmovible. Si ahora te sientes convencido por alguna, considérala verdadera y útil sólo provisionalmente. Esto te permitirá sentirte siempre coherente
Sin embargo, esfuérzate en concebir dos o tres pensamientos que, como el oro, puedan tener para ti un valor intemporal. No permitas que los sentimientos invadan el ámbito de tus pensamientos; controla los pensamientos por medio del espíritu, y los sentimientos por las ideas. Pero abandónate a los sentimientos que provienen de la emoción estética.
Llora cuanto desees. No reprimas el llanto; el llanto cura o al menos alivia las enfermedades del alma.
XX.—Goza con moderación de los sentidos. Cuanto menos abuses de los sentidos, más tiempo y más intensamente gozarás de ellos, y más de los placeres del espíritu. Cuanto más cultives el espíritu más disfrutarás de los sentidos.
XXI.—Trata de hacer compatible la seriedad y deseable perfección en tu trabajo habitualy en tu vida privada, con el buen humor y la imaginación Observa el lado positivo y amable de casi todas las situaciones y momentos.
XXII.—Ejercítate en adquirir la audacia necesaria para sobrevivir y estar preparado para soportar cualquier grave contratiempo Algún día puede serte útil; sobre todo si hubieres fracasado a pesar de tus esfuerzos en una sociedad implacable con el débil.
Además, con demasiada frecuencia el instinto natural se atrofia por la presión civilizadora, y en la sociedad como en la Naturaleza sólo se alza y resiste el más fuerte.
XXIII.—No te comprometas con ideologías, ni tendencias, ni filosofías, ni doctrinas. Si puedes, conócelas; pero no seas gregario y que tu participación sea siempre sin compromisos que dudes vayas a poder cumplir.
XXIV.—Procura lo necesario para vivir dignamente Pero no dejes que se apodere de ti la codicia. Y piensa que, por mucho esfuerzo que hubieres hecho para merecer lo que tienes, muchos otros también lo hicieron y, aun con más méritos que los tuyos, no triunfan y apenas consiguen sobrevivir.
No confundas tus conveniencias personales con el interés colectivo. Usa de tus cosas con un sentido de posesión y de administración prudente, y no de propiedad “contra todos”. Así las podrás compartir más fácilmente y usarás los bienes comunes con más cuidado incluso que los tuyos propios.
XXV.—Evita, si te es posible, empleos o actividades primados y valorados por su productividad o por cantidad de trabajo
Si no te fuere posible, recuérdate a ti mismo con frecuencia y a quien te paga que trabajas más por tu propia estima que por ganancia. Pero procura actividades remuneradas y valoradas más por la calidad y el esmero que pongas en el trabajo.
Podrán ser más gratos o mejor gratificados, pero no consideres que haya trabajo más “digno” que otro.
Reserva el tiempo preciso para el ocio bien entendido, es decir no como holganza que debilita.
XXVI.—No te empeñes en evitar a toda costa los problemas que se te presenten. Uno de los atractivos de la vida es resolverlos; y piensa que lo más importante de un problema es un buen planteamiento: toda posible solución comienza por un planteamiento adecuado. Como la curación de la enfermedad en el diagnóstico atinado.
XXVII.—Practica cualquier arte o actividad manual, o al menos dedica diariamente tiempo para la música y la lectura
XXVIII.—Haz ejercicio físico moderado todos los días y come con frugalidad; de todo, pues el hombre es omnívoro
XXIX.—No trates de interrumpir enseguida el proceso natural de las enfermedades. Evita la asistencia médica y la medicación inmediatas. Permite que la propia enfermedad vaya generando sus propias defensas y contra otras.
XXX.—Conoce y respeta las reglas de la convivencia social, pero elúdelas discretamente siempre que te sea posible.
Procede de la misma manera con todas las leyes en general, sobre todo cuando a tu juicio carezcan de justificación moral suficiente.
XXXI.—No te obstines en que otros se sirvan de tu experiencia, ni trates de persuadirles o disuadirles de hacer lo que se proponen hacer. Lo que para ti fue un fracaso para otros puede ser su fortuna, y lo que te fue favorable, para otro puede ser causa de su desdicha.
XXXII.—Confía siempre en el hombre, y házselo saber así, aunque tengas malas referencias suyas. Así le obligarás moralmente y en reciprocidad a confiar en ti. El hombre es bueno; quiere ser bueno, pero es débil, y su debilidad le hace cobarde y agresivo al mismo tiempo. La cobardía y, sobre todo, su ignorancia de los secretos de la Naturaleza en contraposición a los estragos que le ha producido su experiencia social, hacen del hombre un ser del que, en general, hay que guardarse. Sin embargo, cree en él. Cuando te hubiere engañado, apártalo de ti o dale otra oportunidad… pero sigue creyendo en el hombre, una y mil veces: es la mejor protección contra su debilidad, su miedo y su empeño en sacar ventaja a tu costa.
XXXIII.—Esfuérzate en descubrir en ti el genio o el torrente creativo. El hombre carece de verdadera sensibilidad o bien es enfermiza. Solamente de la mujer es la sensibilidad natural; pero sólo el hombre, a través de la inspiración que la sensibilidad de la mujer le transmite, ha sido capaz de crear algo grandioso. Y crea, precisamente porque no puede procrear. Por eso, hasta ahora al menos, sólo en el hombre estuvo alojada la semilla del verdadero genio.
XXXIV.—Respeta a los hombre y mide su categoría sólo por la nobleza que te llegue de su espíritu; también por su capacidad creativa
Sólo unos cuantos crean; el resto de la humanidad, sin hacer aportación alguna que valga la pena, se limita a beneficiarse de la inteligencia y de la perseverancia de aquéllos. Pero por principio, nadie tiene más derecho a ser respetado más que los otros.
XXXV.—Sé comprensivo con las actitudes reivindicativas de la mujer de nuestro tiempo. Respeta sus anhelos igualitarios. Pero recuérdale que sería odioso y, en ciertas cosas, imposible invertir el papel biológico que uno y otro tiene en la Naturaleza; que lo deseable es construir entre ambos un sistema de intercambio de valores y atenciones basado en el principio de reciprocidad, teniendo en cuenta cada circunstancia, y no en el de hegemonía; que el “machismo” no debe sustituirse por el “hembrismo”, y, en fin, que la meta conjunta de hombre y mujer debe ser la reafirmación de un vigoroso personalismo en el que hombre y mujer conserven, cada uno, las limitaciones y grandezas de su sexo.
XXXVI.—Si tienes hijos, dales una formación basada principalmente en tu ejemplo y en excitar su curiosidad hacia los fenómenos naturales principalmente y los sociales
En lo que te sea posible, confía su educación a quien puedas costear, pero siempre sin excesivos esfuerzos. Y en ningún caso esperes mucho de tus hijos, ni consideres los gastos de su instrucción como una inversión ni siquiera en beneficio de ellos.
Sabe que suele uno empezar exigiendo mucho a los hijos, esperas grandes cosas de su talento... pero terminas conformándote con que no sean desgraciados.
XXXVII.—Deja que tus hijos hagan pronto su voluntad. Está al tanto de sus cosas; vigílales desde lejos para evitarles daños irreparables pero no te entrometas en su vida por desviada que te parezca.
Permite que se equivoquen ellos solos. Si se equivocan por tu consejo, nunca te lo perdonarán.
XXXVIII.—Da gran importancia a la amistad, pero aprende a vivir solo. Elige tus amigos por razones de afinidad y por sus cualidades personales, no por su categoría social o por su posición económica.
Si quieres conservarlos, no abuses de su trato, no les pidas favores, ni trafiques con ellos ni con su influencia. Respeta a todos pero aléjate de quien no te respete.
XXXIX.—Procura vivir en compañía y aprende pacientemente a convivir con tu pareja. Ensaya en los registros y resortes, casi infinitos, que tiene quien comparte tus días y tus noches; y ambos dejaros mutuamente manejar como un instrumento musical delicado o como una tablilla de cera.
En los momentos difíciles y críticos de vuestra vida, no te engañes creyendo que con otra persona serías más feliz. Recuerda una vez más que tu felicidad y, a veces la de los demás, dependen de ti solo. No esperes recibirla de los otros. En cualquier caso, la sensación de felicidad más intensa es la que experimentamos cuando causamos alegría en los demás. Al menos es la manera de hacer la vida más llevadera.
XL.—Instruye a quien corresponda para que en los momentos de la muerte no se alargue innecesariamente tu vida y tu agonía. No hay razones sólidas para oponerse a la eutanasia. Quien se opone a ella es porque sigue los dictados de otros, o quizá porque tiene secretos recursos para resolverse a sí mismo su muerte digna
XLI.—Evita a todo trance los procesos judiciales. Encuentra siempre una solución amigable: es preferible que cedas mucho de tu derecho a verte envuelto en un pleito. Por ello, procura crearte los menores intereses posibles, y en cuanto a los que hayas ya adquirido, defiéndelos con la máxima largueza.
En todo caso ceder te proporcionará mayor bienestar que una ruin obstinación en defender tus derechos. En cuanto a las cuestiones de honor, sitúa tu propia estima por encima de tu reputación.
XLII.—Ama a tus padres al menos en la medida en que te amen; pero no te sientas obligado a amarles sino por lo que te sientas amado. A tus hijos, ámalos en la medida que desees te correspondan
XLIII.—La mejor herencia que puedes dejar a tus hijos es hacer que ellos lleguen a ser dueños de sí mismos. Renuncia por adelantado —al menos moralmente— a lo que puedas recibir en su día en herencia.
Ten presente que las cuestiones hereditarias crispadas, antes de producirse y después cuando se declaran, suelen ser paradójicamente causa próxima o remota de males, enfermedades y ruina.
XLIV.—Nada en exceso; ni siquiera la bondad ni la higiene. La bondad excesiva irrita y origina malestar en el entorno. Muestra también tus imperfecciones. A veces hasta conviene exagerarlas. El ser humano es perfecto en su mismidad. Y es él en todo caso quien tiene que rendirse cuenta a sí mismo de sus debilidades. Es en sociedad donde comienzan los defectos y carencias... Los defectos son sólo "sociales".
La excesiva higiene favorece el contagio de enfermedades y hace más vulnerable tu organismo.
XLV.—Ama, en fin, tu libertad hasta el extremo de negarte a ti mismo abusar de ella...
Pero recuerda: XLVI.—Para la realización integral de tu vida, es preferible que los necios digan de ti que estás loco a que los inteligentes piensen que eres vulgar...
* Información extraída de
Insertado
por: CERCLEOBERT (17/09/2004) |
Fuente/Autor:
Jaime Richart. |
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