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La conciencia de los gobernantes y la otra

(1745)

UN POLÍTICO CARECE DE CONCIENCIA Y DE CORAZÓN...
Aznar tiene la conciencia tranquila, Bush tiene la concien­cia tranquila, Blair tiene la conciencia tranquila.

Encima de que en sus manos han tenido o tienen la suerte de millones de seres, se permiten alardear de tenerla tranquila.

Un polí­tico sólo puede considerarla tranquila mientras el fragor de sus decisiones sin tregua le impide sentirla por estar anes­tesiada. Por eso Fraga se niega a abandonar la nave. Sabe bien que fuera de ella no le espera más que espanto.

Aznar dice ahora que la tiene tranquila. Trata, inútilmente, de re­cobrarla como individuo del montón que ya es porque sabe, a su vez, que le espera una vida errática y la conciencia en carne viva del pobre mortal. Y es que nadie que haya tenido una responsabilidad colectiva puede tener tranquila la con­ciencia.

Siempre cupo hacer las cosas de otro modo, y desde luego siempre más justas. Si para colmo el desprecio por las mayorías colmó al soberbio ¿cómo puede tenerla tranquila un ser en tales condiciones, a menos que la suya sea del mimbre de un Franco o de un Pinochet transeúntes?

Y aún dicen que los mandamases de los regímenes tota­litarios se aferran al poder: en Cuba, Castro, y en China, el Comité Central del Partido Comunista.

Pero al menos en esos países y regímenes, según el lenguaje deconstructor propio del sistema occidental se reparte la pobreza; no como en éste donde la riqueza se la reparten unos cuantos haciendo a la pobreza mil veces más insufrible.

En Occi­dente los líderes no se pueden aferrar al poder por más tiempo del tasado. De acuerdo. Es una ventaja, pero tam­bién grave inconveniente pues por disponer de tiempo limi­tado y ser la condición humana de los gobernantes la misma de siempre, se apresuran a sacar el máximo provecho du­rante el periodo del mandato.

Por eso algunos de los ac­tuales gobernantes, precisamente los más poderosos, se ve palpablemente que están sólo consagrados a dejar las hue­llas de su paso por la Historia.

Ello trae consecuencias mu­cho más desastrosas para otros países, para buena parte de la población del suyo y sobre todo para la paz del mundo que la hacen imposible, que la continuidad de Castro y la del Comité Central del Partido Comunista de China...

Pero dejemos esto, que no tiene remedio y afecta a la es­tructura de la sociedad sin vislumbrarse la más mínima es­peranza de mejora sino todo lo contrario, y ciñámonos a las reglas del juego dictadas por los que manejan el control so­cial en nuestras fantásticas democracias...

Los gobernantes de las llamadas democracias liberales no son funcionarios de partidos únicos. En efecto. Y ejercen, en teoría, su profesión circunstancialmente.

Pero, ya decimos, los efectos de una provisionalidad a menudo tenazmente prorrogada pueden ser mucho más devastadores, por las ansias de apurar las posibilidades de un mandato.

Recien­temente, por ejemplo, para magnificar su protagonismo y potenciar su egolatría se apresuran a llamar guerra los go­bernantes y aliados del imperio a lo que no son más que aplastamientos de un coloso sobre otro u otros países a los que no dejan más opción que el terrorismo y la guerrilla: la estrategia de los débiles.

Además, descargan la fuerza de una vez, otro signo inequívoco de su impaciencia por triun­far hoy y ahora alardeando de inflexibilidad barata. ¿Por qué, si no, por ejemplo, no actuar como en todo asedio, es decir, dejar que pase el tiempo dando lugar a que los se­cuestradores se vayan cansando con el paso de los días y posiblemente se rindan, en lugar de entrar a sangre y fuego los sitiadores el mismo día matando a secuestradores y se­cuestrados indiscriminadamente que es lo que se ha hecho por ejemplo por dos veces en poco espacio de tiempo en Rusia, y tantas de ellas en el imperio?...

Cuando las personas corrientes tienen escindida su con­ciencia decimos que padecen esquizofrenia. Pero cuando decimos que los gobernantes carecen de conciencia o no consultan con la suya individual porque se la han arrancado de cuajo, estamos ante el tirano, el déspota o el sátrapa...

Por eso dicen algunos cínicos que tienen la conciencia tran­quila. No se dan cuenta de que no es que la tengan tran­quila, es que probablemente no la tienen.

Les ocurre como a los que les han amputado una pierna. Aunque no la ven, les parece sentirla cuando en realidad ya no está en su sitio...

Y a lo que vamos...

Dice Aznar en Euronews que tiene la conciencia tranquila. Bien, admitamos que él no se la extirpó ¿Qué conciencia, la del gobernante o la del paisano?

Si sólo tuviera la concien­cia común, no sería posible que su percepción y la nuestra de los acontecimientos del mundo hubiese sido tan diver­gentes como para no reparar en que la muerte se estaba llevando caprichosamente a otros países sacándonos, por impotencia, a los demás de nuestras casillas.

No vale que nos diga que él sabía lo que pasa en la trastienda de las na­ciones, y nosotros no. Pues si fuese lo que dice representar, nos comunicaría fehaciente e inmediatamente lo que igno­rábamos sin mentir.

El no hacerlo, el no contar para nada con el pueblo pone a la altura de los peores tiranos a un presidente institucional por muy electo que hubiere sido. Mi­llones de seres humanos le suplicamos que no se uniera a aquella invasión infame, y no nos escuchó. ¿Y todavía dice que tiene la conciencia tranquila? ¿es que elegimos a nuestro proxeneta -quien le eligiera- sólo para que nos de­fienda de él mismo, como hacen los padrinos?

Para llegar a ser rey, antes apuñalaba uno a su padre o a su hermano; empujaba a la guerra a morir a millares de hombres inocentes; se removían obstáculos, se desviaban impedimentos sin preguntar qué era justo o injusto.

Cuando se trataba de una corona, se casaba a un mozo de catorce años con una matrona de cincuenta, a una muchacha imp-ber con un anciano que podía ser su abuelo; nada se pre­guntaba sobre la virtud, la belleza, la dignidad y la moral; se casaban mentecatos, jorobados y cojos, sifilíticos, tullidos y criminales. Por una corona vitalicia, por un reino, eran capa­ces de todo.

Hoy no hay reinos ni coronas o es como si no los hubiere. Pero aquella ansiedad criminal se ha trocado por otra ansiedad aún mayor habida cuenta que todo se quiere solventar contra reloj, repartida y soportada, eso sí, entre unos cuantos en colusión contra la ciudadanía aunque nos digan que es por ella por quien se esfuerzan...

El escaso tiempo -medido en términos de una vida humana- de que disponen los aspirantes para alcanzar el cetro presidencial y luego los victoriosos para mantenerlo, han de aprovecharlo al máximo excitados por los objetivos preparados en algunos casos desde mucho tiempo atrás ((Bush) y luego los mil avatares cuya secuencia de conse­cuencias no pueden abarcar y menos agotar ni en uno ni en dos mandatos sosegadamente...

Por eso es por lo que no tenemos más remedio que apostar bien por la falta de conciencia en los gobernantes en general, bien por la persistencia de una conciencia clo­roformizada por fuerzas muy parecidas a los vendavales que se llevaban otrora vidas sin cuento por una corona...

Nada de servir al pueblo, en un poder siempre transitorio en estos sistemas que sólo puede alcanzarse y retenerse a fuerza de permanentes envites entre numerosos farsantes y apurándolo todo hasta las heces...

Siempre cupo hacer las cosas de otro modo, y desde luego siempre más justas. Si para colmo el desprecio por las mayorías colmó al soberbio ¿cómo puede tenerla tranquila un ser en tales condiciones, a menos que la suya sea del mimbre de un Franco o de un Pinochet transeúntes?

Esa jactancia le delata.
Los demás, los seres humanos normales, somos los que apenas la sentimos cuando pre­sentimos hasta qué punto un gobernante es capaz de arre­meter contra el bien común y a favor de sí mismo, de su va­nidad y de sus grupusculares intereses.

Esa perplejidad y tantos embates recibidos desde todas partes, prueban que los gobernantes en general no pueden tener conciencia porque si la tuvieran les estallaría.

Y si la tienen y dicen, como Aznar, que la tienen tranquila es porque somos noso­tros los que pagamos el precio, contado en desasosiego, para que gobernantes como él presuman inicuamente de rectitud moral... mire usted.

Más Información en:
* Nunca Más.

Insertado por: CERCLEOBERT (19/09/2004)
Fuente/Autor: Jaime Richart.
 

          


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