Torturas en El Aaiun |
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OCUPACION / SAHARA, EL CONFLICTO OLVIDADO... |
EN LA CAPITAL del Sáhara, nada es lo que parece. Su tranquilidad esconde mucho miedo. Los periodistas se camuflan de turistas, y logran que las víctimas de la represión marroquí cuenten sus penas. |
TORTURADOS EN EL AAIUN. Por Mª JOSÉ LLERENA LEONARDO FACCIO. El Aaiún.
Yo sé qué es la tortura, las descargas eléctricas en el cuerpo. Pasé más de tres años con los ojos vendados y sin que nadie supiera de mí. Pero lo peor de todo es que a mis torturadores me los cruzo hoy por las calles de El Aaiún.
La saharaui Aminetou Haidar acaba de decir lo que nos habían prohibido escuchar, una de esas tantas historias de tortura que se suceden desde hace 30 años en el Sáhara Occidental.
«No hablen con nadie. No entren en la casa de nadie». Ésta fue la orden que nos dio un policía marroquí en cuanto aterrizamos en el aeropuerto de El Aaiún. Si hubiésemos cumplido con la advertencia, es probable que nunca Hubiéramos escuchado los testimonios de muerte, tortura y desapariciones que esconde esta ciudad. Pero desobedecimos, escuchamos y acabamos perseguidos por la policía día y noche.
Entramos a la ciudad por La Meca, la avenida principal, donde todo se ve impecable: fachadas recién pintadas, aceras relucientes y gente en las terrazas de los cafés.
El Aaiún aparenta ser una ciudad pujante y no sangrienta. Pero organizaciones como Amnistía Internacional, la Organización Mundial contra la Tortura o Human Rights Watch denuncian que aquí se producen detenciones arbitrarias y torturas, y cifran en casi 500 los casos de desaparecidos.
En las calles la gente se pasea con turbantes, derraas -atuendo típico saharaui y chilabas. Cuesta creer que esta tierra fuera parte de España, pero fue su colonia hasta 1975, cuando Marruecos ocupó el territorio mientras Franco agonizaba.
Desde entonces, la mayor parte del Sáhara Occidental permanece bajo soberanía marroquí a pesar de que ni la ONU ni el Tribunal Internacional de La Haya reconocen a Marruecos como potencia administradora.
Desde aquellos días de finales de 1975, el pueblo saharaui vive separado. Más de 160.000 se encuentran exiliados en campamentos de refugiados de Argelia. Muchos se sumaron a las filas del Polisario, el frente independentista que durante más de 15 años se enfrentó con el Ejército de Marruecos.
En el Aaiún no hay tiros ni bombas, pero existe una guerra silenciosa en la que la gente resume tantos años de historia en dos palabras: el problema. Cuando alguien explica por qué no quiere hablar contigo en la calle dice: «Disculpe, es por el problema».
Aquí la gente no habla por miedo, y la prensa no es bienvenida. Es más, a menudo es expulsada. Por eso nosotros llegamos enfundados en piel de turista. Nos alojamos en el hotel Lakouara, donde éramos los únicos civiles.
El resto de los huéspedes eran soldados de la ONU, que desde 1991 copan la capacidad hotelera de la ciudad.Sólo en El Aaiún hay alrededor de 400 efectivos de la MINURSO (Misión de las Naciones Unidas para el referéndum del Sáhara Occidental) encargados de que se respete el alto el fuego.
Nos tocó la habitación 208. Allí nos sentamos a esperar la llamada del «contacto» que nos llevaría hasta nuestros entrevistados.
Antes de viajar a El Aaiún contactamos con los representantes del Polisario en España. «Déjenme un número de teléfono. No busquen a nadie, les encontrarán a ustedes. Anoten esta contraseña: "La Complutense no es igual que La Laguna"». Ésas eran las palabras que esperábamos escuchar aquella primera noche en el hotel Lakouara.
A las once de la noche, un destartalado Mercedes blanco modelo ''''''''''''''''''''''''''''''''92 nos hacía señas con las luces. «Soy un militante de los derechos humanos», se presentó Hmad Hammad en un perfecto español que aprendió en el colegio cuando El Aaiún era la provincia 53 de España.
Viajamos por calles de tierra hasta La Colomina Roja, un barrio periférico donde se concentró la población saharaui cuando las familias marroquíes tomaron las casas del centro.
«Los marroquíes le cambiaron el nombre, pero nosotros lo seguimos conociendo por su nombre en español», afirma Hammad. Paramos frente a la casa donde nos esperaban, dispuestos a contar sus historias, activistas que no pueden salir del país porque el Gobierno tiene retenidos sus pasaportes.
«Aquí, de momento, no necesitamos víveres, pero sí ojos que sean testigos de lo que nos pasa y de nuestra resistencia», empezó diciendo Ali Salem Tamek, quien, a sus 31 años, ya es todo un símbolo de la resistencia saharaui.
A su lado, enfundado en una derraá blanca, nos mira Sidi Mohamed Daddach, el preso político saharaui que más tiempo ha pasado en prisión: 24 años, 14 de ellos, condenado a muerte. «Cuando veía la luz de la mañana sabía que había ganado un día más porque ajusticiaban a los reos durante la noche», recordaba Daddach.
Ahmed Uld Hamdi tiene 25 años y es hijo de un padre que nunca conoció porque desapareció cuando él era un niño. «Me ofrecen una indemnización por la desaparición de mi padre. Yo quiero saber qué ha sido de él, y si está vivo, que lo liberen. Y si está muerto, quiero su cadáver. Luego hablaremos de indemnizaciones», sentencia.
«El padre de Ahmed no es el único. Esta lista de 140 desaparecidos que tengo en mis manos para nosotros es algo sagrado. Tenemos que luchar hasta el final para conocer sus paraderos», afirma Ghalia Djimi, miembro del Comité de familias de secuestrados y desaparecidos.
«Yo responsabilizo a España de esta situación que vivimos. Vendieron a este pueblo. Nos vendieron», dice Bachir Azman Hosein, antiguo trabajador de la mina de fosfatos Fos Bu-Craa desde los tiempos de España.
Hmad Hammad, el chófer del Mercedes, agrega dolido: «España nos abandonó a un pueblo asesino. Todavía me pregunto por qué nos hizo esto». El encuentro se extendió hasta las cuatro de la mañana. Cuando llegamos al hotel, dos policías esperaban en la puerta.
ENCUENTROS NOCTURNOS Durante el día hacíamos vida de turista. Dos policías de paisano nos siguieron durante toda la jornada en un Peugeot 205, tan negro como sus bigotes.
«Que os vean conmigo no importa, ya me tienen fichado. Pero no deben saber adónde vamos. Hay que despistarlos», nos dijo Hammad, con quien nos encontramos esa noche, y maniobró por calles oscuras hasta que paramos ante la puerta de la casa de Mohamed Ali Laaroussi.
Mohamed tiene 27 años, no puede hablar y mueve sólo la mano derecha, pero escucha y nos mira desde la alfombra sobre la que está acostado.Como muchos amigos, hace un par de años Mohamed y dos compañeros decidieron irse de El Aaiún para unirse al Polisario, pero a ellos los atrapó la policía.
«Lo golpearon mucho», dice Fatma, su madre, «y cuando lo soltaron sufría continuos dolores de cabeza, perdió el apetito, el sueño, después la fuerza de su pierna izquierda, después el habla. Hace casi un año que no lo ve un médico».
Afuera, en la oscuridad del barrio de Eskeikima nos esperaba Salma, la madre de Mahmud Mustafa Haddad, un chico de 22 años que el día 18 del pasado mes de agosto se atrevió a cambiar una bandera marroquí por otra de la República Saharaui, y por eso fue torturado y condenado a dos años de prisión en la tristemente célebre Cárcel Negra de El Aaiún.
«Cuando me dejaron verlo, un mes después de detenerlo, estaba lleno de quemaduras», cuenta Salma, «en el mismo coche de policía empezaron a torturarle quemándole con el mechero y con cigarrillos».
Era tarde y nos quedaban pocas horas en El Aaiún. Aún teníamos que encontrar la manera de sacar los carretes de fotos y nuestras notas por el aeropuerto. Ese mismo día llegaba el primer ministro marroquí, Driss Jettu, para anunciar que se destinaba una nueva partida para mantener en buen estado las calles y fachadas de El Aaiún, la ciudad donde nada es lo que parece.
* Información extraída de... (Enlace...)
* Toda la información relacionada en Ibérica 2000, sobre Marruecos... (Enlace...)
Insertado
por: Poemario por un Sahara Libre (26/12/2004) |
Fuente/Autor:
ElMundo.es |
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