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El día 29 de marzo se ha puesto de manifiesto en las calles de la mayoría de ciudades españolas que esta democracia, además de falsa, demuestra ser inútil.

Cualquier ciudadano normal entiende que la democracia se basa en la participación del pueblo en la gobernabilidad del país, pero desde hace décadas resulta que hay unos gobiernos que, a pesar de que cuentan con los votos de los ciudadanos, hacen lo contrario de lo que los ciudadanos reclaman. Y bien, ¿somos borregos que no tenemos ideas para gobernar nuestro propio país o confiamos ciegamente en los dictados del gobierno?

Ante la actual situación, podríamos decir que al pueblo se le somete “democráticamente”. Naturalmente, existe un parlamento en donde 2 partidos mayoritarios se enfrentan ideológicamente y ninguno de los dos tiene ideas claras de cómo salir de la crisis. En parte es debido a que por encima de ellos está la troika de la UE, con Merkel a la cabeza. Ellos son quienes dictan las líneas maestras para convertir a los trabajadores en meros esclavos sin ningún derecho, tan sólo trabajar y callar por un sueldo que puede ser “recortable”. Y quien sabe si con el tiempo se convertirán en los esclavos de los “campos de algodón” del sur de los Estados Unidos, sólo por la manutención y el vestir... Estados Unidos, Alemania, Francia, Inglaterra y España son países con gran experiencia en tiempos de la esclavitud. Y la naturaleza humana no ha cambiado desde entonces, a pesar de algunos atisbos de democracia.

Probablemente dentro de 4 años los socialistas vuelvan a ganar las elecciones. ¿Pero qué más da? Ya hemos visto que un gobierno “socialista” fue el impulsor de los contratos basura, el que nos metió en la OTAN o el que creó tanto paro o más que los neoliberales. Bueno, nos dio muchos derechos..., como el derecho al trabajo, etc. ¿Pero para qué sirven los derechos si no se pueden llevar a cabo? Algunas dictaduras también dan algunos derechos a los ciudadanos. A veces es mejor tener pocos derechos y que sean alcanzables, que tener muchos inalcanzables.

La huelga del 29 de marzo no tenía que haberse llevado a cabo si este país tuviera un gobierno decente, que escuchara de verdad a la opinión pública y, además, fuera de verdad independiente y no sometido a los dictados de los representantes de las demás potencias europeas y al dominio de los mercados de un capitalismo salvaje. Como decía Franceç Layret: “cuando los trabajadores hacen huelga, no es que no quieran trabajar, sino que desean hacerlo en mejores condiciones”. El Gobierno debería tomar buena nota de estas palabras, en lugar de menospreciar la huelga.

Lo mires por donde lo mires, el problema sigue siendo un sistema social basado en la competitividad, en el desarrollo insostenible, en el consumo desmesurado, en la fabricación de objetos inútiles y en las profundas desigualdades entre las personas. No quisiéramos ser pesimistas con respecto al futuro que nos espera, pero al paso que vamos nada tendría de extraño que esto acabara en una especie de revolución social, con los graves disturbios que ya empezamos a ver. Y todo por el empecinamiento de nuestros gobernantes, que ven en esta revolución la desaparición de sus privilegios ancestrales.

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