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PROPIEDAD INTELECTUAL
Las ideas circulantes o la globalización del pensamiento
Desde que ha irrumpido Internet en nuestras vidas y nos vemos publicando masivamente en las webs, nos hemos familiarizado con nociones como propiedad intelectual, derechos de autor, copyright, copyleft...
En la narrativa, teatro y poesía, por ejemplo, está claro que la cautela del autor de su obra para proteger el reconocimiento de su autoría está más que justificada, y con mayor motivo si media va a mediar la edición impresa.
La inscripción del texto en el Registro de la Propiedad Intelectual es el método habitual de protección. Y el principio moral sería que "nadie que ha creado algo artísticamente, literariamente, sobre todo si vive de ello o se ayuda de ello, debe ser inquietado o perturbado —y con mayor motivo despojado— acerca de "lo" por él creado”.
Es más, si hay alguna propiedad privada en la sociedad que merezca especial respeto y protección —y más para quienes rechazamos el mercado— esa es la "propiedad intelectual". Apropiarse de algo ideado por otro, desde el punto de vista moral sería tan grave cualitativamente como arrebatar a un ciego menesteroso su larga y penosa recaudación del día...
Pero cuando hablamos de pensamiento puro o, más humildemente, de pensamiento más hondo del ordinario a secas, la cosa cambia. Y mucho.
Veamos. Yo, por ejemplo —y estoy por asegurar que todos los que escribimos "para" la Red—, que ni vendo ni subasto mis ideas, no tengo ningún resquemor de que puedan ser transportadas de un lado a otro, o rentabilizadas incluso, por cualquiera. No sólo no vivo de ellas, es que la Internet me ha dado una oportunidad, como a tantos, de divulgarlas con más o menos alcance y fortuna.
En el intercambio cifro mi satisfacción. Mi interés está únicamente en que, porque naturalmente las considero dignas o excelsas, se propaguen lo más posible y lleguen a germinar en la cabeza de otros que se "beneficiarían" de esa misma excelsitud...
Todo lo que es tratado y como es tratado en la vida real es por definición académico y ortodoxo. Y no hay nada que deteste yo más que actitudes fijas frente a ideas fijas.
Por eso no tengo inconveniente en enzarzarme (si la provocación se relaciona con el fondo de mi escrito) callejeramente en refriegas, y rehúyo adoptar actitudes profesorales que me producen tanta repulsión como el dogma: tan resbaladiza, provisional y endeble me parece la "verdad" y los pensadores de una pieza. Además, de la refriega rara vez no saco algo en limpio...
Así es que, tratando de ser coherente, me es indiferente que los vectores eventuales de mis inspiraciones más o menos certeras desde el punto de vista objetivo; es decir, quienes las propagan a conciencia o no, sean conscientes o no de que no son suyas.
También que tengan, o no, la gentileza de citar la fuente, el autor —en este caso yo— que las alumbró. No les perdono en cambio a los pensadores y escritores oficialistas sus plagios, tema absolutamente diferente.
Dice un proverbio árabe: "palabra que dices ya no es tuya". Y así es. Porque ni uno mismo sabe, si nos ponemos a pensar un poco sobre ello, cuántas de nuestras ideas han surgido de nuestra personal inspiración, cuántas nos llegan de libros leídos quién sabe hace cuánto tiempo y que, enquistadas en el cerebro, han terminado formando parte celular de él o percutiendo otras, y cuántas vienen por conducto intravenoso o genético sin tener la más remota consciencia de ello...
En el fondo ¿qué más da? Las enciclopedias y los googles están abarrotados de “saberes”. Si bien esos saberes sean tan peregrinos e inconsistentes como opuestos a la sabiduría. Nada hay más opuesto a ella que el mucho "saber"...
Lo importante, a mi juicio, no es alumbrar ideas nuevas que sabemos no existen pues todo está dicho bajo el sol, sino aprehenderlas nosotros por nosotros mismos, desde nuestro interior.
Pasar por la sensación inefable de que son "nuevas", de que nadie las ha concebido y dicho antes es una de las experiencias intelectivas más maravillosas que una persona no ya significativamente inteligente o creativa sino que esté simplemente acostumbrada a leer, pueda imaginar.
Todos participamos de algún modo de un numen, de una musa o de un demiurgo universal. Y todos somos potencialmente capaces de intuir y aprehender las mismas y grandes ideas de los grandes pensadores.
Sencillamente porque todas corresponden a prenociones grabadas a fuego en nuestro corazón quién sabe si antes de nacer. Lo que sucede es que es la "cultura" precisamente nos estraga y atrofia facultades que, abandonadas a su natural, podrían habernos descubierto ideas puras.
Sin embargo, sólo cuando las descubrimos, leídas o escuchadas, en otros “consagrados”, lo consideramos descubrimientos intelectuales portentosos, fuera de nuestro alcance y casi sobrehumanos...
Yo puedo asegurar que se puede llegar a los grandes conclusiones de los grandes pensadores de la historia sin haber leído una sola línea de su obra. Para ello y mientras meditamos, apartando todo egoísmo, todo egocentrismo y todo pre-juicio habremos de pensar la cuestión de que se trate ex novo, es decir, desde el principio.
Hagamos la prueba. Sólo es cuestión de ponerse a ello... Pues quí es donde empieza la verdadera globalización y democratización del pensamiento.
* Todos los artículos alojados por este autor, en Ibérica 2000... (http://www.iberica2000.org/Es/DirectorioAut.asp?Id=10280) (Enlaces...)
>> Autor: Jaime Richart (21/10/2004)
>> Fuente: richart@telefonica.net
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