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ENTROPÍA Y "EL COCHE"
"Los dioses ayudan a los que aceptan y arrastran a los que se resisten"...
No hay trajín, proyecto, cálculo o preocupación colectivos que no palidezca ante este fatalismo...
El problema u obstáculo que "debiera" presentarse a toda conciencia hoy día antes de adentrarse el entendimiento en la reflexión profunda sobre cualquier materia, —desde la enfermedad y la salud, pasando por la ontología y la fenomenología, por el análisis de la conducta, hasta dónde pasar nuestras vacaciones—; es decir, sobre todo lo que mira al inmediato futuro, es el estado en que se encuentra sumida la biosfera que nos envuelve, concluyente y exponencialmente limitativa y restrictiva de vida sobre la Tierra. No padecer por ello, por "lo inevitable", ignorarlo, obviarlo es "conveniente" y saludable para desarrollar con libertad una teoría, un proyecto, una ilusión individual y colectiva; para, en resumidas cuentas, vivir...
Pensar prescindiendo de ese dato dramático, de ese hecho ajeno a nuestra voluntad y deseos es asimismo útil e ineluctablemente necesario para dirigir el pensamiento al fin propuesto. Del mismo modo que el pensamiento griego, a la hora de afanarse en la introspección, prescindía de sus mitos sólo válidos para dinamizar y dar sentido a la vida pública. Pensar lo que sea desde los planteamientos que inhiben "esa" circunstancia, como no se vieron constreñidos a tenerla en cuenta los pensadores que nos precedieron porque la amenaza no se cernió nunca sobre la totalidad sino sólo sobre parcelas de la realidad, es conditione sine qua non para seguir comunicándonos como si no pasara nada. Es salvaguarda de la estabilidad anímica del ser pensante y de la sociedad toda. Es el bastón que necesitamos para no perder la verticalidad y para que el desalojo de la sala o del estadio se haga ordenadamente. Para en suma y entretanto, hacer posible la relación dialógica, la vida social y lo que entendemos por vida normal...
En efecto, la vida sigue y debe seguir... Pero el dato no deja de estar ahí presente, sea como un espectro sin contornos definidos sea como figura perfectamente dibujada. Es la misma condición que se da cuando el "pensador" o, simplemente el ser pensante, atisba el fin de su vida por una enfermedad irreversible aunque no se encuentre aún en fase terminal. La diferencia entre la circunstancia subjetiva de ese enfermo y la objetiva que lo abarca todo es que en ésta los afectados somos todos. Podremos, deberemos, olvidar esa visión sombría para economizar energía personal y colectiva, pero la extinción masiva gradual, lenta o vertiginosa según la percepción de cada cual, recorre el subsuelo y atraviesa de parte a parte a la vida y al futuro inmediato.
La entropía ya está aquí. No es una sorpresa. Numerosos sociobiólogos han venido vaticinando que el suicidio colectivo es el último avatar de la humanidad. Lo único que podemos hacer es fingir que no nos amenaza lo suficiente "todavía " como para detener la vida espantados, y para no dejarnos llevar por el pánico. Y así procederemos...
Pero a mí, que aprehendo desde mi más tierna infancia el mundo desde la emoción, se me hace imposible prácticamente pensar cualquier cosa sin la sensación de estar todo en proceso de ruina, de vivir en una casa que inevitable y rápidamente se desmorona. Y aunque con considerable esfuerzo me desprenda de ese lastre en la mayor parte de las cuestiones cotidianas, la simple vista de una pradera seca o de un árbol seco en plena primavera, no me permite volver a pensar más en la posibilidad mortecina de hallar un absoluto, de recrearme en la inmensidad o de volver a empequeñecerme en el microscopio ante la inmensa pequeñez. Todo está a punto de perecer... salvo la primera causa de nuestra ruina: el coche.
>> Autor: Jaime Richart (01/06/2005)
>> Fuente: -Jaime Richart
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