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LA RENTA SUIZA DA QUE PENSAR
Esto no es aislado. Esto es lo común...

Si por racionalidad entendemos la comprensión del todo y cuanto más abarque la razón más racionalidad, las sociedades más boyantes son irracionales aunque parezca lo contrario.

No hay derecho a que cualquier país, por ejemplo Suiza, tenga un producto interior bruto de 43.550 dólares per capita (2003). ¿Cuál es su mérito, si son el mérito y el esfuerzo los dos factores que justifican el beneficio? No nos irán a decir que sea fruto de sus exportaciones de relojes y de quesos...

Ya sabemos que el ser humano es así, que está gobernado por el temor a la inseguridad personal, a la escasez... que precisa poseer para sentirse fuerte, para procrear, para comprar salud y para asegurar su alimento, su bienestar y eventualmente el desarrollo de la prole...

Sabemos que todo esto es así y que nunca cambiará sustancialmente el instinto de poseer y de dominio. Sólo puede aspirar el individuo por un lado y la sociedad por otro a educar un poco esas tendencias para hacer posible el equilibrio entre quienes componen la colectividad. Porque lo sabía bien el comunismo, dio un golpe de timón al mundo tratando de corregir o de aminorar ese instintivo temor, diciéndole al individuo: “no te preocupes, nosotros, la sociedad misma se encargará de asegurarte lo indispensable en una primera fase. Luego, a partir de ahí, cuando todos tengan lo indispensable para vivir con dignidad, ya procurará la propia sociedad incorporar una cierta dosis de competitividad en materia de mercado. Esto beneficiará a todos y además no dañaremos excesivamente a la Naturaleza que al final somos todos”.

¿De qué modo hizo este planteamiento?: con cultura, con instrucción, fomentando la creatividad, torciendo desde la cuna el supremo interés exclusivo por lo material, educando en definitiva desde la racionalidad y no dejando a la racionalidad a expensas del instinto y del deseo puros en detrimento del derecho colectivo a lo indispensable.

Las víctimas del egoísmo inusitado, es decir del egoísmo sin restricción, abandonado a su suerte, no se le manifiestan al gran egoísta. No las ve, ni las quiere imaginar ni relacionar las carencias ajenas con sus sobras. Están cerca pero también lejos sus víctimas. Por eso, engañándose a sí mismo, atribuye ordinariamente a sus propios méritos la posesión de riqueza. No repara el “individuo de mercado”, el que sobresale en el mercado y se impone en él (ni quiere darse cuenta), de que en semejante sistema no es posible el enriquecimiento justo si fuera transparente su economía, si declarase honradamente sus cuentas y sin dañar considerablemente a otros aunque no les vea o vivan a miles de kilómetros de él. Pues las leyes mercantiles y civiles del sistema de mercado intentan corregir las desigualdades precisamente detrayendo parte del sobrante fiscal para destinarlo a los menos beneficiados por el “reparto natural” de la riqueza. Sin embargo no sólo no cumplen los más adinerados con ese elemental y social deber hacia la comunidad en ese sistema, sino que multiplican su riqueza defraudándola.

Esto no es aislado. Esto es lo común. Mientras unos cuantos incrementan sus caudales exponencialmente, la inmensa mayoría simplemente vive o ha de emplear la totalidad de su energía en procurarse el sustento, salir adelante y prevenirse para tiempos de vacas flacas.

Sin embargo no son las leyes del sistema gobernado por el mercado lo peor. Si la exigencia de su cumplimiento estricto fuera férrea, es muy posible que las desigualdades ofensivas se redujeran poco a poco y todo fuera a mejor. La debilidad del sistema está en la farsa que deliberadamente comporta. Fingen los rectores de la sociedad perseguir a los transguesores. Y fingen, porque aparte de simularlo y dar licencia tácita que facilita mucha maniobra fraudulenta -para no poner palos entre las ruedas a la eficacia del mercado- luego son extremadamente benévolos con los infractores. De modo que la propiedad privada de un solo individuo, termina valiendo más que una vida humana.

He aquí la perversión del sistema, de quienes lo apuntalan y de quienes contemporizan con él. Aun así hay grados. Y países como España, con tan poco entrenamiento en las virtudes igualitarias (que incluso se persiguen, al igual que en Estados Unidos), las cotas de expolio de las clases económicas menos desfavorecidas a manos de las más favorecidas es escandalosa pese a la apariencia de prosperidad; prosperidad desigual, falsa, transitoria e insegura al lado de los países europeos con solera... En España aproximadamente un 20% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, marcado en el 50% de la renta media nacional. España queda en las estadísticas a la cola en generosidad con los más pobres por dos conceptos. Y en el mundo, el 54% de la población mundial que vive con menos de dos dólares al día y el 22% cuyos recursos inferiores a un dólar diario la sitúan por debajo del nivel de la pobreza absoluta. Nunca el censo de pobres ha sido tan abominable.

Y es que no bastan leyes impecables. Si bastase con ellas, no habría más que hacer la ley matriz y luego ir copiándola cada uno de los países del sistema. No. La democracia exige un esfuerzo solidario y colectivo. Es necesaria una voluntad social pero también y sobre todo una voluntad de las minorías rectoras, una conciencia de “el otro” que en España todavía está muy lejos de abundar. Sobre todo cuando se viene imitando mucho más el repulsivo egoísmo estadounidense típico de las clases imperantes, en lugar de atenerse a las exigencias de toda justicia social y racional. Por eso sólo un socialismo real, sólo el marxismo revisado y actualizado -uno de cuyos principios consiste en la adecuación ajustada entre producción y consumo, para no dejar a ambos al albur de las veleidades del mercado- podría hacer salir al mundo de la injusticia radical y del marasmo en que está metido.

* A todos los artículos alojados y publicados en Ibérica 2000, por este mismo autor... (http://www.iberica2000.org/Es/DirectorioAut.asp?Id=10280) (A más de 190 artículos de opinión...)

>> Autor: Jaime Richart (05/10/2006)
>> Fuente: Jaime Richart


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