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FISIOLOGÍA DEL OPTIMISMO I
EL OPTIMISMO FILOSÓFICO Y EL ENDOCRINO
He de advertir, para que no se moleste en seguir leyendo quien tenga predisposición hacia todo lo contrario, que nunca me inspiró ninguna confianza ese tipo de persona que, en el razonamiento, recurre al optimismo como soporte principal de su argumentación.
Y que detesto el verbo “optimizar”, no tanto por tratarse de un neologismo anglosajón más de los tantos que embargan nuestros idiomas, sino por estar asociado a ese mismo espíritu del que desconfío. Los logros, grandes o pequeños, del ser humano no se los atribuyo al optimismo, sino al entusiasmo. ¿Que el asunto es sólo cuestión de palabras y matices? Pues a ello vamos...
EL OPTIMISMO FILOSÓFICO Y EL ENDOCRINO
Expondré cómo percibo el optimismo desde la perspectiva filosófica y desde su significado común.
En cuanto a la primera, es preciso decir que en Filosofía existe un sistema filosófico que consiste en atribuir al Universo la mayor perfección posible como obra de un ser infinitamente perfecto. El principio optimista es que "todo cuanto existe en el mundo es lo más perfecto, y éste es el mejor de los mundos posibles". Es la conclusión de Pangloss en el cuento filosófico "Cándido", de Voltaire: "éste, es el mejor de los mundos posibles".
Séneca, Cicerón, pero también Descartes y Leibniz, Wolf, Malebranche, Rosmini y en general los panteístas y los que juzgan que Dios obra necesariamente, ya que las causas que proceden de El producen siempre los efectos más perfectos, afirman sin dudar que todo está bien como está. El sistema del inglés Alexander Pope (1688-1744) se resume en la proposición: Todo está bien. Mientras tanto, entonces, sus compatriotas, como hoy sus descendientes anglosajones partiendo de ese mismo principio, colonizaban, mataban, depredaban. Y si todo estaba bien entonces según ese principio, todo sigue bien ahora... para ellos.
Tanto ha preponderado esta sofovisión, que incluso filósofos que no se consideraban a sí mismos necesariamente optimistas se apresuran a tildar despectivamente de pesimistas a otros pensadores "realistas". Schopenhauer, por ejemplo.
Pero ¿qué desprecio no debe hacerse de la razón y de la experiencia para sostener que todo cuanto existe es lo mejor, refiriendo este principio a cada individuo? ¿Mediante qué sofisma se probará que todo cuanto existe es lo más perfecto, para aquel ser humano a quien la miseria y el dolor afligen o es víctima de los malvados?...
Esto llega así a mi entendimiento y a grandes rasgos, desde la Filosofía.
En el sentido más común conectado al psicológico y psiquiátrico el optimismo, aunque ciertamente no deja de ser, para unos efecto, para otros causa, del pensamiento filosófico, es una "propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable". Pero "favorable" es un adjetivo, y el adjetivo necesita de un sujeto. La inferencia inmediata ha de ser entonces: favorable... ¿para quién? Y es que la filosofía del optimismo, a mi entender, no es más que la filosofía del egocentrismo, del egoísmo inferior —no el que nos sujeta a la vida: esa clase de egoísmo que, atizado desde un estamento social, se pervive a costa de otros grupos sociales, de la especie humana o de la Naturaleza toda.
La propensión a ver "sólo" lo favorable negándose el sujeto a correcciones "razonables" a esa propensión, se sostiene exclusivamente por la voluntad de considerar sólo uno, el que precisamente le conviene, de los lados de la realidad, poliédrica por definición. Pero por eso mismo, por tratarse de una propensión, una inclinación, una tendencia, no deja de ser una deformación. Una deformación, o malformación, que ataca al raciocinio y cuya nocividad trasciende del individuo mucho más que el pesimismo, su opuesto. El pesimista huye. El optimista nos busca.
Pues el efecto del pesimismo se resuelve en último término en una parálisis moral o bloqueo psicológico del individuo. Mientras que es muy difícil que el tipo de optimismo a que me refiero, no intente contagiarse. Porque cuando alardea de él, no es que el sujeto esté sintiendo sólo esa inclinación; es que se encuentra generalmente en un periodo favorable de su vida e intenta obtener provecho de ello. Si vende, para vender; si construye, para construir; si lleva pleitos, para captarlos... Es difícil imaginar a alguien que, tras una serie encadenada de contratiempos o condenado a la enfermedad o a la miseria crónicas, haga gala de optimismo. Pero si tratamos con él y hemos de abordar cuestiones objetivas de alcance, es díficil no tener también la impresión de estar viendo a un estrábico mental o a un necio. Porque una cosa es que ante una situación incierta, un futuro sin pronóstico, no se deje uno abatir por el derrotismo anticipado, y otra convertir al optimismo en bandera. En esta clase de optimismo proyectivo pienso en las presentes reflexiones principalmente.
Tratar de “ilusionarse”, ser optimista, puede ser una buena terapia personal, pero la racionalidad de la expectativa y del cálculo acerca del futuro personal, y mucho más si se trata del futuro colectivo, nada tiene que ver con una receta moral o médica. Y mucho menos cuando asistimos a políticas y a decisiones humanas de grandes optimistas y probada perversidad cuyas horrendas repercusiones retumban en cualquier confín del mundo...
>> Autor: Jaime Richart (24/01/2005)
>> Fuente: -Jaime Richart
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