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FISIOLOGÍA DEL OPTIMISMO II
El optimismo sólo endocrino
-Ha de observarse que, desde este punto de vista, el optimismo no es un estado anímico "normal"; como no lo es el pesimismo, ni la melancolía, ni la euforia.
Es simplemente un modo de estar más o menos eventual y patológico, frente a la representación del mundo y del después; tanto acerca del devenir propio, como del futuro que espera a universos enteros presos de la miseria y de la muerte trágica. En su desmesura el optimismo es sencillamente engolamiento, plétora y patología del raciocinio: lo ofusca.
Y aunque pueda parecer otra cosa, nada tiene que ver con la esperanza; como tampoco el pesimismo con la desesperación. Por eso llama la atención que la psiquiatría recurra a términos como optimismo y pesimismo, tan relativizantes e inasibles, para modular el grado de "normalidad" o anormalidad en un individuo. El pesimismo prolongado puede llevar al suicidio, pero eso es cosa de cada cual. Sin embargo es frecuente que el optimismo a que me refiero sea causa de ruina y devastación. Por eso tengo al optimismo por antifilosófico y típico justamente del que se niega a pensar. En tanto que prescripción psiquiátrica, lo daremos por bueno. Pero siendo así que atiende principal o exclusivamente al amor propio y al bien personal, es muy difícil que no colusione con el bien común. Además, si su consumo individual es aconsejable para seguir adelante, perturba el razonamiento a secas: esa clase de razonamiento que no se permite ni admite aditivos humorales.
Pero es que, además de una propensión, es una disposición del ánimo que se regula a voluntad; depende en buena medida de estímulos externos y es determinante la coyuntura que atraviesa en ese preciso momento el sujeto que se jacta de él y lo vende...
Porque es preciso ser un inconsciente para ser hoy optimista en relación a la aventura humana o al menos la aventura de las tres cuartas partes de la humanidad. Pues si se examinan bien las amenazas “reales”, el comportamiento de los prepotentes que dominan el globo y su resistencia a remediar inteligentemente asuntos gravísimos; si se advierte la codicia de los que tienen en sus manos el presente y el futuro del planeta y se considera la evolución del clima con sus signos de cercana catástrofe telúrica silente, ¿quién será optimista en esas cuestiones, sin engañarse cínicamente a sí mismo o sin ser al mismo tiempo un botarate?
No creo necesario señalar y menos enumerar los motivos que tiene la humanidad para sentirse angustia por su propio futuro en tanto que especie viviente y por las siguientes generaciones. Sin embargo hay demasiados egoístas redomados y muy influyentes que, exclusivamente atentos a sus deseos y conveniencias, se atreven a "ver siempre el lado favorable de las cosas", a ignorar los desfavorables, a alardear de su confianza exagerada en el mañana, y a insistir en que les acompañemos...
Expónganos en todo caso el optimista contumaz una sola razón —más allá de su personal inclinación— para serlo. El mundo se lo agradecerá. No basta con exclamar: "¡hay que ser optimistas!" mientras se siembra o se sabe que otros están sembrando destrucción y estrago. Para sentirnos optimistas, cualquier mediana inteligencia necesita pruebas, indicios, asideros racionales ante la zozobra y la incertidumbre. Y entonces ya no hay optimismo. Habrá confianza.
Por otra parte ¡qué decir de el optimismo explotado mercantilmente; ése del que vive un número de seres humanos al menos equivalente al de los que viven de la tristeza, de la desgracia y del pesimismo! Si hemos de ver en esto una ventaja dentro de un sistema de mercado voraz e insaciable, nos felicitaremos y lo promoveremos. Pero no es así. Se trata de otro cebo, otro instrumento de los muchos de que se sirve el sistema neoliberal y el poder en sus variadas versiones para facilitarse sus abusos y mantenerse. En el parqué bursátil, uno de los templos de la civilización actual, no pueden pisar ni pujar más que profesionales del optimismo...
>> Autor: Jaime Richart (01/02/2005)
>> Fuente: -Jaime Richart
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