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EL HOMBRE BLANCO
Ese necio...

Aunque todo empezó con su aparición sobre la Tierra y luego siguió con la "Conquista" del Nuevo Mundo, el hombre blanco, el indoeuropeo, sobre todo a partir del liberalismo que “descubrió” el anglosajón y de su ansiedad por la libertad, está dejando a la biosfera —la ha dejado ya— a duras penas habitable, y al planeta convertido en muladar.

Ahora estamos recogiendo los frutos envenenados de sus excesos, de su torpeza y de su necedad. Desde que irrumpió la industrialización propiamente dicha y a lo largo de los últimos cien años, el vértigo deconstructor del planeta parece irrefragable. Industrialización que celebramos como idea, pero que, como aprendiz de brujo que en el fondo se esconde tras él a pesar de su arrogancia o justamente por ella misma, el hombre blanco ha sido incapaz de detener, de graduar y de atemperar...

Lo peor, la perversidad concomitante a su desvarío, es que en la destrucción de su casa y la suya propia el hombre blanco ha arrastrado al resto de humanidad, la que en nada ha tenido intervención en el asunto, a su misma desgracia.

Y ahora, viendo como ve el futuro inequívocamente tenebroso, se diría apocalíptico, en lugar de apresurarse a rectificar, en lugar de corregirse de su compulsivo y alocado comportamiento con la Naturaleza y a la postre consigo mismo como parte de la vida toda, los hombres y mujeres que dirigen los destinos de la nación dueña de la Tierra han enloquecido aún más. Pues a esas gentes, que desde el nacimiento de su nación han venido jactándose de sobrenadar en un liberalismo atroz, político y económico, generador de actividad destructora en la práctica sin tasa, para superar un trance que apunta a las postrimerías de la vida tal como la venimos entendiendo, no se les ha ocurrido otra terapia que la homeopatía: aplicar masivas dosis del mismo mal que nos aqueja, redoblado y reforzado. A la pócima la llaman neoliberalismo: licencia absoluta o absoluta libertad que se confiere a sí mismo el poder establecido en una democracia, para ejercerlo sin freno en todos los ámbitos desafiando a los controles institucionales.

Pero lo cierto es que, aún sin esa aberración economicista, sin esa corrupción cosida a su estragado instinto, poco hay ya qué hacer. Todo parece indicar que la suerte está echada. El hombre blanco, a cambio de unos cuantos juegos y juguetes y otras tantas herramientas para proporcionarse una comodidad exagerada, ha arruinado lo que le venido dando de comer y le ha permitido respirar.

Pero lo que quizá mayor consternación produce su locura son los síntomas de la más rabiosa actualidad: que, cuando ya no parece haber remedio, de los juguetes se está hastiando, y que, en cuanto a la comodidad, la ha convertido en molicie que ya no le gratifica lo bastante; efecto conocido, en ambos casos, como el que produce todo narcótico. Pero es que, encenagado irremediablemente en su vesánico comportamiento, se niega a renunciar a llamar, con prosopopeya, al caos que nos procura ¡Progreso!...

Bosques incendiados, selvas arrasadas, el pulmón de la Tierra troceado, roturado, calcinado; océanos empercudíos, fauna, flora, bancos de alimento aniquilados; ríos, lagos, humedales muertos por sus propias manos, atmósfera en proceso de conversión en materia sólida. Todo, es obra del hombre blanco...

En el planeta la temperatura global sube. Y en el continente europeo han empezado a producirse directamente los efectos: temperaturas alteradas a lo largo de las sucesivas estaciones; mientras en invierno irrumpen las propias de otras primaveras, en primavera reinan las propias de los estíos más sofocantes; ausencia de lluvias durante meses; cosechas imposibles, pastos imposibles, reservas hídricas camino de agotarse... Este es el panorama que se ofrece a nuestros ojos. Y aún, los eternos "expertos", que son los que en realidad coadyuvan de varios modos a venir arruinando nuestras vidas, pronostican "crecimiento" económico en torno al 3% para España. ¿Podemos ser más ciegos, más obtusos, más necios?

En numerosos aspectos vive entregado a absolutas paidocracias. Y desde luego, no tener en cuenta la variable principal de toda economía, de todo bienestar, de toda estabilidad social, individual y emocional: lo que sucede (o precisamente no sucede) en la atmósfera, es una de las pruebas rotundas de la estupidez del detestable, arrogante e insufrible hombre blanco.

Bien. Al hacer balance cuando proceda, veremos en qué queda esa tasa de crecimiento anunciada y qué sucede en torno al agua que nos falta... Pero en todo caso, medir los desastres, las catástrofes, los cataclismos y hasta el apocalipsis por pérdidas cuantitativas, es decir reducirlo todo a la aritmética, es fiel reflejo de la torpe inhumanidad y de la exasperante necedad del hombre blanco...

>> Autor: Jaime Richart (28/05/2005)
>> Fuente: -Jaime Richart


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