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SEGURIDAD ¿PARA QUIÉN?
¿Qué razones hay para minar los cimientos de la democracia?
-Sobre la sencilla pregunta “Libertad ¿para qué?”, Lenin levanta prácticamente todo el entramado sobre el que luego se construiría el sistema soviético.
Ahora, los gobiernos anglosajones empiezan a entronizarnos como bien supremo la "seguridad" a costa de la libertad. Lo que nos obliga a nuestra vez a preguntarles: "Seguridad ¿para quién?”
Casi nunca hablo, en estas cuestiones, desde la documentación “oficial”, ni desde la pesquisa, ni desde la experimentación, ni desde la Ciencia, y menos desde la ciencia infusa. Hablo, por edad, desde la impresión; más bien desde la aprensión: otro modo, como otro cualquiera, de llegar a la “verdad” de lo que en todos los ámbitos de la vida se nos envuelve como certeza cada día. Ya me he informado, ya he vivido, ya he leído bastante. Me ha llegado la hora decisiva del sólo pensar por mi cuenta y riesgo. Me basta con conocer ampliamente la condición humana y lo que los antiguos llamaban de rerum natura, la naturaleza de las cosas... Como dice Cioran: “No tengo las claves del pensamiento, pero sí las del mío”... No hay nada qué lucir, ni nada de qué presumir. Considero simplemente un deber kantiano difundir mis pensamientos. Alguien, aunque sólo sea uno o una, los celebrará...
Los mayores padecimientos que sufre el pueblo provinientes del Poder, no radican en el ejercicio directo del Poder. Los sufre por su ejercicio turbio y subterráneo. No es en las salas de denuncias de las comisarías ni en las de audiencia de los juzgados donde se tortura, sino en los sótanos, en los calabozos y en las criptas. Tampoco los acosos, persecuciones y matanzas del Poder en sus varias versiones tienen lugar a la vista de todos. Están emboscados en ajustes de cuentas o cometidos sencillamente por señoriles asesinos mezclados entre la crema de la sociedad, que pagan a ejecutores miserables para que dejen a su vez pruebas inculpatorias contra infelices... Aunque suceda en menor medida y creamos que nos bañamos todo el día en libertad en ellas, eso no sólo ocurre en las dictaduras sanguinarias; también, en las rimbombantes democracias, y precisamente en las que más alardean de avanzadas.
Hoy, el panorama a nuestra vista, desde esa impresión o aprensión a que al principio me refiero, es el siguiente:
El Poder acusa al fundamentalismo islámico de intentar socavar por el terror los valores occidentales. Pero nosotros, sin más interés en ello que aproximarnos lo más posible a la "verdad" más pura de los hechos, sospechamos gravemente del Poder instituído y solemne. Adivinamos que es el Poder occidental a través de sus gobiernos más atrevidos, más inescrupulosos y asentados, el que ha puesto en escena todo este horror que han padecido por el momento en tres de sus grandes ciudades una mayoría de miembros de la población económicamente inferior. Trabajadores y subalternos en el WTC; gente de economía básica, usuaria de transporte colectivo, en Londres y Madrid... ¿Para qué?, para sacar el máximo provecho del terror. Nada nuevo en el fondo. Nada nuevo en la Historia, plagada de maniobras tenebrosas que sólo pasados décadas o siglos se aclaran aunque otras permanecen en el más indescifrable misterio. El signo de estos tiempos es, por lo además, "optimizarlo" todo, no dejar nada sin exprimir hasta las heces. Y el terror es una yacimiento inagotable de posibilidades y riquezas...
Por eso no somos pocos —y cada vez más aunque la realidad oficial de los medios ordinarios, cómplices en diversos modos de gran parte de las grandes imposturas, no lo reflejen— los que creemos que todo esto del terrorismo islamista radical no es más que un bebedizo que nos viene suministrando el Poder yanqui de los neocons desde el 11 de setiembre del 2001, cuya primera pócima la derramaron en el vaso los británicos en los tiempos de la Thatcher. Y lo creemos, a pesar de que a los musulmanes no les faltan motivos de venganza, pues quien se ha pasado los dos últimos siglos hostigando, saqueando y martirizando a esos pueblos hasta las abyecciones de la invasión y ocupación de Afganistán e Irak, ha sido la "cultura" occidental y especialmente la anglosajona. No obstante, sigo negando la mayor. Y lo hago a contrario sensu: porque lo que conocemos muy bien es la capacidad infinita del occidental perverso para el artificio, para imponer al mundo sus ideas y sus dioses, y, sobre todo, para intensificar y redoblar sus intereses hasta lo inaudito por ver si atrapa el máximo poder y fortuna a costa de los débiles y deprimidos...
Es por esto por lo que considero mucho más probable que sean los estrategas resabiados occidentales los que, por los medios habituales de la compra de voluntades, pusieran en marcha el 11-S, 11-M y 7-J cargando la culpa sobre desgraciados, que los atentados sean obra de grupos terroristas islámicos desigualmente organizados. Qué raro... Tan pronto se sirven de altísima precisión tecnológíca en los impactos de las Torres Gemelas, como actualizan el estilo chapucero típico de la Piel de Toro, como distribuyen con lógica simétrica y flemática las deflagraciones en la capital londinense. Cada atentado se corresponde perfectamente con la idiosincrasia del país en que tiene lugar...
¿Por qué y para qué ese canallesco proceder? Pues, por un lado, para seguir justificando el reciente pasado injustificable, para justificar más envío de tropas a los países ocupados, y para seguir en suma ejecutando los planes expoliadores, depredadores y dominadores extensivos previstos que, como decíamos, vienen de lejos en el tiempo. Para sacar partido de todo ello en varias direcciones y niveles. Para acrecentar el poder de los que ya lo ostentan o detentan y además lo creen asegurado. Después de todo, no hay otra pasión, ni otra apetencia más intensa y sostenida que el ejercicio puro del poder aunque ese ejercicio sea electoralmente pasajero.
Desde aquí es desde donde vemos que, poco a poco y por la puerta de atrás de las democracias, caminamos en Occidente hacia dictaduras nacionales en las que va a ir emergiendo, potente, un nuevo poder instrumental: el poder policial al que los gobernantes empiezan a "ofrecer" dadivosamente temibles atribuciones. En un punto de la Tierra tienen estudiado conducirnos a la dictadura universal que en 1921 anunció Oswald Spengler más o menos para este tiempo, y en cuya más altas torres no tardaremos en ver, sólo a anglosajones administrándola a su antojo. De ahí que se distinga enseguida como adictos a esa idea a los hostiles a Francia: la única potencia occidental, con México, que inequívocamente presentan alguna resistencia aunque sólo sea por la ley física de la tensión aplicada a la hegemonía... ¿Qué aún no ha habido en Francia atentados de la magnitud de los otros tres? Todo es cuestión de tiempo.
Y sigo hablando desde la impresión o la aprensión...
Como "preparado" o no, el terrorismo y la lucha contra el terrorismo parecen ser la palanca y también la excusa de los Poderes establecidos, para "proporcionarnos" "seguridad" a cualquier precio. Concentrar cada vez en menos manos, es el objetivo final. Con ello se producen a un tiempo dos causas que tienen a su vez dos efectos: una, que incitando, instigando, promoviendo, ejecutando en y desde la sombra o desde las cloacas el mismo Poder ese terrorismo, él mismo sienta las bases necesarias para robustecerse, para legitimarse a sí mismo sus excesos y para erigirse al final del proceso de degradación tiránica en poder total peliculero. La realidad siempre termina superando a la ficción... Otra, que aunque descartemos por perversa esta interpretación, siendo el terrorismo casi efecto único de la presión que el Poder político, económico, policial y judicial ejerce sobre países enteros, sobre contraintereses concretos y pueblos o etnias enteros (aunque afirme que sólo persigue porciones rebeldes o fundamentalistas), el efecto de la causa aparentemente distinta es el mismo: constituirse el Poder del Estado en el Leviatan hobbiano, es decir, en el Estado canalla perfecto universal.
Y entonces resulta de todo ello que, si hemos de estar expuestos nosotros y nuestros hijos a la mordaza, unos, y/o a la detención y retención en los calabozos policiales sine die, sin derecho al habeas corpus, esto es, sin derecho a la asistencia de abogado ni comunicación de la detención al juez, porque un agente policíaco sospecha de nuestra complicidad, participación o simpatía por la causa de los insurgentes sociales, preferiremos un millón de veces más una dictadura en toda regla o un sistema totalitario a lo marxista. Al menos ambos, nos garantizan unos mínimos vitales y sabemos bien en ellos a qué atenernos: carecemos de libertades formales que en las democracias nos sirven de bien poco...
Porque no hay duda: tan terrible como perder la libertad es sentirla permanente y gravemente amenazada. Por eso no es exagerado afirmar que la inmensa mayoría de los pueblos, si se les sitúa en el dilema de elegir excluyentemente entre seguridad y libertad, la mayoría elegirá seguridad, pues su libertad la da por descontada. Aquí está la trampa, la estratagema (la verdadera libertad realmente la reclamamos sólo unos pocos: y sobre todo los que no abusamos de ella). Reclamando, aceptando leyes para potenciar, inútilmente por otra parte, la seguridad, nos echamos el dogal al cuello. Eso es lo que pretende el gobierno británico. Más tarde, nos “obligarán”, coaccionará Estados Unidos a importar la fórmula también a nuestro país...
Nos vendieron libertad, falsa, y ahora nos quieren vender seguridad, tan falsa como aquélla. Falsa, porque sólo el que tiene libertad precisa de mucha seguridad para disfrutarla. Sin embargo sabemos que sólo tiene verdadera libertad el que dispone de independencia económica. Pero se da la circunstancia de que sólo una pequeña parte de la población la disfruta. En cualquier caso, si aceptamos como un bien absoluto la seguridad, nunca podrá ser a cambio de entregar a policías y parapolicías también nuestra libertad y la de nuestros hijos. Nadie soportará a la larga o a la corta, perder a un tiempo libertad y seguridad, y menos que encima sea el Estado quien nos las secuestre...
Porque si el precio de la seguridad, tan frágil como la libertad (¿no lo sabíamos cuando entronizamos la democracia?), que hemos de pagar tanto ricos como pobres, encumbrados como marginales, notables como anónimos, es renunciar todos, primero a nuestra libertad y luego la mitad de la población a una mínima seguridad personal, el mayor peligro para nosotros, los insumisos, los que viajamos en transporte público y los que a duras penas llegamos a fin de mes, provendrá de los cuerpos policiales...
Si para que una mitad de la población viva opíparamente, pueda lucir obscenamente sus joyas y pavonearse de su libertad de movimientos, la otra mitad, además de tener escasa o nula libertad debe sacrificar también su seguridad y vivir sobresaltada por las asechanzas policiales... No siendo las clases, los estamentos, las porciones ricas y acomodadas de la población las que pagan el pato del terrorismo; siempre son las clases trabajadoras, las menos favorecidas por la “fortuna”, las que tributan por las consecuencias del terror... volvemos a preguntarnos: ¿seguridad para qué? La seguridad que con tanto denuedo se nos ofrece, ¿para quién? ¿Quiénes son, en fin, los máximos beneficiarios? Contestar a estas dos preguntas es ahora el máximo desafío que tiene frente a sí el Poder para rendir sus cuentas a la ciudadanía que vota y no está dormida...
>> Autor: Jaime Richart (15/07/2005)
>> Fuente: -Jaime Richart
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