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INCREÍBLE JAPÓN, INCREÍBLES GOBERNANTES
Como al amigo seguro, a los pueblos se les conoce en la ocasión insegura.
Pues bien, Japón viene asombrando al mundo por el civismo y el autocontrol en una nueva situación de extrema severidad.
Aunque hay evidentes razones de carácter cultural, también se advierte en el pueblo la huella de Hiroshima y Nagashaki. Por eso llama la atención que un país expuesto como ningún otro país desarrollado a los movimientos sísmicos, tenga 54 centrales nucleares.
Aquí, en esta contradicción, hay gato encerrado. Por un lado hay en el nipón una culturización grabada en los genes que se manifiesta en tan dura prueba, pero, por otro, están los gobernantes que se rigen por las corruptelas capitalistas. El gato encerrado está en que una cosa son los pueblos y otra sus gobernantes.
A menudo se oye decir que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen. Y esto es un tópico miserable. Los pueblos no quieren o no pueden estar en constante beligerancia contra quienes se han apoderado de distintos modos del poder. Por eso se amoldan y les dan un amplio margen de confianza. Al fin y al cabo los que organizan en cada país la democracia capitalista son muy hábiles. Le hacen creer al pueblo que elige a quienes quiere y es él quien decide al elegirles a ellos. Cuando en realidad los poderes fácticos, luego presentes en los institucionales, hacen todo a su antojo con la colaboración de la inmensa mayoría de los medios gráficos y audiovisuales que completan la prestidigitación. Y en este caso también con la complicidad de los científicos y “expertos”. Y cuando digo gobernantes no me refiero, naturalmente, sólo al ejecutivo sino a los tres poderes.
Por eso se producen graves disonancias y contradicciones entre la idiosincrasia de los pueblos y la catadura de quienes les gobiernan. A fin de cuentas en el capitalismo todos los gobernantes están globalizados, es decir, domesticados, y apenas se distinguen unos de otros.
Pero más aún extraña que el país cometa tamaña imprudencia si se tenemos en cuenta que Italia no tiene ninguna central nuclear y el consumo de electricidad no es distinto al de cualquier otro país del sistema. Lo que significa que si bien los gobernantes están globalizados, el sistema, para despistar, les da la libertad de enriquecerse de diferentes maneras.
Por otro lado esta disparidad, este contraste entre el civismo del pueblo nipón y la necedad de quienes le gobiernan permitiendo la instalación de las centrales nucleares, demuestra que tampoco es la ciencia, ni la experiencia, ni la inteligencia, ni siquiera el instinto lo que predomina en los pueblos del capital, sino la corrupción. Con el vil metal y fabulosas comisiones se compran y venden voluntades que pueden malograr a todo un pueblo. Porque al final, pese a que Japón combina cultura, tradición e inteligencia, sus dirigentes sucumben al principio capitalista de que todo el mundo tiene un precio.
Y ese precio lo pagan los pueblos para tener caricaturas de gobernante que hacen de ellos lo que quieren. Y en su virtud, las centrales nucleares, en Japón y en todos los países capitalistas, y por supuesto España, son filones. A los gobernantes, técnicos y científicos les importa un higo los irreparables e irreversibles efectos en el pueblo que puedan provenir de las centrales. Así ha pasado lo que ha pasado, y lo que está aún por pasar...
>> Autor: Jaime Richart (21/03/2011)
>> Fuente: Jaime Richart
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