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SABER, SABIDURÍA Y SENSATEZ
Participar como ciudadano, y preocuparse por la sociedad...
Propongo que el saber es el conocimiento dinámico y exteriorizado de las cosas, mientras que la sabiduría es ese mismo conocimiento pero interiorizado y silenciado.
(Desde luego yo, que escribo todos los días -aunque no publique exactamente a diario-, está claro que, según mi teoría y pese a mi edad, no sería un sabio sino un sabihondo). En cuanto a la sensatez, se explica por sí sola.
Esto viene a cuento de que más de una vez se me ha acusado de ser un atrevido o un pretencioso por meterme a discurrir sobre asuntos ordinariamente de la competencia de los especialistas y las especialidades. Quienes me lo reprochan -es evidente- compartimentan el saber, como hace la pedagogía en todas las sociedades. Y desde luego, para la pedagogía, no hay mejor cosa que hacerlo así. Se trazan unas líneas divisorias entre lo que a cada materia merece estudio y atención por separado, y así, científicamente, se obtienen los mejores resultados para la consecución del fin: que es saber lo más posible de cada materia, para luego tratarlo, manejarlo y mejor enseñarlo.
Así devienen el Trivium y el Quatrivium, y luego las disciplinas inimaginables sobre cada materia científica, técnica y humanística.
Pero empecemos por el principio: el pensamiento. El pensamiento crea el lenguaje. Y el lenguaje se va haciendo cada vez más sofisticado, más abstracto, hasta necesitar una modalidad de sí mismo que llamamos metalenguaje. De la física se pasa a la metafísica; de lo racional se pasa a lo irracional; de lo absoluto a lo relativo, de lo asertórico a lo apodíctico, del dogma al antidogma. El caso es que si echamos un vistazo general al panorama, el enciclopedismo no es más que un principio del "saber". El saber propiamente dicho está a buen recaudo. Lo guardan los expertos, los especialistas, los entendidos. Ellos discuten entre ellos, pero los demás no podemos hacer la más mínima incursión en sus opiniones, en su doxa, en su ciencia. Pero resulta que las cosas son mucho más sencillas si, en determinadas materias, les apartamos de nuestro leal saber y entender. Decía Churchill (o Clemenceau, no recuerdo bien), que la guerra es demasiado importante como para dejarla en manos de los militares. Y lo mismo podríamos decir de tantas otras cosas. La política es demasiado importante (para quién lo sea, no para mí) como para dejarla en manos de los políticos, el derecho no debo dejarlo en manos sólo de los juristas, ni mi salud en manos exclusivamente de los médicos, salvo que me lleven en ambulancia...
Todo esto de la organización del saber en estadios está muy bien para organizar a la colectividad. Hacer un puente no está al alcance de cualquiera. ¿Quién mejor que un jurista para explicarnos lo que sus colegas hicieron un día al confeccionar el ordenamiento jurídico de su país? ¿Será un profano con experiencia mejor que un médico con ella o sin ella para curarnos un lumbago o una gastritis? ¿habrá alguien que entienda más de política que un político? No. Para eso está cada especialista. Nadie mejor que el militar para hacer la guerra, ni mejor que el policía para detener al delincuente....
Pero todas estas disquisiciones y "verdades, mis verdades" o las de cada cual no resuelven nuestro problema personal, nuestra inquietud existencial, nuestra comprensión del cosmos, del por qué de la maravilla de esa flor o el por qué de la grandiosidad de una cordillerra nevada o de la belleza del Estudio 7 de la opus 25 de Chopin?
Es evidente que los creadores y los entendidos, que a su vez tienen competidores en la sombra cuya legitimidad y eficacia la mayoría pone en cuestión, tampoco son sabios por eso. Son técnicos, son hábiles que superan al chimpancé. Pero de eso a que sean sabios a los que haya que escuchar sin rechistar hay un abismo que muchos no tenemos más remedio que salvar para salvar al mundo de la estolidez que se esconde tras la especialidad fuera de su sitio.
El proceso intelectivo, filológico y comprensivo se hace cada vez más "rico" en matices, más diversificado, más especializado... pero cada vez también un "saber" más embrollado que no puede evitar un tsunami, un terremoto, un Fukushima, el hundimiento del Titanic, el cambio climático o el aproximarnos al abismo apocalíptico universal o particular de cada uno.
Y aquí es donde yo quería llegar. ¿Qué pintamos los que opinamos de todo, los que lo observamos todo, los que nos dejamos guiar por encima de todo por el sentido común, el menos común, por lo que se dice, de los sentidos?
Pues eso, servirnos exclusivamente de ese sentido y de la sensatez y, los que tenemos una formación honda grecolatina, tener siempre en cuenta lo conveniente que es para todo no apartarse mucho del término medio aristotélico que hemos de llevarlo todo lo lejos que podamos. Pero también ser capaces de adoptar una actitud radical ante quienes observamos que abusan de nosotros, que confunden nuestra prudencia con debilidad, que nuestra bondad y credibilidad son para ellos las del tonto al que no tienen ningún escrúpulo en manipular.
Y aquí estamos, aquí nos tenéis entonces despreciando a los expertos, y a los entendidos cuya inteligencia está al servicio no sólo de su egocentrismo sino del interés grupusclar o el compromiso corporativo, que suelen ser los que hacen a menudo saltar a la sociedad o al mundo por los aires... Porque el debilitamiento, o incluso la pérdida del sentido común, es el precio que casi siempre han de pagar los expertos por tener un cerebro deformado por su especialidad. Y para suplir esa grave deficiencia estamos quienes nos esforzamos severamente en no desviarnos ni un sólo ápice de la sensatez; en dejarnos, si se quiere, "deformar" precisamente por la sensatez, separando lo esencial de lo accidental, anulando en lo posible el ruido y el tronar de los medios, de nuestro entendimiento más elemental.
>> Autor: Jaime Richart (30/04/2011)
>> Fuente: Jaime Richart
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