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EL BIENESTAR AUSTERO
hijos todos de la libertad casi sin control, propulsaron el lujo como estilo de vida...
He escrito mucho sobre un asunto, el del comedimiento y la moderación, que siempre me pareció importante desde el punto de vista vital.
Jaime Richart
20 Septiembre 2014
Quizá porque entronca con mi personalidad y mi carácter aunque no tanto con mi temperamento. Pero nunca se es bastante reiterativo en ciertas materias cuando lo son los discursos políticos y sociales, las tertulias y los debates al hacer constante alusión a las palabras bienestar y austeridad...
El caso es que por una pedagogía en parte religiosa, en otra parte castrense, en otra filosófica llevada a sus últimos extremos y en otra represora impartida durante cuatro décadas de dictadura política, social y moral, mi generación se forjó en la moderación de grado o por fuerza.
Aunque naturalmente eso no quiera decir que, ni mucho menos, abundasen más los virtuosos que los libertinos y disolutos sino todo lo contrario. Pero la pedagogía tenía que hacer en general sus efectos a lo largo de la vida en buena parte de sus aspectos, aunque sólo fuese como referencia. Por eso mi generación no ha tenido especiales problemas. Vivió bien en lo fundamental el presente, sin perder de vista el futuro basado en la previsión del ahorro y la solidez de la austeridad de fondo inculcada.
Ahora bien, una vez rotas las ligaduras que unían a la población española a la tiranía, las siguientes generaciones percibieron la nueva realidad de puertas abiertas a la libertad sin freno, como un pistoletazo de salida para hacer todo lo que no hicieron o no pudieron hacer las anteriores.
Así, a la escasa responsabilidad o culpa de estas debida a la tutela forzosa que los dirigentes políticos y religiosos imponían como una fatwa a la población, sucedió otra suerte de irresponsabilidad colectiva que afectó a quienes estaban hastiados de la represión psicológica transmitida por vía educacional, en cuya virtud confundieron entusiasmo por la vida libre con la despreocupación por el futuro: el propio y el de las generaciones siguientes. Y las instituciones y la banca la alentaron.
Los políticos neófitos, en una mezcla entre azarosa, dramática y ridícula empezaron a representar una farsa, en parte involuntaria, para pasar rápidamente de un régimen oprobioso a otro presuntamente decoroso bajo la vigilancia de un ejército que mantenía intactos y vivos los típicos "valores" del franquismo.
Así, la Transición consistió simplemente en dar cobertura a la voluntad del dictador fallecido a través de una Constitución que incluía, por un lado, la monarquía como forma de Estado y, por otro, el personaje preparado al efecto para representarla. Y el pueblo, sintiendo sobre sus nucas el aliento o los fusiles de ese ejército, se apresuró a aprobarlo todo, Constitución y monarquía, como la mejor manera de salir cuanto antes de los peligros de un golpe de Estado. Todo lo que ha llegado después es consecuencia de estas maquinaciones y trampas en origen, de una Transición trucada y de una educación exenta de toda austeridad.
Todo lo dicho explica, de principio a fin, la desmesura que, tras la opresión política y moral, ha vivido este país durante veinte años. Así, Bancos, Cajas de Ahorro, Banco de España y sucesivos gobiernos, hijos todos de la libertad casi sin control, propulsaron el lujo como estilo de vida; siendo lujo todo lo que excede con creces lo razonable para vivir con dignidad y trasciende el bienestar austero.
Todo, bajo la atenta mirada de los prestamistas europeos que, pese a prever lo que habría de suceder sobre el uso del dinero transferido a España no podían, como un Dios no providente, intervenir en el uso nefasto que se le estaba dando. Tenían que esperar sencillamente, al momento oportuno de exigir el pago de intereses cuyo término ha llegado hace poco.
En tales condiciones el grueso de la sociedad, que ya había perdido tanto el sentido del ahorro que aconseja la prudencia como la sobriedad que recomienda la previsión, se topa súbitamente con la realidad brutal para demasiados: la crisis.
Tan poco acostumbrada esa gran porción de la sociedad a la penuria y tan inclinada por otro lado al consumo (un consumo atizado por el mercado, por la publicidad, por la propia banca que también había perdido sus principios y por las Cajas de ahorro públicas entregadas a aficionados apadrinados por los políticos), cae de bruces en depresión económica y de consuno patológica. Los consultorios psicológicos se saturan y la escasez se enseñorea del país. Al principio es una escasez de bienes superfluos al caer bruscamente el consumo nefasto, pero luego sobreviene otra escasez más dramática para infinidad de familias que se quedaron de repente sin empleo: la de bienes esenciales, alimentos y techo.
El caso es que, esa crisis golpea atrozmente en buenas partes del cuerpo social del este país y las empobrece severamente, poniendo al mismo tiempo al descubierto un proceso soterrado de saqueo y de abusos sostenidos durante décadas que pasará a la historia de la infamia de los poderosos y de los políticos de nuevo cuño.
El trance agrava considerablemente la desigualdad que ha existido siempre, y la palabra austeridad se enseñorea del discurso político no como llamamiento para avenirnos a ella todos por igual, sino para imponérsela los poderes al pueblo en la medida que quienes lo detentan se enriquecen más y más.
Sea como fuere, tras los 37 años posteriores a la relativa caída del régimen anterior nos encontramos en España en una fase de completa decadencia. La culpa es ante todo de todos los poderes y luego de la ingenua población media que sucumbió a las tentaciones que los poderes le ofrecieron. Y lo que ahora le incumbe tanto a aquellos es seguir combatiendo los abusos y enfrentarse a ellos, pero haciendo esa lucha compatible con la profilaxis de una vida austera saludable y por eso mismo deseable, tanto en el plano individual como en el colectivo.
Porque una sociedad inteligente, responsable y lúcida, tal como están las cosas en Europa y en el mundo, no puede ya concebir otra política que, más que crecer, no consista en modular decrecimiento.
Desde luego, en una sociedad integral y armónicamente desarrollada el bienestar no debe depender del consumo, como sostienen los economistas "ortodoxos" de uno o de otro signo. Más allá de los argumentos técnicos que explican la economía a través del consumo, para disfrutar de bienestar no es preciso "el consumo", que es como llama la Economía política a consumir en el mercado a mansalva lo superfluo. Más bien en buena medida se contrapone o es un obstáculo para el verdadero bienestar.
Esta es la trampa de la que el sistema no sabe, no quiere o no puede salir, al tratar el bajo o nulo consumo como fatalidad o maldición. Obsesionarse los dirigentes y obsesionarse la ciudadanía con ello, bloquea la solución para millones de personas en España y en Europa. Es más, impide una convivencia pacífica, plácida y satisfactoria.
Quiero decir que para experimentar bienestar basta tener las necesidades ya fundamentales cubiertas. Luego, todo es cuestión sólo de imaginación personal para convertir el ocio y aún el trabajo en bienestar. Y eso es lo que en este país sucede, que son ya demasiados millones los que esas necesidades básicas no las tienen atendidas o cubiertas.
Pues bien a esto, a cubrir las necesidades básicas, me refiero cuando hablo de que ése es el fin primordial del Estado y eso, el ingenio, es la meta que precisan los futuros gobernantes. Pues en una sociedad y en un planeta que se agota, es una aberración tener al consumo como única solución para el bienestar generalizado. Así es que, si el sistema no sabe resolver la paradoja que él mismo plantea, habrá que inventar otro sistema o recurrir a otros ya existentes. Los gobernantes de mañana tienen el deber ineludible de saber resolver el desafío.
>> Autor: Jaime Richart (23/09/2014)
>> Fuente: Jaime Richart
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