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EL ESTADO MORALISTA
Sobre el aborto...

No es el papel del Estado ser moralista. El Estado no debe ser moralista.

Y al menos en el asunto del aborto lo es. Teniendo en cuenta que los Estados de la antigua Grecia -paradigma para muchos de la democracia pura- trataban este asunto con plural enfoque, y que en el Derecho comparado de la Edad postmoderna las soluciones al asunto del aborto son para todos los gustos, estas presentes reflexiones mías son a mi vez ex novo. Quiero decir que, conscientemente al menos, no se fundan en juicios previos….

¿Cuál es el fundamento de hacer del aborto un problema aparatosamente moral, más allá del trance bien dramático bien traumático que reviste toda prevención sanitaria, toda medicación o toda intervención quirúrgica?

El Estado no debe ser moralista ni vigilante de la moral. Y en este país no debe tratar de reemplazar al movimiento nacionalcatolicista del Estado dictatorial anterior, ni dirigir desde sus púlpitos, parlamento y medios, a la sociedad en un asunto que a estas alturas debiera estar ya muy claro y resuelto. Y el del aborto, tal como se trata en España, tiene ribetes de ser eminentemente moral.

En todo caso, el único Estado progresista que se precie de tal es aquel que declara libre, sin plazos ni otras zarandajas, el aborto. Y si fija límites e introduce cautelas será sólo y exclusivamente para velar por la integridad física y orgánica de la mujer fecundada. No para mirar por un proyecto de vida que no otra cosa son la férula, el embrión y el feto, y sobre los que su definición estricta, y desde ella el comienzo de la vida propiamente dicha, la comunidad científica está dividida.

La protección al proyecto de vida deviene de una concepción filosófica y moralista de raíces religiosas. Como tantas otras cosas de la moral que se sabe cambiante. Que la vida comience en un momento u otro, independientemente de que no hay acuerdo científico o precisamente por ello, es algo que no corresponde al arbitrio normativo del Estado sino a la gestante.

Ella es quien ha de pasar y padecer las consecuencias de una manipulación arriesgada en sí. El aborto debe tratarse como una dolencia. Y es ella, la mujer, quien ha de decidir con criterio propio si quiere traer vida o no a la Vida. Que la mujer que va a ser madre o no, carece de “criterio” “balmista” no encaja tampoco en la razón natural que apunta a que quien es fértil y desde ese momento, sabe bien lo que debe hacer… a menos que la sociedad la presione, que los moralistas la coaccionen, que los fundamentalistas y toda clase de opresores la conminen…

Por más que se empeñen tantos, en todo caso el asunto del aborto no debe distar de los criterios sobre cirugía estética o sobre el tratamiento oncológico, por ejemplo. ¿Por qué “proteger” casi a la fuerza al paciente con consideraciones prolijas en un trance extraordinario para extirparle un tumor, cuando no quiere pese a que ello acelerará (o no) el fin de su vida? Lo saben bien los familiares de los enfermos que han entrado en capilla hospitalaria.

¿Por qué obligar -legislando contra la eutanasia- a vivir a quien no quiere vivir, y especular con la voluntad de la madre en ciernes sobre su parto o no haciendo de ello un problema social y personal? …

El bien jurídico que dicen proteger los defensores extremos de la penalización del aborto, de quienes abortan y de quienes cooperan al aborto, es nada menos que "la vida". No es casualidad que esos que braman contra el aborto sean los mismos que aúllan contra la eutanasia sin adjetivos. Y los mismos que justifican, promueven o aplauden las guerras de su conveniencia, con la cantinela de que "nadie quiere la guerra". Los mismos intolerantes con los de¬más en la misma medida que son tolerantes consigo mismo.

Y si el Estado español se hace moralista es porque imagina mayoritariamente religiosa a la sociedad. Falso. Pues aunque fuera mayoritariamente católica -que lo dudo- o cristiana -que lo dudo- lo cierto es que también podemos decir que mayoritariamente, en el siglo XXI, es laica, agnóstica o atea; lo que quiere decir que una gran parte de la sociedad no tiene la obligación de soportar los puntos de vista religiosos, morales y filosóficos de la dominante.


El aborto libre, en una sociedad libre, con un Estado que defiende la libertad es la única opción para todos y sobre todo para todas. Allá cada cual luego con su conciencia.

A fin de cuentas en una demografía mundial que lleva camino de estallar, los "proyectos" de vida son lo de menos. Es ridículamente espantoso constatar que los Estados que más se previenen del futuro son los que más abandonan el presente; que los que más dicen desear más vida en camino son los que más perturban y cercenan la vida allá donde es indubitada. Aznar dixit: "nadie le ha dicho al Estado que conduzca por mí". No creo que haya mujer alguna que desee que otro u otros decidan por ella, en éste más que en ningún otro asunto. Ni creo que haya persona que quiera que el Estado le impida abandonar esta vida cuando ha decidido hacerlo. Franco encarcelaba a los suicidas fallidos.

¿En nombre de qué principios morales se arroga no ya una religión sino el Estado, los parlamentos y los gobernantes el derecho a adueñarse de la vida individual y aun social?

El Estado, sea socialdemócrata, liberal o sin adjetivos, no tiene la patente ni debe asumir la licencia, es decir la responsabilidad, de proteger la supuesta vida del nasciturus o no. Es la madre, y no el padre y desde luego tampoco el parlamentario hombre, la única persona que debe decidir a partir del momento en que la ley le atribuye el discernimiento bastante para muchos otros menesteres.

Un Estado progresista que promueve realmente la libertad de sus ciudadanos y no finge promoverlos con tutelas para todo, sólo debiera preocuparse de dotar de recursos a la madre que pueda potencialmente tener un hijo, sin preguntarle si fue deseado o no. Ahí empieza y se acaba su misión. Y si esa madre en potencia decide no serlo materialmente, es también el Estado el llamado a proteger su decisión. Esta es la única misión del Estado en materia del aborto. Otra orientación al asunto es sencillamente el resultado de la injerencia de filosofías, moralinas y religiones fundamentalistas en las que ni siquiera tampoco sus ideólogos, sus doctrinarios, sus teólogos o sus padres inspiradores están de acuerdo.

Esto, considerar a cada individuo por separado como miembro de la comunidad humana y no como una pieza más de un clan religioso o costumbrista; esto, alzar la vista por encima de la inmediatez, biológica y naturalmente es lo que nos sitúa a los niveles que no alcanza pero pretende esta civilización en retroceso, es decir, una civilización, la occidental, en decadencia por ese distanciamiento de la sencillez, de la simplicidad y de lo razonable que es lo naturalmente correcto.

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>> Autor: Jaime Richart (23/05/2009)
>> Fuente: Jaime Richart.


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