LA ESPAÑA INDOLENTE
Seguimos con el urbanismo, seguimos abaratando terreno con los incendios...
España debe afrontar una operación gigantesca de plantación y repoblación forestal sin precedentes… A la escala de los holandeses ganando tierra al mar, con sus pólders.
Parece mentira que los habitantes en general de un territorio al que la Naturaleza ha obsequiado con tantos y tan variados dones, sean tan capaces de malbaratarlos, de degradarlos, de provocar, en suma, tanto desastre medioambiental. Y todo con pretextos de naturaleza economicista que dicen procurar un desarrollo que generalmente acaba siendo nulo o flor de una moda.
(imagen omitida)
Se construyen complejos comerciales, parques temáticos, hoteles, pistas de todo y para todo... (a esto se le llama aquí progreso), que tras la explosión inaugural pasan muy pronto a mejor vida quebrados los promotores o arruinados los propietarios aunque en la inmensa mayoría de los casos son ricachones que no viven de ello. Podría decirse que a este país todas la fuerzas se le van en la construcción; fuerzas cuyo peso principal, por cierto, han de soportar los miles o millones de inmigrantes contratados o sumergidos adscritos al sector.
Pero no me refiero sólo, ni mucho menos, ni a esa degradación generalizada medioambiental traida por la construcción compulsiva, ni tampoco a los incendios intencionados -casi todos- que rápidamente van acelerando la erosión y devastando el solar hispano (incendios que, dicho sea de paso, ponen de relieve hasta qué punto un solo humano, el incendiario, puede causar la catástrofe y la ruina, como se ha demostrado tantas veces en las aventuras personales conquistadoras o en esa guerra civil incendiaria en la que un mamón secuestró la vida de toda la población de este país a lo largo de 40 años). Y tampoco me refiero -sólo- a la imperiosa necesidad de regenerar las superficies incendiadas destinadas a malograrse para siempre, porque constructores y madereros tienen una paciencia inagotable. No.
Me refiero a la devastación generalizada que no cesa del espíritu neoliberal, mercantilista y capitalista que arrastra a las profundidades de la ciénaga a las propias instituciones que consienten y hacen guiños, y a gran parte de los que carecen de la fortaleza de ánimo necesaria para reaccionar debidamente ante cada infamia relacionada con este asunto. Me refiero ahora a tantos millones de hectáreas yermas pero forestables porque unos cuantos árboles desperdigados atestiguan la aptitud del suelo para su plantación, que bien justificarían una acción política ambiciosa y resuelta, y una ley positiva que obligase a las Autonomías a la plantación en unos casos y a la repoblación, en otros, en todo el país sujeto más o menos a regañadientes al mismo Parlamento y a los mismos gobiernos que se van sucediendo.
Pero esta España está mil veces más pendiente y preocupada de lo que han hecho o puedan hacer los que de vez en cuando ponen bombas, y de proteger la cartera del turista que de allanar el camino a las siguientes generaciones procurándonos más oxígeno y riqueza "real", y no cegar con comportamientos torpes y codiciosos ese mismo camino. Un país, por cierto, que no se lamenta de ser pobre precisamente sino que se jacta de ocupar un alto puesto entre los ricos; un país que se permite donar al tercer mundo cifras que marean, que destina millones y millones en guerras ajenas, en armamento, y a causas económicas prescindibles o superfluas fatigosas de enumerar; un país obsesionado con todo eso, pero que en cambio jamás se ha planteado una misión propia de grandes colectivos humanos de poblar en unos casos los espacios libres y en otros repoblar forestalmente millones de hectáreas que cualquier hábitat precisa como la vida precisa el agua...
España no puede contar grandes gestas, empresas de gran envergadura colectiva que no sean conquistas genocidas y en los últimos 70 años embalses y obras públicas, incluida una trágica: la de un dictador, ejecutada con el sudor y la sangres de miles -quizá centenares de miles- de españoles caidos en desgracia: el Valle de los Caídos. Vaya balance…
Por eso España, ante el reto del cambio climático y tiempos de la desertización implacable, de incendios que aceleran el proceso y la pérdida del oxígeno libre, tiene ante sí la oportunidad de poner en marcha una campaña, una operación nacional de repoblación forestal gigantesca que además -quién lo diría- permitiría aglutinar esa débil conciencia de la vida en común -en muchos casos a la fuerza- y convertirla en voluntad política. Una ocasión de oro para drenar odios a partir de una causa común de la envergadura de una península convertida en un auténtico jardín. Es lacerante ver en los viajes que de acá para allá hago a lo largo de mi vida miles y miles de espacios que podrían perfectamente estar cubiertos por el manto vegetal, y que sin embargo nadie -ni municipios, ni autonomías ni el Estado- se moviliza para repoblarlos.
Aunque sólo fuese por que las generaciones venideras nos lo agradecerían infinitamente, valdría la pena abordar la proeza de ni un solo palmo de suelo no habitado, sin árboles.
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>> Autor: Jaime Richart (03/08/2009)
>> Fuente: Jaime Richart.
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